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¿Acaso alguien sabe cuál es el tamaño ideal del Estado?

Por Enrique Aschieri
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Deben tener el secreto. Seguro que lo tienen. Sturzenegger, Musk y Milei saben cuánto tiene que ser el gasto público expresado como porcentaje del producto bruto. El aplomo con que a los cuatro vientos estos remedos de mistagogos proclaman que hay que achicar el Estado y proceden raudos hacia tal objetivo, sugiere que saben cuál es el tamaño óptimo del que el populismo despilfarrador y demagógico a puras hormonas inflacionarias convirtió en un Leviatán inútil. Seguro que tienen el secreto, porque nadie sabe cuál es el tamaño óptimo del Estado. Nadie sabe si uno más chico es mejor que uno más grande.

Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado de la Nación Argentina, proclama a los cuatro vientos que hay que achicar el Estado y procede raudo hacia tal objetivo. “Deep Motosierra”, caracteriza –con frivolidad manifiesta- el momento actual de ese comportamiento idiosincrático de los liberales de cuanto menos Estado mejor. Quién te ha visto cetáceo, quién te ve cornalito. El Presidente sube la vara de su admirado ministro, al que motejó “Coloso”. Va por más. Emula a Jacques Cousteau y sale en busca del feroz y temible cornalito para exterminarlo. Alevino y gracias. 

En razón de ser el primer Presidente libertario de la historia, en su reciente viaje a Italia fue distinguido por el diario romano conservador “Il Tempo” con la edición 2024 del Premio Internacional Milton Friedman 2024. Qué mal gusto ponerle a un premio el nombre del petiso Friedman. Hay que ser grasa. En el discurso de aceptación y agradecimiento del premio dijo el Presidente: “Tengo espíritu austríaco, soy fundamentalista y devoto anarquista y estoy adentro del Estado para romperlo todo”. Se sabía de la devoción del Presidente por The Rolling Stones. Ahora se reveló como discípulo de Billy Bond y la Pesada del R’n’r. I am satisfied breaking up the State.

Este último viaje presidencial a Italia fue motivado por el festival “Atreju”. Se trata del cónclave organizado por la Gioventù Nazionale, la rama juvenil de Fratelli d’Italia, el partido de ultraderecha de la premier Georgia Meloni. Ultra derechistas del mundo uníos para derrotar a la nefasta izquierda devela el objetivo del festival “Atreju”. Cuesta observar dónde es que se enaltece el interés nacional, pero el corazón tiene razones que la razón no entiende.

La disertación del Presidente en el “Atreju” fue una glosa del «decálogo de acción política». Está conformado por las diez consignas que sintetizan el método político que aplica el Presidente, la construcción que hace del poder y como lo ejerce. Algo así como el retruécano de las Veinte Verdades Peronistas. Tras enunciarlos confió en que “pueden ser útiles para todos aquellos que comparten nuestras ideas en el resto del mundo. Porque, como decía Lenin, ‘sin teoría revolucionaria, no puede haber un movimiento revolucionario’”.  

Elon Musk toma nota de lo que hace su amigote Presidente de un país periférico, y mientras tanto Donald Trump –que otra vez se pone el traje de POTUS el próximo 20 de enero- ha confirmado que lo nombra al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (Department of Government Efficiency (DoGE), un organismo a crearse. El factótum de Tesla ha declarado que su objetivo es recortar dos billones de dólares del presupuesto público, aproximadamente un quinto del gasto federal. Algunas versiones dicen que dos billones equivalen a un tercio. En cambio, hay amplia coincidencia en que sin estropear el entramado de la seguridad social, que Trump prometió en campaña ampliar en alcance y volumen, y bajar el gasto en defensa, el adelgazamiento del gasto público enunciado por Musk no es posible.

