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La civilización de las pantallas

Por Pablo Argañarás, Lic. en Cine y Televisión
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Resulta complejo analizar los consumos audiovisuales en la actualidad.  Es difícil salir ileso ante el desborde de pantallas e imágenes.  Una oleada de ellas chocan contra el espigón de nuestra mirada horadándola.  Tampoco disponemos de tiempo para poder asimilar toda la información visual de ese destello continuo.  Tal vez estemos por primera vez en la historia de la humanidad a merced de las imágenes en movimiento.

Los televisores, monitores de computadoras, tabletas, celulares, los tótems y pantallas callejeros, los displays de los automóviles y de los mil y un dispositivos hogareños.  Estamos constantemente siendo estimulados visualmente y como nunca antes lo real queda menguante ante el avasallamiento de la realidad mediada por pantallas. Tal vez nuestra nueva concepción de lo real sea aquello que las pantallas nos muestran.         Miles de personas caminan mirando sus celulares ante un espectáculo gratuito y natural como un imponente ocaso.  Nadie lo observa.  Todos atienden a sus dispositivos. Así la contemplación de la naturaleza queda al margen como tantas otras costumbres de nuestra especie desde hace miles de años.

Detenernos a observar la mirada amorosa de alguien.  Desentrañar lo que nos dicen los ojos de las personas con las que convivimos.  Nos cuesta demasiado detenernos a  desentrañar nuestros lazos más próximos.  Abstraídos por las fulgurantes pantallas nos sumergimos en mil y un universos menos en aquellos que dan sentido a nuestra existencia.

Pensarnos a nosotros mismos y reflexionar sobre nuestras acciones está obsoleto.  En la vorágine de lo urgente nos llevamos puesto lo importante.  La filosofía está relegada ante lo intempestivo y lo raudo.  Detenernos a analizar nuestro mundo interno queda demodé u obsoleto.  Los grandes filósofos y su legado quedan de lado ante el recorrido del dedo índice que raudamente pasa videos en un teléfono celular.  La filosofía no es tan entretenida como los vídeos de las aplicaciones.  No nos dispara tanta dopamina en nuestro cerebro como el estímulo de la luz al consumir imágenes en movimiento.

Milisegundos de tolerancia de atención son los que manejamos antes que una imagen nos aburra.  Cambiamos una tras otra de manera feroz.  El apetito visual nunca fue tan brutal.  Y esta oferta de menús de contenidos visuales existe un universo de posibilidades.  Todo sin sustento.  Sin demasiados fundamentos ni explicaciones.  Sin basamentos de saber.  Conocimiento superfluo.  Saber de todo un poco, por arriba solamente.  Sin ahondar en nada.  Sin comprender los porque.  Obviando los cómo y los para qué.  El conocimiento a lo fast food de Google. La saciedad de lo vacío en detrimento de las proteínas del saber.  Así, consumimos mediante pantallas  contenidos carentes de utilidad.  El saber de pacotilla ganando la batalla contra el conocimiento científico. La banalización del saber. Todos son expertos en todo pero nadie sabe a fondo nada. 

Los sistemas educativos intentando acomodarse ante esto.  Utilizando teorías y prácticas obsoletas que solo trastocan el proceso de enseñanza y aprendizaje.  Los alumnos sabelotodo con pantallas, conexión web y Google ante docentes con tizas y borradores.  La realidad se está llevando por delante los procesos pedagógicos que obviamente están caducos.  Es necesaria una nueva forma de enseñar y aprender.  De generar conocimiento y asimilarlo.  En esta nueva generación de alumnos y profesores es vital nuevos paradigmas.   Que superen las brechas que nos separan.   Que resignifiquen está nueva realidad.  Difícil tarea de generar nuevos paradigmas ya que nadie se detiene a pensar sino a consumir.

Ante el panorama planteado es de vital importancia revalorizar prácticas intrínsecas al ser humano.  Ancestrales.  Cultivar el cuerpo y el espíritu.  Lo que los antiguos griegos decían de mente sana en cuerpo sano.  Saber ponernos metas.  Ser tenaces y pacientes.  Pensarnos.  Sentir. Escucharnos a nosotros mismos y a nuestros deseos.  Abonar amistades.  Incentivar los lazos familiares.  Volver a generar espacios en dónde sirva la socialización. En definitiva dejar de ser islas en este océano de información e imágenes.