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Por Pablo Argañarás, Lic. En Cine y Televisión
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Al hacernos adultos siempre valoramos de sobremanera nuestras vivencias pasadas.   Me pasa a menudo de agigantar en belleza las personas y lugares que ya no lo son, que ya no están.  Idealizo el pasado.  Y quizás no fue tan perfecto como mi memoria me lo recuerda.  Pero no puedo evitar poseer este mecanismo.  Quizás me ayude a sobrellevar mejor mi fallado pasado.  Más aún, mi presente imperfecto.   Tal vez esta falsa melancolía me ayuda a reconocer y a no desistir de todo aquello que no supimos o pudimos manejar.   Y me es útil para vivir mejor un presente que obviamente es carente de perfección.

Seguramente nuestros juegos de niños eran bastante precarios y rudimentarios.  La pelota de media, autitos, trompos y juegos de mesa.  Los recuerdos no por el hecho de lo material sino porque propiciaban los grupos de amigos.  No se jugaba en soledad.  En solitario eran las penitencias cuando nos mandábamos alguna macana.  Pero nuestros juegos eran en pos de socializar.  De vincularnos.  Recuerdo las barritas de amigos del barrio, escuela o del club.  Allí nos entreteníamos desde la interacción con los otros.   En la actualidad los niños muchas veces son “islas”, abstraídos en teléfonos celulares, tablets o dispositivos electrónicos.  El juego compartido se hace exiguo, casi que es inexistente.  No sé si noto esto porque avanzó el tiempo o la tecnología, porque yo ya estoy viejo, o porque los usos y costumbres variaron o quizás una mezcla de todo esto junto.  Pro es diferente, de eso no hay dudas al respecto.

Las personas de antes eran empáticas.  Respetuosas.   Sabían ponerse en el lugar de otro.  Poseían más inteligencia emocional y experiencia de vida.  Los valores estaban más claros.   Los valores familiares, educativos, sociales, culturales y éticos.  Con el devenir de tiempo se hizo todo más laxo.  Más “light”, menos taxativo.  Y en algunos aspectos veo positivo esto.  La inclusión, el acceso al trabajo y muchas otras cosas.  En otros aspectos creo que como sociedad “la pateamos afuera del arco”.   No es lo mismo ser educado que ser maleducado.  La educación empieza por casa.   Buscar “chivos expiatorios” fuera del seno familiar me parece de necios.  Hoy “vale todo”.  Y creo que “no todo vale”.   Los derechos terminan donde empiezan el de los demás.  Principio básico del civismo, hoy caduco y pisoteado. 

Antes ir a ciertos lugares revestía una preparación previa.  A la escuela se iba de uniforme.  Los padres ingresaban vestidos correctamente.  Los docentes de la misma manera.  Lo mismo a la iglesia, a una entidad pública.  Hoy observo que esto se va perdiendo.  Veo a madres y padres de pantalones cortos de futbol, musculosas, calzas  ojotas ingresar a todos los sitios.   Sin ningún prurito se va perdiendo el respeto a las instituciones desde la vestimenta.  Un hábito cultural tan simple y sencillo como el de vestirse.  No se puede ir vestido a todos los sitios de igual manera.  No podemos hacer lo que se nos venga en gana.  Y como sociedad, lloramos y pataleamos como niños malcriados ante las reglas que se nos marcan.  El transgredir es una virtud por estos años. 

Ir al cine era un placer.  Hoy es una odisea.  Intentar escuchar un diálogo con alguien mascando unas papas fritas detrás.  El de la butaca de al lado “aleteando los brazos” al  comer un lomito.  El de la butaca de en frente haciendo ruido al tomar una gaseosa.  Los celulares que nadie apaga al comenzar el filme y suenan todo el rato.  Intentar concentrase en un cine en la actualidad es de locos.  Podría aplicarse esto mismo a los teatros y demás espectáculos.  Las reglas están demodé. Hoy es romper las reglas existentes por el mero hecho de hacerlo.  Las reglas parecieras que están para no ser cumplidas.   Y alguien que no  las respeta y cumple, socialmente está visto como  un “vivo bárbaro, un canchero”.   Está bien visto y aceptada la impostura. 

En la actualidad muchas veces me siento un estúpido.  Queriendo cumplir reglas que me las enseñaron mis mayores.   Reglas que quizás no aplican más en este desvencijado presente en el que vivimos.  En 1934 Enrique Santos Discépolo compuso el tango que más representa esto que vengo narrando: “Cambalache”.  Basta con esta estrofa de la canción para evidenciar lo actual de su letra: “… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao…  Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.

Discépolo hacía referencia al Siglo XX en “Cambalache”.  Pues es peor la cosa en el Siglo XXI.  Sigue todo igual y un poquito peor también.  Está en nosotros desde el lugar que nos toca dejar un mundo mejor a los que nos suceden.  Así nuestros hijos y nietos no nos maldigan en el futuro.  Hacernos cargo de que debemos ser mejores ciudadanos y seres humanos es vital para ir modificando nuestra sociedad y hacer de nuestro entorno un mejor lugar.