Gran conmoción en la colonia artística causó hace dos décadas aquella noticia del 25 de mayo de 2001: Arturo Maly, un actor reconocido por su capacidad, su trabajo y su bonhomía, había fallecido en forma inesperada en la ciudad de Morteros, Córdoba, donde participaba de una gira artística.
La obra era «Sinvergüenzas», adaptación local de la película «Full Monty» -titulada en la Argentina «Todo o nada»-, acerca de un grupo de desocupados que decidían ganarse el pan haciendo un show de striptease masculino, una comedia amarga que entre las risas guardaba las penurias de un año como 2001, trágico para la Argentina.
Según un cable de Télam emitido aquel día, uno de sus compañeros de tablas, Diego Díaz, señaló que el intérprete «se encontraba solo en su habitación del hotel cuando se produjo el paro cardíaco, alcanzó a abrir la puerta para avisar lo que le estaba sucediendo y, de pronto, se desmoronó en el pasillo».
De inmediato, Díaz, Toti Ciliberto, Eduardo Cutuli, Bernardo Forteza y Esteban Prol, algunos de sus compañeros de «Sinvergüenzas», llamaron a un servicio de emergencias, que llegó a los pocos minutos e intentó reanimarlo sin éxito, por lo que fue llevado al sanatorio privado San Roque, donde falleció a las 13.30. Tenía 61 años.
Curiosamente, el jueves anterior a su deceso, se había estrenado en Buenos Aires el filme «La fuga», de Eduardo Mignogna, donde interpretaba a un oscuro escribano, adicto al juego y a las maniobras turbias, en el perfil interpretativo que le había dado popularidad y que sabía desempeñar sin golpes bajos.
Maly no había nacido con la estrella de ser protagonista y convocar al público más numeroso -esa capacidad o suerte de que disfrutan solo algunos-, pero era un secundario de impresionante eficacia, especializado en «malos» o «villanos», cuyo rostro era mayormente conocido a través de la televisión, donde una interpretación en el ciclo «Atreverse» le redituó un Premio Martín Fierro en 1991.
En el cine recibió un Cóndor de Plata en 1982 como revelación por su trabajo en «Tiempo de revancha», de Adolfo Aristarain: justamente con ese director había filmado también «La parte del león», «La discoteca del amor», «La playa del amor» y «Últimos días de la víctima», entre 1978 y 1982, que hicieron que el público se familiarizara con ese actor flaco, de amplia frente y gesto distraído, que desde una aparente normalidad sacaba a la superficie los personajes más sombríos.
Por aquellos años, el propio Maly decía como una humorada que lo «empezaron a conocer» a partir de la publicidad de una famosa marca de vermut, que a través de ocho episodios dirigidos por Pino Solanas- mostraba el romance y el final casamiento de una pareja.
La actuación era uno de los grandes placeres del actor -que estaba casado con Marta Klopman y tenía dos hijos, Exequiel y Alejandro-, entre otras cosas porque jamás recibió de sus padres rechazo alguno ante la elección de su oficio y porque, salvo en pocas oportunidades, siempre pudo vivir de su vocación.
Egresado en 1963 del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, nunca ocultó sus simpatías políticas por el peronismo aunque no fue un militante notorio como algunos colegas: fue actor y asistente de dirección en «Los hijos de Fierro» (1978), de Fernando Solanas, pero lo suyo no fue el arte de barricada.
Fue un actor que se animó a todos los géneros; en la pantalla comenzó con «Gente en Buenos Aires» (1974), de Eva Landeck, y siguió con «Los gauchos judíos» (1975), de Juan José Jusid, «La aventura explosiva» (1976), de Orestes A. Trucco, «Las travesuras de Cepillo» (1978), de Jorge Pantano. Como se ve, un repertorio sin prejuicios.
Su trabajo continuó con «Este loco amor loco» (1979), también de Landeck, «No habrá más penas ni olvido» (1983), de Héctor Olivera, «Noches sin lunas ni soles», de José Martínez Suárez, y «Cuarteles de invierno» (1984), de Lautaro Murúa, a las que hay que agregar las películas con Aristarain.
En 1985 amontonó otros títulos: «El caso Matías», de Aníbal Di Salvo, «Tacos altos», de Sergio Renán, «La cruz invertida», de Mario David, y «Contar hasta diez», de Oscar Barney Finn, a los que hay que agregar la inédita «The Stranger» (1986), de Aristarain, «La clínica del Dr. Cureta», de Alberto Fischerman, y «Memorias y olvidos»(1987), de Simón Feldman.
Sus últimos trabajos en la pantalla grande fueron «Cuatro caras para Victoria» (1989), también de Finn, «Alambrado (1990, inédita), de Marco Bechis, «Geisha» (1995), de Eduardo Raspo, «Carlos Monzón, el segundo juicio» (1996), de Gabriel Arbós, «Momentos robados» (1997), también de Finn, «Campo de sangre», de Arbós, «Operación Fangio», de Alberto Lecchi, y «Cóndor Crux (1999, voz), de Juan Pablo Buscarini, «Los Pintín al rescate (2000, voz), «La fuga», de Mignogna, y «Ciudad del sol» (2001), de Carlos Galettini.
Maly sabía hacerse odiar y también provocar la risa del espectador, ya que su estilo se nutría de un abanico muy amplio de recursos que desafiaba incluso a una presencia que se diferenciaba del galán habitual y a la personalidad con «gancho» más allá de lo artístico.
En TV debutó en 1966 en «El teatro de Alfredo Alcón» y siguió con «Esta noche… miedo», «Las cosas de los Campanelli», «El teatro de Norma Aleandro», «Alta comedia», «Andrea Celeste», «Rosa… de lejos», «Las 24 horas», «Los especiales de ATC», «Compromiso», «Tiempo cumplido», «Socorro: 5º año», «La bonita página», «Atreverse», «Celeste», «Como pan caliente», «Muñeca brava» y la final «Amor latino», en una lista incompleta.
Su actividad teatral se puede rastrear desde 1968, cuando participó en «América Hurrah!», dirigido por Carlos Gandolfo en la sala Planeta, a lo que hay que agregar «Hedda Gabler», de Henrik Ibsen, y «Sucede lo que pasa», de Griselda Gambaro, dirigidas por Alberto Ure, «Cyrano de Bergerac», de Edmond Rostand, dirigida por Osvaldo Bonet, «Marathon», de Ricardo Monti, dirigida por Jaime Kogan, «Una pasión sudamericana», escrita y dirigida por Monti, y «Los siete gatitos», de Nelson Rodrigues, dirigida por Ricardo Holcer (1998).
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