Lo cierto es que Musk se ha pasado las últimas semanas chicaneando por su red X a los contratistas de aviones de combate. Hay toda una nueva generación de estos ingenios para reemplazar a las actuales naves. Pero son aviones que llevan pilotos humanos. Precisamente Musk señala que eso no es necesario y aboga por sistemas de combate aéreo basados en drones y redes de drones que son en extremo más baratos. Todo esto desprende un fuerte aroma de que la DoGE es un intento de ordenar los intereses en presencia dentro del complejo militar industrial. Algo bueno tiene que salir de toda esta disputa entre gente encantadora, educada y sobria, si las hay.

Secretos y verdades 

Deben tener el secreto. Seguro que lo tienen. Sturzenegger, Musk y Milei saben cuánto tiene que ser el gasto público expresado como porcentaje del producto bruto. El aplomo con que a los cuatro vientos estos remedos de mistagogos proclaman que hay que achicar el Estado y proceden raudos hacia tal objetivo, sugiere que saben cuál es el tamaño óptimo del que el populismo despilfarrador y demagógico a puras hormonas inflacionarias convirtió en un Leviatán inútil. 

Seguro que tienen el secreto porque nadie sabe cuál es el tamaño óptimo del Estado. Nadie sabe si uno más chico es mejor que uno más grande. La predominante corriente neoclásica de la ciencia económica ha hecho mil intentos pero está totalmente carente de algún invento. Entonces, para decir -con propiedad- que tal monto del gasto público –como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB)- es mejor o peor, debería poder establecerse el punto de referencia con un esquema lógico. Pero no lo hay. Más que seguir las indicaciones de Ilich –como llamaba Antonio Gramsci al “mayor teórico moderno de la filosofía de la praxis”, según caracterizaba a Lenin- de que «Sin teoría revolucionaria, no puede haber un movimiento revolucionario», todas estas almas feas se comportan como el brujo de la tribu. Ponen el brazo en ristre, sin abandonar esa rigidez lo mueven a derecha e izquierda, gritan “sumbudrule” y esa ceremonia de los cinco factores oscilantes (los dedos de la mano desplegados y en movimiento) les revela el secreto del tamaño adecuado del Estado, parámetro del que la ciencia carece de los parámetros para hallarlo. 

Cuando hay una epidemia, el brujo requiere sacrificios humanos para calmar a los dioses. La práctica epidemiológica que sintetiza aproximaciones teóricas de distintas ciencias recomienda encontrar y aplicar una vacuna. Robert F. Kennedy Jr., designado por Trump a cargo de Salud, abstenerse. Lo acontecido en el cercano ayer con la pandemia de COVID-19 exime de mayores comentarios. 

¿Están aserrando sin saber a dónde van? Así es. ¿Será que los brujos volvieron porque no encendimos los candiles como le recomendaba Charly a la querida Alicia? Posiblemente. Aunque esté muy lejos de ser percibido así, ¿esto es un escándalo? Lo es.

Vito Tanzi, un conocido ex funcionario del FMI y el economista de OCDE Ludger Schuknecht vienen desde hace años estudiando el tema y tratando de encontrarle el agujero al mate. Recientemente (mayo del 2020) el dueto junto al economista portugués António Afonso, escribieron un corto paper titulado justamente “El Tamaño del Gobierno”. 

Afirma el trío Tanzi- Schuknecht-Afonso que “no existe un tamaño ‘óptimo’ de gobierno, aunque la mayoría de los gobiernos, si no todos, probablemente podrían volverse más eficientes y, por lo tanto, gastar menos”. Por supuesto que entre liberales obcecados no es cuestión de pisarse la manguera. Pero tampoco la pavada de mentir impunemente de que saben de lo que en realidad no tienen idea. Tanzi y compañía recomiendan “gastar menos”, onda consejo de la abuelita, debido a que “las crisis financieras (o sanitarias) pueden dar lugar a grandes y repentinos aumentos de los coeficientes de gasto. Los países con bajo gasto (y baja deuda pública), por definición, probablemente tengan más reservas para hacer frente a esas crisis sin dudar de la sostenibilidad de las finanzas públicas”. Un contingente y temeroso “por si las moscas”. Lo contrario a lo necesario, que se establece vía las teorías que conforman las ciencias.

