La economía europea, desde Lisboa a Vladivostok, sufrirá un serio colapso como consecuencia de la guerra en Ucrania. Eso va a tener, está teniendo ya, consecuencias en los diferentes regímenes políticos de los países implicados.
Llama mucho la atención estos días el tono de la música que nos llega de Moscú. Por ejemplo la última alocución del Presidente Putin advirtiendo contra el “enemigo interior” la “quinta columna” y los “traidores”.
“Occidente quiere convertirnos en un país débil y dependiente, violar nuestra integridad territorial, fragmentar el país”, dijo Putin. Con ese objetivo se apoyan en la “quinta columna”, esos “traidores nacionales que ganan dinero aquí pero viven allí, no en el sentido geográfico, sino en el mental, de acuerdo con su conciencia de esclavos”. “Esa gente está dispuesta a vender a su madre (…) pero el pueblo ruso sabrá distinguir a los verdaderos patriotas de la escoria y los traidores”. “Una tal depuración solo reforzará a nuestro país, nuestra solidaridad, cohesión y disposición a cualquier desafío”.
Nunca hasta el día de hoy se había oído al Presidente ruso manifestarse en público en tales términos. A la luz de la historia rusa del siglo XX, la cruzada contra el enemigo interno que se sugiere -y que ya tiene algunas manifestaciones concretas en forma de pintadas en los domicilios de personajes del ámbito occidentalista liberal de Moscú y San Peterburgo – es algo manifiestamente inquietante.
Vienen tiempos duros, augura el politólogo moscovita Dmitri Trenin, que augura un reset, un reinicio, del sistema ruso. “El estado ruso es prácticamente invencible desde fuera, pero se desmorona hasta en sus fundamentos cuando una masa considerable de rusos se desencanta de sus dirigentes, de las injusticias o de un sistema ineficaz”, dice.
“Los intentos de provocar el conflicto civil dentro de Rusia son nuestro peor escenario y los enemigos de nuestro país apuestan precisamente por ello”, dice Konstantin Zatulin, el vicepresidente de la comisión de la Duma para asuntos del entorno postsoviético. “Lo que ocurre en Ucrania es la guerra civil que en su día se aplazó y no tuvo lugar, cuando la traición de nuestra élite disolvió la Unión Soviética”, dice.
Este inequívoco discurso debe ser colocado al lado de las nuevas realidades económicas que las sanciones occidentales determinan. Los oligarcas rusos ya no pueden continuar funcionando como hasta ahora, extrayendo riqueza de Rusia, insertándola en la economía global controlada por Occidente y guardando sus beneficios en paraísos fiscales. El riesgo de confiscación y la imposibilidad de mover el dinero en y hacia Occidente lo cambia todo para ellos.
“El pueblo ruso sigue con interés la devolución al país de los capitales exportados por los oligarcas que temen ser confiscados y detenidos en los países de la OTAN”, dice Sergei Glaziev un raro consejero de Putin con concepciones económicas que enfatizan el reparto social. ¿Invertiran ahora los oligarcas sus beneficios en Rusia en asuntos productivos? ¿Abandonará Putin el sui géneris neoliberalismo burocrático/oligárquico ruso para abrazar una fórmula de capitalismo más parecida a la china, es decir menos orientada al beneficio rentista de una minoría de super ricos a la americana y más productiva, con inversiones en infraestructuras, en el bienestar general de la sociedad y con cierta capacidad de reparto? No lo sabemos, pero todo le empuja a ello. La suma de esos dos aspectos, lo que el discurso augura y lo que la economía determina, arroja un resultado inequívoco: un régimen más social y más represivo. La URSS era algo así. Y algo así supondría un “cambio de régimen” en Rusia. Pero, ¿qué pasa con Europa?
Fedor Lukianov, otro politólogo moscovita, también tiene claro que vienen tiempos duros. “Serán malos para nosotros pero también para ellos”, dice, refiriéndose al efecto de las sanciones. La diferencia es que el pueblo ruso sabe sobrevivir (en condiciones extremas), mientras que los europeos no saben”. “Y ahora estamos realmente en esta situación”, continua, “veremos qué pasa. Para aumentar la presión, tendrán que aplicarnos más castigos, y nosotros responderemos con medidas muy duras hasta cerrar la válvula del gas y del petróleo. Es un juego de eliminatorias, cuya posibilidad hasta hace poco era difícil de imaginar,” concluye.
Las sanciones contra Rusia ya están transformando Europa. Para compensar los 55.000 metros cúbicos de gas que Alemania recibe anualmente de Rusia vía gaseoductos, deberían llegar diariamente al país mil barcos con gas licuado estima Markus Jerger, de la asociación económica de empresas medianas. “Las sanciones no deben perjudicar a los estados europeos de forma más dura que a los dirigentes rusos”, advierte alarmado el canciller federal, Olaf Scholz. “Casi un 40% de los consumidores alemanes alegan deterioro de su situación económica y las medidas comerciales ya les están perjudicando”, dice. No es solo una cuestión de gas y petróleo.
La Federación Agraria Alemana (DBV) augura “aumentos de precios para los productos alimentarios de una escala desconocida”. Rusia tiene importantes posiciones en el mercado de cereales, pero también en el de potasio, paladio, neón, titanio, aluminio… “Al pedir sanciones aun más agresivas, Biden está pidiendo a Europa que se suicide”, dice el diario ruso Kommersant.
