Chile está dando pasos. Todavía no se ha logrado nada, se están construyendo las bases para dejar atrás el modelo neoliberal pinochetista y todos los consensos diseñados por los Chicago Boys.
El primer paso ha sido la irrupción pública y masiva de ciertos malestares que se vivían de manera individual, bajo la apariencia de fracasos individuales, legitimados por la bendita meritocracia. Las culpas se percibían como fracasos desconectados del conjunto y la impugnación al sistema de explotación estaba ausente. Pero un día se encadenaron esos reclamos y todo cambió.
Por otra parte, la capacidad del «ciudadano promedio» de percibir que el sistema ya no podía absorber esas demandas insatisfechas y traducir esos malestares en significantes del cambio. Una vez lograda la necesidad de reforma, se ha iniciado el camino hacia la emancipación de los viejos estándares que yacían en la vieja constitución.
La victoria popular de ayer formaliza la caída de los conservadores y pone la nueva Constitución en manos de una variedad de sensibilidades. Después vendrá la aprobación definitiva y las elecciones presidenciales, donde el paso también condicionará el futuro de la sociedad chilena.
Por último, venimos planteando una idea que escapa a las viejas lógicas de izquierda/derecha, e incluso el arriba/abajo como motor antagonista de la formación de nuevas identidades.
El nosotros/ellos se configura a partir de un nuevo sujeto social: el protagonista del cambio social es el sujeto sensible, aquel que es capaz de sentir un dolor ajeno como propio, el que mira lo que le pasa a su comunidad. En en un mundo hiperindividualista, parece mentira pensar que las operaciones de impugnación al sistema de desigualdad se realicen a partir de la sensibilidad y la solidaridad.
Algunos «viejos progresistas» pensarán que la juventud actual está perdida y dirán que solamente las herencias, los legados y los símbolos son capaces de impulsar un cambio, pero queda claro las nuevas caras de la política son una realidad innegable.
No es una victoria «final», es una muestra en un camino lleno de espinas que tiene como objetivo la derrota del neoliberalismo, esa faceta cruel del capitalismo que ha logrado desconectar -con alta eficacia- nuestras sociedades, las ha roto, las ha desmembrado.
Y es un camino lleno de espinas porque del otro lado de la frontera aguardan los neofascismos y autoritarismos encapuchados en la idea de «extrema libertad». Ya he dicho en algunas ocasiones que la idea de libertad también está en disputa, porque a ese sentido geométrico (tu libertad termina donde empieza la mía) debemos desplegar la idea de que solo podemos disfrutar de la libertad si la compartimos. La verdadera libertad, en este mundo injusto y desigual, es aquella que compartimos de manera comunitaria.
Y encadenada a la libertad está la idea de solidaridad. Nadie se salva solo, solo somos libres y nos realizamos en comunidad.
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