Mi infancia fue espectacular. Dudo haber podido tener una niñez mejor. Con mi familia vivíamos en la «ciudad satélite». Por aquel entonces aún mucha gente lo llamaba así al Barrio Autonomía. Quedaba a cuatro kilómetros del centro de la Ciudad Capital de Santiago del Estero.
Con mi hermano Huguito jugábamos con los chicos de la cuadra. Éramos una barrita de chicos de entre cuatro y diez años. Y como todos los niños de esa época jugábamos al fútbol.
Al frente de la casa de mis padres había un pequeño terreno sin uso lleno de yuyos variopintos. Luego de ponernos de acuerdo, todos los chicos decidimos desmontarlo y convertir esa pequeña parcela en una canchita de fútbol. Nos pusimos manos a la obra. En tres días cortamos todo el yuyal. Conseguimos cuatro postes, que serían los palos de los arcos de la futura cancha. Creo que mi papá con otro padre hicieron la pozos y calzaron los postes. Los travesaños los hicimos con unos alambres con botellas de plástico vertebrados.
Al finalizar esa semana estábamos agotados y felices. Teníamos nuestra propia canchita de fútbol. Solo restaba bautizarla. Después de muchas discusiones surgió el nombre. Se iba a llamar «sobaco yuyo». Sobaco porque jugábamos descamisados en los campeonatos, no teníamos camiseta de fútbol como el resto de los equipos infantiles. Entonces jugábamos «en cuero». De ahí que en los laterales se nos rieran porque se nos veían nuestras axilas. En Santiago, a las axilas les decimos sobacos. Por ello era el primer vocablo del nombre. Y yuyo por el yuyal que existía en el antiguo terreno donde ahora se emplazaba la cancha.
El primer partido nos tocaba jugar de local contra los «estrella». Así les decíamos a los changuitos que jugaban en el club del Barrio Autonomía que era el oficial, en dónde jugaban «los niños bien». Estrella Roja, aún existe este club en la actualidad. Tenían una camiseta blanca escote en v con una estrellita roja cosida en el pecho, del lado izquierdo de la casaca. Jugaban equipados con shorts, medias y botines. Los estrella tenían entrenador, arcos con red y todos los chiches de un club con todas las de la ley. Nosotros éramos unos pequeños salvajes motivados por las ganas de jugar y la amistad que nos unía.
Huguito, Turo, Judío, Luisito, Kiko, Gaby, Ramiro, Nico, Toto, Javi y yo. No teníamos suplentes ya que de macana llegábamos a ser once. En nuestro debut jugamos en cuero, shorts de diferentes colores y zapatillas que cada uno tenía. Los «estrella» hasta formaban seis de pie y cinco agachados tipo para la foto de aquella época. El arquerito de ellos tenía guantes. Mi hermano Huguito, nuestro arquero, se escupía las manos para que la pelota le resbalace. Y así empatamos cero a cero. Lo que para nosotros fue una victoria, ya que como venía la cosa nos salvamos varias veces que nos marcaran.
A la nochecita del partido, en la vereda del almacén de Don Caro, tomamos unas gaseosas que él nos regaló. Estábamos felices de haber armado un equipo y haber jugado.
Transpirados, sucios y llenos de tierra volvimos a nuestra casa. Ese es el recuerdo del primer partido de los «sobaco yuyo».
En la actualidad paso seguido por ese terreno, ya que está camino a la escuela en dónde soy profesor. Está lleno de yuyos como en aquel entonces, antes de la cancha, y es muy chiquito. Nada que ver con el recuerdo que me queda de un gran terreno. Siempre los recuerdos tienen dimensiones gigantes.
Pablo Argañaras, Lic. En Cine y Televisión
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