El cambio en Alemania
En medio de este shock bélico, Alemania ha llevado a cabo su remilitarización. En el país en el que en una fecha tan cercana como abril de 2018 un 94% de la ciudadanía valoraba en las encuestas de la agencia Forsa como “importante” el mantenimiento de unas buenas relaciones entre Berlín y Moscú, la conmoción de la guerra de Ucrania ya ha hecho posible un giro cardinal. Los 100.000 millones de incremento del presupuesto militar alemán van a convertir al Bundeswehr, actualmente el séptimo ejército del mundo, en el tercero, solo por detrás de los americanos y de los chinos, y claramente por delante de Francia, algo que necesariamente preocupa en París. En un abrir y cerrar de ojos, la opinión pública más antimilitarista del continente ha sido burlada de un día para otro. El cambio será consagrado en la Constitución.
El acuerdo 2+4 de la reunificación alemana de septiembre de 1990 estableció que “de suelo alemán solo salgan impulsos de paz” y prometía que “Alemania nunca utilizará ninguna de sus armas, salvo de conformidad con su Constitución y la Carta de las Naciones Unidas”. El artículo 26 de la Constitución Federal, establece claramente que “las acciones dirigidas y que tienen por objeto perturbar la vida pacífica de los pueblos, en particular la preparación de una guerra ofensiva, son anticonstitucionales y punibles por la ley”. Todo eso que la guerra de Kósovo, primera participación militar alemana en una guerra desde Hitler, ya apuntó, ahora va a ser consagrado e institucionalizado. El experto chino Zheng Yongnian se pregunta si el rearme alemán no tendrá consecuencias en Japón, donde desde hace años se quiere revisar el artículo antimilitarista de la Constitución.
Oficialmente, Estados Unidos mantiene en Europa unas cien bombas nucleares en Bélgica, Alemania, Holanda, Italia y Turquía, como parte de su sistema de “disuasión nuclear”. De ese total, Alemania alberga una veintena (el número exacto lo desconocen hasta los propios parlamentarios) en la base aérea de Büchel, las llamadas B61. El 82% de los encuestados se pronuncia a favor de la retirada de esas bombas de Alemania. La opinión mayoritaria de la ciudadanía contradice frontalmente otro compromiso del acuerdo de coalición del actual gobierno: mantener la “obligación” de compartir con Estados Unidos el rearme nuclear de la OTAN, con el estacionamiento de nuevas bombas en Alemania para el año 2025, así como sufragar los 45 aviones bombarderos F-18 encargados de transportarlas, con un coste total de 8.000 millones de euros. El 72% de los alemanes se declara específicamente en contra de esa participación, que por otra parte viola el compromiso del acuerdo de reunificación de 1990 (2+4) de renunciar a poseer armas nucleares. Oficialmente esas armas no son alemanas, pero en la práctica los aviones alemanes las llevan- y las llevarán aún más- en maniobras nucleares ofensivas como “Steadfast Noon” (2021) encaminadas, según la propia definición de la Alianza, a “garantizar que la disuasión nuclear de la OTAN sea segura y efectiva”.
¿Más disciplina nuclear?
Ya antes de la guerra de Ucrania, el desagrado de la opinión pública alemana hacia el militarismo, su mayoritario rechazo a la presencia de armas nucleares en su país, y el peligro que representaba la posibilidad de que las fuerzas políticas respondieran activamente a todo ello (es decir, el remoto peligro de que se ejerciera la democracia), llevó a la OTAN a incrementar su presión sobre los políticos alemanes. Meses antes de la formación del nuevo gobierno de coalición en Berlín, Estados Unidos, Francia y la OTAN criticaron a Alemania por su estatus de “observador” en la conferencia del Acuerdo para la prohibición de armas nucleares (TPNW, en sus siglas en inglés) prevista para este mes y pospuesta por la pandemia. Todos los países de la OTAN votaron en contra del TPNW y 122 lo hicieron a favor en la ONU. Solo cuatro estados europeos, Austria, Irlanda, San Marino y Malta, ya han ratificado el TPNW. Noruega y Alemania son “observadores” y desde Francia, Emmanuel Macron exigía más independencia militar europea y menos dependencia de la OTAN. El temor a una reacción en cadena con pasos similares en Bélgica y Holanda, llevó entonces a la OTAN a ejercer presión sobre Berlín.
Todos los miembros del bloque militar atlantista, “deben hablar con una sola voz en cuestiones nucleares”, “espero que Alemania gaste mas en su ejército”, dijo en noviembre el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Ante el peligro de que el acuerdo de coalición concluyera en un consenso por retirar de Alemania las bombas, Stoltenberg chantajeó con la posibilidad de que “la consecuencia podría ser fácilmente que esas armas nucleares se albergaran en otros países de Europa, al Este de Alemania”, lo que resultaría aún más provocador para Rusia.
Todo esto ha saltado por los aires como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania. Alemania, como el resto de Europa, ya está firmemente alineada en la disciplina de bloque. Esto también es un “cambio de régimen”.
La inflación y la carestía van a provocar otros cambios en Europa. El ulterior deterioro de las condiciones de vida de la mayoría social que se sumará a las consecuencias de la crisis del 2008 y de la pandemia, ¿a quién beneficiará electoralmente? En España tenemos un escenario bastante claro a ese respecto, en el resto de la UE cada país tiene el suyo. ¿Qué regímenes administrarán el general deterioro del bienestar en los distintos países de Europa? Parece que no solo Rusia, y por supuesto Ucrania, sino todos vamos a salir perdiendo con los “cambios de régimen” que la guerra determina.
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