El escenario es un pedazo de lona azul tirado en el piso. Pablo Alarcón está vestido como si fuera el Arcipreste de Hita. Al lado, el músico que lo acompaña en esta faena a la gorra: Augusto Gavilán. Igual que la semana pasada, cuando produjo flor de revuelo viral, el galán maduro se encuentra frente a la Iglesia del Pilar, en Plaza Francia, listo para una de las cuatro funciones gratuitas del día.
Lo que está por arrancar este domingo es una nueva presentación de El discurso de la servidumbre voluntaria, escrito por el filósofo francés Étienne de La Boétie en 1548.
La envidia de la estatua viviente, Pablo Alarcón. Por tratarse de teatro a la gorra, una auténtica multitud lo rodea en una tarde de domingo casi perfecta. No hace frío y el sol acaricia las mejillas acicaladas del actor. Serán casi dos horas de shows en continuado.
Perturba, desordena ver a un tipo con 80 ficciones en sus espaldas, a un intérprete que fue de Chejov a Muscari, recibiendo billetes sueltos. Una señora que lo celebra desde una supuesta primera fila pone dos de 500. A cambio de cada contribución, el público recibe un cuadernito fotocopiado con el texto del filósofo francés.
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