Me comentó un amigo que existe una frase árabe a modo de maldición que dice: «ojalá que te enamores «… Cual sentencia al maldecido, le desea como pena máxima el amar, el amor. En principio me causó risa esta anécdota y luego me puse a reflexionar un poco sobre ella. La relacioné con el amor romántico y sus implicancias en la historia del audiovisual, en especial del cine Hollywoodense.
La base del relato de las comedias románticas estadounidenses se basa en lo trágico de estar enamorado. El sufrimiento del enamorado por la persona a quien ama. Los sacrificios que deberá de hacer para «conquistar y ganar su amor». Y allí lo asocié con la maldición árabe. Y a decir verdad pensándola de esta manera el dicho cobra sentido. Durante dos horas un personaje pasando las mil y un odiseas para que su enamorada lo acepte, en el mejor de los casos. De lástima, a duras penas, por culpa o compromiso.
El acto culmine del amor romántico en las películas, la proposición con la entrega del anillo para pedir casamiento. De rodillas. Muchas veces ante la vista y presencia de muchos. Un horror de situación para ella, que piensa: «Como decir que no?». Un padecimiento para él, quien suplica inmutable con una mueca lastimosa «Ojalá me diga que si!». Un espanto de situación.
Pero esto no es patrimonio Hollywoodense, aunque en el último tiempo sus películas promovieron a más no poder este modelo. La cosa viene desde siempre. Desde el primer hombre o mujer que sucumbió a los encantos de un otro quien se negó a una relación. La desilusión amorosa. Cosa fea si las hay. Quien no sufrió un revés amoroso. Quien no sufrió como un condenado por un amor no correspondido. Sin hambre, desvelado, pensando los mil y un escenarios posibles imaginados que nunca serán. Quien no sintió un dolor en el pecho como una puñalada al pasar por esos lugares que eran usuales de recorrer con él o la ingrata. Siempre en víctimas. Porque el despechado es siempre víctima. Somos tan arrogantes que un NO es inadmisible. Que mala persona dejarme con todo mi amor para dar dentro mío, yo que soy tan maravilloso ser humano… Y así en estos espantosos sentimientos se tejió gran parte de la literatura universal romántica.
Romeo y Julieta envenenados, princesas encerradas en torres de castillos, hombres convertidos en sapos a ser besados. Y siempre metido de por medio la concepción de la belleza y la fealdad que fue cambiando con el correr de los tiempos. Los hermosos cuerpos blancos y rollizos renacentistas hoy no serían bellos según los cánones actuales que promueven lo «esquelético» desde las pasarelas de todo el mundo como modelo de lo bello. Las cosas cambian. Los estándares de belleza también. El patetismo romántico no.
En medio de tanto cuento, poesía, novela, películas que promueven el romanticismo, como ser ajenos y mandarnos macanas tras macana al intentar replicar esto en la vida cotidiana. Este sufrir por amor tan bien visto. Este dar todo por el otro tan ponderado. Este despojarse de uno mismo hasta quedar una piltrafa humana y aun así suplicar un beso. Si todas las narraciones universales lúdicas promovieron este modelo. Y allí radica la trampa. Querer copiar e intentar vivir como en un cuento, poesía o novela, como en una película rosa yanqui. Con final feliz y un vivieron felices para siempre.
Ejércitos de despechados trágicos desde aquel primer NO de la historia de la humanidad. Ríos de lágrimas. Maldiciones por los aires, revanchas y venganzas por despecho. Patéticas actitudes y sentimientos que nos aúnan en el dolor insoportable de no ser correspondidos en el amor. De no sentirnos queridos.
Y si le sumamos la música y las letras de canciones esta columna no tendría fin… Sabias palabras de mi amigo y de su maldición árabe, «ojalá que te enamores». Maldiciones si las hay… Junto al dolor de muelas, el de corazón es de los más agudos que existen, sobre todo cuando es de noche, está oscuro, estamos solos y hace frío.
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