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Además de Alberto, ¿qué falló?

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Por Guido Aschieri

La revitalización del peronismo como alternativa política que exceda los límites de una oposición por simple discrepancia con el oficialismo no parece algo seguro. Tendría que llevarse adelante un posicionamiento penetrante, lo que requiere de un consenso entre las fuerzas que lo componen. Pero lo primero que se vislumbra es una gran división y la falta de una discusión teórica.

En principio, dicha división responde a factores políticos que no se originan en diferencias sobre ideas.  Y al no existir acuerdo en torno a la unión, se posterga la resolución de otras limitaciones. Una de ellas es la de no mantener un debate activo sobre los factores que produjeron la crisis política en la que se encuentra sumido el país. Ni sobre cuál sería la transformación necesaria para superarla, y cómo encararla.

El aletargamiento en reconocer su necesidad forma parte de la defensa, subrepticia pero evidente, de la misma forma de conducción que fue parte de la gestación de la crisis. 

Una de sus características es la interpretación según la cual los fracasos acumulados por el gobierno del Frente de Todos se atribuyen sólo a malas decisiones tomadas por el ex Presidente Alberto Fernández, quién desoyó las críticas de Cristina Kirchner, su vice.

Darle paso al debate requiere reconocer insuficiencias que no se limitan a la negligencia del ex Presidente y su entorno más próximo, aun cuando hayan existido.

Los salarios y el FMI

CFK y sus allegados utilizan recurrentemente el argumento de que advirtieron de la necesidad de mantener un orden entre precios e ingresos. Aseguran que lo hicieron para evitar que el crecimiento redundara en una concentración de la riqueza.También recuerdan como un error haber firmado un acuerdo con el FMI en las condiciones que se hizo.

Sin embargo, al indagar en la historia reciente surgen algunas observaciones.

En primer lugar, el kirchnerismo nunca dejó en claro cómo se tenía que llevar adelante el “alineamiento” de los precios con salarios y jubilaciones. No se trata de un señalamiento malicioso. Simplemente, lograrlo de manera duradera y sostenible no es sencillo, y no hay que dar por descontado que cualquiera sabe hacerlo. Las dificultades macroeconómicas que entrañaba esa propuesta la tornaban aún más difícil de practicar.

Por algo, el alineamiento no pasó de una consigna sostenida por un sector dentro del gobierno.

Como segundo punto, achacar las dificultades atravesadas al FMI es otra simplificación que obra en detrimento del análisis crítico. Para empezar, no hay una crítica detallada de cuáles fueron los problemas del acuerdo o cómo realmente influyó el FMI en la política económica, si es que lo hizo. Tampoco qué se podría haber hecho para evitar ese tipo de incidencia.

El gobierno anterior se encontró con una dificultad muy seria al haber permitido la utilización de las reservas internacionales para el pago de deuda externa del sector privado. A eso se sumó la escasa diligencia en torno del impulso de proyectos de inversión que permitiesen fortalecer la estructura productiva argentina.

Como consecuencia, las reservas internacionales que ingresaron por el superávit comercial se perdieron.

Tampoco se intentó apuntalar el crecimiento de la economía sin que quedase comprometido el sector externo.

El FMI no decidió sobre nada de eso. Más bien, lo dejó pasar. Y el mantener devaluaciones periódicas fue anterior a la firma del acuerdo. Entonces, parece que ese acuerdo más bien fue un factor pasivo, y no activo, en la incubación de los problemas de la economía. Simplemente se limitó a desembolsar los fondos requeridos para el cumplimiento del acuerdo que mantenía con Argentina. Los “condicionamientos” posteriores fueron prenda de negociación para autorizar la ejecución de políticas tendientes a expandir el consumo privado, de cara a las elecciones de 2023.

La argucia de los condicionamientos

Los defectos de la política económica que caracterizaron al gobierno del Frente de Todos no se deben a fuerzas malignas de terceros. Fueron propios. Pesa tanto la obstinación de los ejecutores en avanzar en una dirección equivocada como la pasividad de quienes los criticaron desde dentro del gobierno sin ocuparse de imponer una forma diferente de hacer las cosas. O siquiera de proponerla. No es lo mismo enunciar lo que debería suceder que presentar un programa para hacerlo.

¿La fórmula debió haber sido otra y no la que fue? Entonces es necesario observar que la responsabilidad de trabajar para dar lugar a opciones exitosas recae sobre la conducción de una fuerza política. Si el binomio Alberto-Crisitina estaba destinado a fracasar, ¿para qué se lo impulsó?

