Por Florencia Fazio – Telam
Las calles de China se preparan para celebrar los 100 años del Partido Comunista Chino (PCCh) el próximo jueves, tras un año y medio del descubrimiento del primer caso de coronavirus, una pandemia que puso a prueba la disciplina y el trabajo colectivo de sus habitantes durante largos meses de encierro total, e incluso después con las reglas que hoy continúan controlando la nueva normalidad.
Con decoraciones del PCCh en espacios públicos, arreglos florales y las calles atiborradas de personas, el escenario actual se aleja bastante del de inicios de 2020, cuando la ciudad de Wuhan ocupaba los medios de comunicación más relevantes con información que alarmaba al mundo y desconcertaba por igual a todos los países.
En aquel momento, la noticia del paciente cero trasladó a muchos ciudadanos a la China de noviembre de 2002, cuando se originó el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), que se extendió por 26 países y causó más de 8.000 contagios y 774 muertes.
«La primera sensación que tuve al conocer la noticia del coronavirus fue de cansancio de experimentar otra pandemia, porque la experiencia de SARS todavía era reciente«, contó a Télam una profesora de Historia de una universidad de una gran ciudad, que pidió no revelar su nombre.
Su cuerpo, como el de muchos otros habitantes, cargaba cicatrices de la epidemia ocurrida casi 20 años antes y que, a pesar de su menor impacto, obligó al Gobierno a aplicar restricciones similares.
En cambio, para Shen, una joven que trabaja en una institución educativa en Ianzhou, una ciudad del norte de China, y que pidió no dar su apellido, la realidad había superado a la ficción, y las primeras imágenes que cruzaron por su cabeza la llevaron a escenas del filme «Contagio», de Steven Spielberg.
«Cuando me enteré de la epidemia corrí a casa de inmediato y ayudé a mis padres a prepararse para lo que se vendría. Para febrero y marzo de 2020, todo había dejado de funcionar en las grandes ciudades, excepto por el gran supermercado para los productos básicos», precisó.
En menos de tres meses, China había aplicado una respuesta de shock: confinamientos, cierre de fronteras y medidas biosanitarias estrictas, como el uso del tapabocas en transportes públicos, que sigue vigente a pesar de tener todo calculado y superar los 1.000 millones de personas vacunadas.
En ese período también habilitó una aplicación de rastreo, con un código de salud vinculado a cada número de identificación personal y que aún es requerido al ingresar en algunas viviendas, hospitales, universidades, comercios y parques o tomar avión, tren o taxi.
Control de la pandemia
Datos de cientos de millones de ciudadanos se cruzan en base a parámetros de geolocalización facilitados por los operadores para que el Gobierno pueda identificar el estado de cada código personal y analizar los movimientos en los 14 días precedentes para prevenir nuevos brotes.
Si bien la aplicación nunca fue obligatoria, en el pico de la pandemia resultaba casi imposible acceder a un espacio público o desplazarse sin ella y, por eso, quienes no disponían de celular o niños pequeños recibían un código QR para colgarlo del cuello. Ahora, con la mejora de la situación epidemiológica, el uso de la aplicación se relajó.
La profesora universitaria, que destacó la eficacia del código QR en el control de la pandemia, consideró que «la sociedad la incorporó de manera razonable porque entendió su urgencia y además que la información que recopilaba era ya casi pública por el mercado de consumo».
El uso de este tipo de sistemas no fue una costumbre adquirida a partir de la pandemia y, según Shen, tampoco significó un cambio abrupto en el vínculo de la sociedad con la tecnología.
Un ejemplo de ello es la escasa cantidad de personas que no mira su celular cuando se traslada, incluso, mientras camina por la calle.
«Los QR se han convertido en una herramienta popular en la vida diaria desde hace ocho o nueve años», agregó Shen.
Esta simbiosis llamó la atención de Agostina Zaros, doctora en Ciencias Sociales e investigadora de la Universidad de Shanghai, que aterrizó por primera vez en China en noviembre de 2019, algunos meses antes de que la pandemia explotara, y reside actualmente en el barrio de Baoshan, a unos 40 minutos del centro cívico.
«En Shanghai conviven la modernidad de los edificios y transportes del centro, con otras formas más tradicionales. Una vez por semana veo en la puerta de mi casa a un comerciante que cocina batatas en un barril lleno de carbón. Es muy rudimentario. Pero a esa persona también le pagás con el código QR de tu celular. El billete ya casi no existe», explicó Zaros a Télam.
El éxito de las medidas adoptadas por China tuvo varias lecturas: en marzo de 2020 en el diario El País el filósofo surcoreano Byung-Chul relacionó este tipo de Estados con la «mentalidad autoritaria, que deviene de su tradición cultural (confucionismo)», y destacó la «obediencia» de la sociedad china y su confianza en el Estado.
Sin embargo, Shen prefirió hacer énfasis en el concepto de «DaTong», cuya traducción se asemeja a la idea de «en conjunto», y que describió como punto neurálgico de la cultura tradicional china que no actúa «en base al ‘tenía que’, sino al ‘estoy dispuesto a'».
Por su parte, la profesora de Historia destacó otra característica de la sociedad: «Si bien el pueblo chino respeta las normas en general, el éxito también se debe al desarrollo farmacéutico y principalmente a la capacidad del Estado en la concientización y organización».
Zaros puso un ejemplo de esto: «En enero aparecieron 12 contagios comunitarios en Shanghai. Entre ellos, dos empleados del aeropuerto de Pudong. Fueron aislados inmediatamente, cerraron las escuelas de sus hijos y las comunidades de sus familias, y testearon a todos los contactos estrechos. Los controles suceden muy rápido, tiene que ver con la sugestión que se genera y su velocidad. Pensar que solo la cantidad de personas que se mueve en una estación de tren es como una ciudad argentina entera».
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