Historian Tanzi y compañía que “hace 150 años, cuando el papel del gobierno comenzó a evolucionar en dirección a los Estados modernos, los gobiernos de las economías avanzadas actuales gastaban apenas más de una décima parte del ingreso nacional. En 1960, hace 60 años, el panorama había cambiado por completo y los gobiernos gastaban casi el 30% del PIB a medida que se expandían los bienes y servicios públicos y los sistemas de seguridad social. En la década de 2010, los países avanzados gastaban típicamente entre el 30 y el 55% del PIB, y el gasto social absorbía una proporción cada vez mayor del gasto total. El gasto en seguridad, infraestructura y educación absorbía poco más del 10% del PIB”.

Como se puede observar claramente, si hay alguna intuición teórica, ésa va en pos de mayor gasto público no de menos gasto público. Y Tanzi- Schuknecht-Afonso así lo reconocen al calibrar que “un coeficiente de gasto del 10-15% del PIB no es suficiente para financiar un estado moderno que funcione bien”. Incluso, cuando su liberalismo derechista militante no tiene más remedio que rendirse ante la evidencia, advierten respecto de los Estados de la Periferia que “Es probable que las crecientes demandas de beneficios sociales y el envejecimiento de la población aumenten el tamaño de su gobierno. Los países en desarrollo a menudo todavía tienen dificultades para proporcionar servicios que funcionen bien, redes de seguridad básicas y una administración tributaria sólida”. Pero la ahorrativa abuelita no se rinde y el trío dice -en tono de involuntaria boutade– que “Las economías emergentes tal vez no necesiten gastar más, pero también necesitan que los gobiernos se adapten a las necesidades de ser economías cada vez más avanzadas”. Si no fuera una tamaña boludez, sería hasta gracioso el intento de salvar la ropa. 

Sargent 

Los amigos de esta clase de disparates sin base teórica, llevados adelante a puro prejuicio ideológico con una infundada motosierra, al ensayar una defensa académica de los brujos de la tribu no pueden evitar calzarse el taparrabos, acomodar las vinchas de plumas, pintar la cara y arrancar al ritmo de “Somos los watusi…”. 

Horas antes del salir hacia Italia, el Presidente recibió al Premio Nobel de Economía Thomas Sargent. Las credenciales académicas impresionan. Se doctoró en Economía en Harvard. Fue docente en las universidades de Chicago y de Stanford, y actualmente enseña en la Universidad de Nueva York. 

La espuma baja –y mucho- cuando se toma en cuenta que Sargent junto a su directo socio intelectual Neil Wallace, Robert Lucas, Jr. Y Edward C. Prescott fueron los creadores e impulsores de la corriente de las llamadas “expectativas racionales”. ¿Qué dicen estos ñatos? Que Keynes es un fracasado que hace pupa. Los seres humanos son “racionales”, unas computadoras que maximizan sin chistar, de manera que todo lo humano –salvo el bolsillo de los que mandan- les es ajeno. Las políticas fiscales fracasan porque se formulan creyendo que pueden engañar a personas tan astutas como el ciudadano de a pie. No se comen ninguna mentira del gasto público. Entonces es inflacionario o inútil subirlo. Bajo su paraguas académico se volvió respetable bajar los impuestos porque hay que bajar el gasto público. Eso sí, mucha matemática intrincada –al punto que fueron denunciados en el ámbito de la Ivy League de pasarse larga e innecesariamente de rosca-, argot para dar el tono de seriedad, cualidades que se realzan con las recomendaciones de empeorar la distribución del ingreso para ser eficientes. Pobres pero serios en vez de prósperos pero disipados. 

