Se dijo que el cine era el arte de la simulación por excelencia. El simulacro eterno de la verdad. Y si nos metemos en el género documental esto se acentúa aún más. Apariencia de realidad. Hacer creer que lo que se ve y se escucha tiene una carga de verdad. En definitiva ese es el fin último, hacer creer al espectador que está ante la presencia de una realidad.
Con las redes sociales este simulacro pasó ya a nuestra cotidianeidad. La mayoría de las personas manejan sus perfiles de una manera manipuladora. Modifican su cotidianeidad, la inventan, la trastocan, la filtran. La realidad, de esta manera se convierte en una irrealidad más. Se vive para la ficción que plantemos en redes. Somos actores de una farsa. Lo malo que es en la realidad. Ya no en un film.
Las películas de ficción deben tener la cualidad de ser creíbles para el espectador. No interesa si se cuenta una historia futurista o algún acontecimiento de un pasado ficticio. Si es una fábula filmada o una historia basada en un acontecimiento real. El secreto para que el espectador se crea el simulacro es que debe estar planteado con coherencia. La lógica interna de la historia deberá ser construida de manera verosímil y que otorgue al público una apariencia de realidad.
El documental es una puesta en escena más. Esta construido por el director para dar apariencia de realidad. El punto es que no lo es. Es un constructo audiovisual totalmente manipulado para darle una apariencia de verdad para que el espectador “pise el palito” de creerlo. El chiste está en que los espectadores no se den cuenta del simulacro planteado. Los mejores documentalistas son más fabuladores que los mejores hacedores de ficción.
Con la televisión pasa algo similar. Nos es tan orgánica a nuestra costumbre y hábitos hogareños que creemos que lo que se ve allí es una inmaculada e inocente realidad. Nada más alejado de lo real como el discurso televisivo. Los noticieros de los canales son la construcción audiovisual con más apariencia de realidad que existe. El simulacro es total. Una auténtica farsa bien construida para que los televidentes compren esa ficción planteada. La gracia y fin último está en que justamente el público crea y defienda la verosimilitud de los que nos mienten por las pantallas.
Pero como todo avanza y la tecnología no se queda atrás, la simulación se perfeccionó de tal manera que llegó a la palma de nuestras manos. El celular con sus discursos audiovisuales reproducidos en él son la obra culmine del simulacro total. Creemos y pensamos que lo que allí vemos es la realidad. Y tristemente no lo es. Todas son construcciones audiovisuales. Cada vez más perfeccionadas para vendernos una apariencia con visos de credibilidad.
Como humanidad nunca nos creímos más inteligentes. Jamás estuvimos tan adormecidos como ahora. La alienación es tal que ya solos nos encarcelamos en pantallas mentirosas. Lo peor es que ni siquiera pensamos o cuestionamos su veracidad. Le creemos porque sí. Nos es más fácil pensarnos inteligentes que ser pensantes en la realidad. Vivimos en una cápsula en donde segundo a segundo compramos mentira tras mentira y somos felices en ello.
Nuestra realidad de esta manera se convierte también en un simulacro. Vendemos una imagen de lo que decimos que somos. Exitosos, felices, comprometidos, perfectos e inmaculados. La psicología nos enseña que para modificar algo primero debemos reconocerlo. Al detectarlo y darnos cuenta de nuestra falla lo podremos cambiar. Pero siempre el primer paso es advertir nuestro error. Reconocerlo. Y ese es el punto. En la actualidad no nos damos cuenta de nuestro simulacro. Incorporamos tanto la mentira que en la mitomanía eterna creemos la veracidad de lo que hacemos y decimos. Quizás no salgamos más. En definitiva lo planteado por “Matrix” y tantas otras ficciones, eso de de vivir vidas mentirosas, sea ya una realidad y no ciencia ficción.
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