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La psicología de los personajes: Porqué los malos enamoran a la audiencia

Por Pablo Argañarás, Lic. En cine y Televisión
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     Los protagonistas perfectos no llaman la atención del público.   La fascinación se da cuando los espectadores pueden empatizar.  La empatía ante lo perfecto es imposible.  Como seres humanos podemos hacerlo ante otros seres defectuosos como nosotros.  Esta premisa no aplica para los súper héroes.  El chiste en ellos radica en su inhumanidad y sus poderes superiores.  En los protagónicos “mortales” se produce una fascinación ante los rasgos defectuosos de los personajes.

     Los guionistas y cineastas nóveles llenan de virtudes a los personajes.  El espectador se incomoda ante tamaña perfección y provoca el efecto contrario al deseado.  No nos sentimos identificados y, además, nos parece falaz la propuesta de personajes dotados de virtudes extremas.  Los protagonistas fallados, los incompletos o quebrados, los derrumbados por la vida y que a pesar de sus fallas siguen dando pelea, esos, son los personajes que como espectadores amamos ver.

     Pensemos cuantas veces sentimos atraídos por los personajes contradictorios.  Aquellos que no saben para donde ir en sus vidas.  Los personajes zozobrantes.  Los errantes.  Los dubitativos.  Nos dan ganas de ayudarlos.  Si nuestro personaje la tiene tan clara, no nos permite a nosotros que nos pongamos en sus zapatos.  Si la tiene súper nítida a su misión.  Si sabe qué hacer.  Si es tan perfecto que no necesita de nuestra empatía…  No tiene sentido involucrarse con protagonistas de estas características.

    Los actores aman interpretar a personas sensibles, iracundas y lloronas.  Osadas y valientes, miedosas y asustadizas.  Esas personas con la pasión a flor de piel.  Personajes defectuosos.  Aquellos incompletos.  Los que necesitan del otro.  Amor de otro.  Odio del otro aunque sea…  Esos que poseen características que solamente los seres humanos podemos entender.   Esos héroes del abismo.  Que deben decidir y que esa decisión marcará un destino.  Esos que están al borde del derrumbe.  Y siguen aferrados a una esperanza, a un sueño.  Esos personajes son los que el público ama y los que más venden.  Por ello se llevan los premios en las ceremonias y se venden los tickets de entradas en las salas de cine.  Los actores adoran hacer estos personajes.  Muchas veces redimen su vida real mediante la interpretación de estos héroes quebrados, rotos y fallados.

     Si hacemos un rápido repaso en nuestra memoria seguramente los personajes que más nos impactaron fueron aquellos que eran más retorcidos.  No los mejores ni los más nobles.  Tampoco los buenos y éticos.  Cuantas veces sentimos estupor ante la genialidad de un asesino que se las rebusca para cumplir su cometido aberrante.  Cuantas veces  sentimos una sensación de curiosidad ante el nuevo plan llevado a cabo por el “malo” de la película.  Tenemos un embeleso por estas criaturas que obran moral y éticamente de manera fallida.  Quizás sea por el morbo de ver lo indecible.  Tal vez por observar lo que no somos capaces de ejecutar por pudor o condicionamientos de toda índole.  El placer de fisgonear el horror y salir ilesos.  La pusilanimidad del ser humano.

     Los  héroes caídos en desgracia.  Los olvidados.  Aquellos a los que nadie les cae en cuenta.  Esos personajes “tapaditos” que de pronto estallan y hacen estallar todo por los aires.  Esos que producen que las historias existan y avancen.  Los que generan los conflictos.  Los que se salen de sus casillas y cabales.  Los raros, los incomprendidos.  Los que deben cruzar los mil avernos para ser perdonados.  A esos amamos el público.  La gente adora esos personajes malditos.  El público bendice esos personajes.

     Los defectos nos hacen personas falibles.  Nos humanizan.  Nos hacen caer en cuenta de nuestra finitud.  Ver un personaje con características humanas e imperfecto generará una identificación del público y una apropiación de ellos en su gusto.  Recordemos que el cine es entretenimiento.  Y desde esta lógica ver a los héroes imbuidos en vicisitudes y superándolas nos produce un deleite.  Pasar un rato observando una historia en donde los involucrados logran  sus cometidos nos satisface.  Quizás por la misma evasión de nuestra realidad que nos genera el maravilloso mundo del séptimo arte.