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18 años sin Tita Merello

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Tita Merello -Laura Ana Merello, por su veradero nombre-, había nacido el 11 de octubre de 1904 en un conventillo del barrio porteño de San Telmo. En medio de una infancia complicada, tuvo que salir a trabajar con sólo 10 años, y el inicio de su carrera artística tuvo que esperar hasta la década del ’20.

Su debut fue en la obra «Las vírgenes de Teresa», en 1920. La experiencia no fue la mejor, ya que el público la desaprobó con silbidos y abucheos.

Trabajó en locales de la calle 25 de Mayo, donde era figura Florencio Parravicini y muchas artistas mujeres evitaban porque era una zona poco recomendable, entre antros de prostitución y marineros que llegaban desde Puerto Nuevo.

Frontal y con una personalidad avasallante, logró convertirse en una artista respetada y querida, y en un símbolo de la mujer moderna de su tiempo, independiente y comprometida.

«Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a leer y a pensar por mi cuenta; si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo -decía con ironía-, fui resistida y resistente».

Consagrada en la calle Corrientes, grabó su primer tango en 1929 y luego otros en los que cantó acompañada por la orquesta de Francisco Canaro. Fue autora de la letra de «Llamarada pasional», con música de Héctor Stamponi, y de «Decime Dios, dónde estás», musicalizada por Manuel Sucher.

Participó, además, en el que por mucho tiempo se consideró el primer largometraje sonoro del cine argentino, «Tango», de Luis José Moglia Barth, en 1933. Ahí debutaba un joven Luis Sandrini, quien sería el amor de su vida.

El actor marcó un antes y un después en su vida: la pareja apareció en cuanta revista de chismes había durante casi 20 años y hasta que la actriz Malvina Pastorino irrumpió ante el cómico.

Luego, la actriz trabajó en «La fuga», «La historia del tango», «Morir en su ley», «Filomena Marturano», y «Arrabalera», en la que sobre una obra de Samuel Eichelbaum inmortalizó su frase cantada «Soy Felisa Roverano, tanto gusto, no hay de qué».

En 1955, con la dictadura, y por su adhesión al peronismo, tuvo que exiliarse. Entró en una profunda depresión y hasta, se dice, pensó en el suicidio.

Ya mayor, era una severa consejera televisiva que urgía a las jóvenes para que se hicieran un papanicolau y periódicas revisiones de senos para la detección temprana de un posible cáncer, algo que sólo ella podía hacer en la timorata TV de entonces.

Con casi 100 años, «Tita de Buenos Aires» se había refugiado en una habitación de la Fundación Favaloro, donde su titular era su protector y guía, pero la muerte del profesional fue un golpe demasiado fuerte para ella.

Allí falleció, el 24 de diciembre del 2002, a los 98 años.

Por decisión de sus familiares y amigos no se realizó velatorio, pero el paso de sus restos por la iglesia de San Pedro Telmo, en Humberto I y Balcarce, transformó el lugar a causa de los miles de personas que se acercaron a despedirla.