Que sea la ideología conservadora de derecha más rancia no le da otras credenciales teóricas e intelectuales que las provenientes de ser los mejores corifeos de un orden establecido que está mostrando sus peligrosos límites en lo que simboliza y expresa Trump, y que ayudaron a asentar con ideas tan brillantes como que el desempleo es voluntario. Que el desempleo sea voluntario significa que el desempleado prefiere permanecer ocioso frente al salario existente. Una racionalización de esa idea bien de mierda según la que no trabaja el que no quiere.

Tras la visita al Presidente, Sargent fue entrevistado por un matutino porteño. Le preguntaron por cuál razón si Friedman había puesto el foco en el fenómeno monetario él le suma el fenómeno fiscal. Sargent respondió: “La gente común tiene muchos instintos sobre la economía pero a veces todo puede volverse un poco complicado con jerga y tecnicismos. La verdad es que la distinción entre política monetaria y fiscal no es tan clara. Lo que Friedman quería que te preguntaras era: ¿por qué el gobierno está imprimiendo tanto dinero? Quería que te preguntaras eso. Bueno, lo estaban haciendo para tener un impuesto sobre las personas, para aumentar los ingresos para poder expandirse, para tener más recursos fiscales. Por eso la frase de Friedman estaba incompleta. Gran parte de lo que aprendí sobre economía lo aprendí leyendo a Friedman, así que solo estoy elaborando. Y, por cierto, la gente va a recordar a Friedman por mucho tiempo”.

La entrevistadora, azorada, le comentó: “Pero es un delirio de alguna manera. Es vivir en una suerte de ficción porque estás imprimiendo dinero que no tiene respaldo…”. Sargent espetó: “No, es real. Es real. La razón por la cual la moneda tiene valor es porque la gente la necesita para hacer transacciones. Es útil”. La entrevistadora le dice, entonces: “Sí. Pero cuando hay un proceso de imprimir dinero, el valor de la moneda se vuelve ilusorio”. Sargent enfático responde: “No”.

Para explicar su negativa, Sargent insiste: “No es una ilusión. Es real. Es una manera real de aumentar los recursos. Por ejemplo, muchos países empezaron a hacer esto para financiar las guerras. Vayamos hacia atrás, a una de las primeras grandes inflaciones de Occidente: se dio durante la Revolución Francesa. Fue durante el tercer año de la revolución, cuando Francia fue a la guerra contra todos los poderes de Europa. Y los franceses empezaron a perder la guerra y lo que hicieron fue empezar a imprimir dinero. No era una ficción: usaban ese dinero para comprar bienes de defensa y para pagarle a los soldados. Y ese dinero los ayudó a ganar la guerra. Y los precios subieron mucho. Cuando empezaron a ganar la guerra, hicieron todo tipo de cosas para forzarte a vos, a mí a tener ese dinero, esa moneda francesa de porquería. Y esencialmente, ¿qué es lo que hicieron? Porque podríamos haber usado oro o plata. Pero si nos pescaban usando oro o plata, nos mandaban a la guillotina. Hubo gente que terminó en la guillotina. Hicieron varias cosas para forzar a la gente a usar su moneda para lograr que fuera mejor a la hora de pagar impuestos. Y fueron muy exitosos con eso. Es un gran experimento. Entonces, lo que pasó luego que tuvieron una gran inflación. Había alguien que sabía cómo parar la inflación”. 

Sargent le preguntó a la entrevistadora: “¿Sabés cuál era su nombre?” Le dijo que no sabía. Sargent la ilustró: “Su nombre era Napoleón Bonaparte. ¿Cómo frenar la inflación? Dejar de hacer eso, dejar de imprimir dinero. Entonces empieza a tener un presupuesto equilibrado”. La reportera amplía: “Es decir, la decisión a partir de una voluntad política de detener ese proceso”. Sargent redondea recordando lo que sigue: “No era una democracia. Era la voluntad de Napoleón. Esa es la primera cosa: Napoleón dejó de hacer lo que había estado haciendo. Dejó de imprimir dinero. Volvieron a usar monedas de oro. Y financiaron la guerra de otra manera. Podríamos seguir una y otra vez con casos como éste. Alemania tuvo una gran inflación después de la Primera Guerra Mundial. Hungría también tuvo una gran inflación. Y siempre es la misma historia”.