Las argucias de los condicionamientos, sean del FMI o de los “factores de poder”, son tendenciosas. Tienen la connotación de que el problema provino de los obstáculos. Si no hubieran existido, todo habría andado sobre ruedas. Pero en realidad gran parte de la política se trata de vislumbrar las necesidades que se desprenden de un programa y organizar a las fuerzas interesadas en su realización para superar los obstáculos que se interpongan.

En alguna medida, lo supo hacer el kirchnerismo durante las presidencias del período 2003-2015. Y es lo que no se supo hacer desde 2019 a 2023. El hincapié sobre el cambio de condiciones políticas, más adversas entre un período y otro, es trivial. Si justamente se trata de superar una situación difícil provocada por otro gobierno (el macrismo), se supone que tienen que hacerse presentes las dificultades que forman parte de la crisis.

La importancia del pensamiento

No se debe subestimar la magnitud de las dificultades para el diseño de un programa de política económica. En líneas generales, pareciera ser que los objetivos a alcanzar son claros: mejora de los salarios, crecimiento de la producción y la ocupación, fortalecimiento de los servicios que presta el Estado para contribuir a esos objetivos en el largo plazo.

Sin embargo, cuando se trata de darles forma concreta es más frecuente toparse con un desdén hacia las opciones de mejora que con propuestas específicas. 

Por caso, lo normal es que se piense que cuando la economía argentina se expande persistentemente sobrevenga una crisis, porque las aspiraciones vitales de la población exceden a sus posibilidades. O que la sustitución de importaciones en la industria pesada tuvo más defectos que virtudes. Que se considere que, demás de haberse agotado, en la actualidad es irreproducible.

Los fundamentos de tales posturas son tan endebles. Niegan la factibilidad de un cambio en vez de analizarla. O de debatirla. Ante la ausencia de elaboración teórica, primen los reflejos adoptados por el pensamiento convencional.

La espontaneidad

Es útil detenerse en un mensaje del gobernador Axel Kicillof pronunciado durante el homenaje a Eduardo Basualdo. Lo organizó el Área de Economía y Tecnología de FLACSO el jueves 12 de diciembre. 

Kicillof señaló que ante la falta de pensamiento crítico que predomina en las carreras de economía, la obra de Basualdo servía de inspiración. Además de adoptar la perspectiva crítica de escuelas de pensamiento que no convergen con la economía convencional, se abocaba de manera sistemática a la comprensión de problemas propios de la economía argentina.

También se refirió a los gobiernos latinoamericanos de las primeras dos décadas de los 2000, y observó que sus políticas más veneradas, que permitieron mejorar la calidad de vida de la mayor parte de los habitantes de sus países respectivos, no estuvieron asociadas a una elaboración teórica. Surgieron de la espontaneidad, y, con sus matices, fueron muy similares en todos los países que las llevaron adelante. Concluyó señalando que es una tarea pendiente darles forma conceptual y reflexionar alrededor de cómo avanzar con ese tipo de políticas en el futuro.

Basualdo falleció el 19 de octubre de 2024. En su obra, avanzó con una interpretación de la economía argentina según la cual las modificaciones instrumentadas sobre la estructura productiva y la distribución del ingreso desde la dictadura de 1976 obedecieron a estrategias de grupos económicos, que a su vez las aprovecharon para consolidarse.

Valorarla no tiene que llevar a una aceptación lineal de sus premisas, sus conclusiones o sus opiniones en relación al presente. Pero la finalidad que rescata Kicillof de trabajar sistemáticamente en una comprensión de la economía nacional es un acierto.

Ese tipo de comprensión es útil cuando sirve al pensamiento crítico. Se la malversa si se trata de elaborar un pensamiento cuasi-religioso orientado a contraposiciones sin contenido con el ideario de derecha. Cuando ocurre, el ejercicio de comprensión se trastoca en adhesión por parte de quienes la adoptan, perdiendo el elemento analítico que le es inherente. 

Con independencia de quienes sean los autores, la tarea pendiente aludida por Kicillof se encuentra en el núcleo de la encrucijada que afecta a la oposición. La indagación teórica es necesaria para identificar necesidades. Para que la comprensión pase de la espontaneidad a la estrategia. 

Entonces, los obstáculos dejan de ser barreras para transformarse en problemas a resolver, y pasa a ser posible dilucidar cuáles son las alianzas necesarias para afrontarlos. Así se adquiere la claridad necesaria para superar los logros de corto plazo y alcanzar transformaciones de largo plazo. Es lo contrario de quedarse en la queja por los impedimentos que obstaculizan la recuperación del paraíso perdido.