Rothschild y Lenin, un solo corazón

Gran consejo el de Sargent. Para el célebre historiador escocés Niall Ferguson, lo que Sargent señala como una virtud fue uno de los vicios principales que desembocaron en el Waterloo de Napoleón. Esa tesis de Ferguson aparece una y otra vez en sus muchos ensayos. Ferguson subraya que “detrás de todo gran fenómeno histórico hay un secreto financiero”. En este caso particular sostiene que “la derrota de Napoleón en Waterloo se debió a Nathan Rothschild tanto como al duque de Wellington”. 

Para Ferguson Waterloo “fue más que una batalla entre dos ejércitos. Fue también una contienda entre dos sistemas financieros rivales: uno, el francés que bajo Napoleón había pasado a basarse en el saqueo (esto es, en la tributación de los pueblos conquistados), el otro, el inglés, basado en la deuda”. Durante las dos décadas inmediatas anteriores a Waterloo, señala Ferguson que Napoleón “plantearía una amenaza a la seguridad y la estabilidad financiera del Imperio Británico, por no hablar de la paz en Europa, mayor que la de los Habsburgo y Borbones juntos. Derrotarle llevaría al surgimiento de una nueva montaña de deuda (…) Entre 1793 y 1815 la deuda nacional británica se multiplicó por tres”. 

Rothschild había ganado experiencia y fama contrabandeando oro para romper el bloqueo que había impuesto Napoleón. Según Ferguson “fue una ruptura ante la que las autoridades francesas tendieron a hacer la vista gorda, en la simplista creencia mercantilista de que los flujos de salida de oro de Inglaterra contribuirían a debilitar el esfuerzo bélico británico”. Esa experiencia en el estraperlo fue utilizada para que con los fondos de la deuda pública compraran el oro -que Nathan Rothschild había acaparado en gran forma, tras la vuelta de Napoleón de la isla de Elba en mazo de 1815- y fuera llevado de contrabando para erogar los gastos  de las tropas de duque de Wellington. Waterloo tuvo lugar el 18 de junio de 1815. Tras la derrota del Corso, sobrevino una caída muy pronunciada de los bonos británicos. Rothschild aguantó la montaña de bonos que tenía en cartera y recién los vendió en 1817, ganando unos 700 millones de libras esterlinas actuales.

Pero esa es otra historia, de la que interesa rescatar que luego de finalizar las guerras napoleónicas sobrevinieron unos años de fuerte deflación. Las crisis del capitalismo tienen un solo síntoma: la deflación. Friedman explica que eso ocurre porque se emite dinero de menos y trató de probarlo con la emisión durante la crisis de los años de 1930. Luego de la crisis del 29 la llamada base monetaria norteamericana subió en vez de bajar y la deflación fue muy dura. Sargent y demás deudos de las “expectativas racionales” no se sabe bien como explican algo tan atávico al capitalismo como la deflación. Estanflación incluida, porque los precios suben menos de lo necesario para evitar estancarse. Se hacen los guapos con la inflación. De la deflación, nada.

¿Le habrá recomendado Sargent al Presidente marchar a la derrota de Waterloo para mantener enhiesta la seriedad antes que a una victoria de la prosperidad soliviantando el inflacionario vicio keynesiano? Vaya a saber uno. Lo cierto es que Gramsci, reflexionando sobre del “asalto” o guerra de maniobras, y sobre el “asedio” o guerra de posiciones en el campo político, observa que “Lenin hizo avanzar la filosofía en la medida en que hizo avanzar la doctrina y la práctica políticas. La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de la conciencia y de los métodos de conocimiento y constituye un hecho de conocimiento, un acontecimiento filosófico”. El tamaño del Estado, Sargent, los mistagogos y tutti quanti, no pintan ser el caso.

Fuente Yahoraque.com.ar