Por Luis Casado*
“EEUU: el nuevo presidente concretiza un aumento espectacular del papel del Estado Federal en la vida de los ciudadanos y una explosión del gasto público” – Le Figaro, Paris, 09 abril 2021
Cuando le preguntaban a Milton Friedman ¿Qué hay de nuevo?, con una sonrisa maliciosa Milton respondía: Adam Smith.
Mi muy admirado Bernard Maris –acribillado en lo de Charlie Hebdo– tenía razón: la Economía y la Teología comparten el dudoso privilegio de no haber descubierto nada nuevo durante siglos. Lo que no es óbice u obstáculo para que los expertos sigan contando payasadas y vivan alegremente de ello.
Tú, que no eres tan asopado, seguramente sabes que en Física llevamos un siglo esperando que algún genio descubra cómo reunir en una sola teoría las Relatividades de Einstein y la Mecánica Cuántica de un puñado de superdotados, entre los cuales se cuentan el propio Einstein, Planck, Bohr, Schrödinger, Heinsenberg, de Broglie, Dirac, Feynman, Pauli, Penrose y aun otros.
Así, los tres pilares en los que reposa nuestro conocimiento del mundo, a saber, la relatividad general que trata de la gravitación universal, la relatividad especial que trata del espacio y del tiempo, y la mecánica cuántica que trata de las partículas elementales, no logran fusionar, impidiendo la eclosión de una teoría única que dé cuenta del Universo que nos cobija.
Pedro Quijada, -mi profesor de Física en el Liceo Neandro Schilling de San Fernando-, nos enseñó la Física Clásica, la de Galileo y Newton, allá por los años 1960. No fue difícil entender que los cuerpos celestes se atraen con una fuerza directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Sin embargo, esa noche, al mirar la Luna, me quedé pensando en cómo hacían ella y la Tierra para atraerse a la distancia, y mi cafetera se negó a aceptar el fondo de la teoría de la gravitación universal.
Einstein ya había respondido en 1915-1916 con su Relatividad General, teoría que sostiene que no se trata de fuerzas que nadie sabe cómo se propagarían en el vacío, sino de una deformación del espacio-tiempo provocado por las masas de los objetos celestes que pueblan el Universo. Algo más tarde comenzó el remezón que provoca hasta ahora la búsqueda de una teoría cuántica de la gravitación, historia de darle coherencia a la Física como una teoría de todo.
Como comprendí muy pronto, la Física no es complicada: basta con hacerse las preguntas adecuadas. Brian Cox y Jeff Forshaw pretenden que la Mecánica Cuántica es de una sencillez que espanta: un puñado de partículas elementales que obedecen “a algunas leyes que podrían resumirse en el reverso de un sobre”.
No obstante, los tres elementos que alguna vez constituyeron la materia –protones, neutrones y electrones– revelaron que están constituidos de partículas aún más elementales, los quarks, y ahí se chivó el tema.
Por ahí, -en los años 1960-, contrariando la doxa, tres científicos concluyeron en que el resultado de algunos cálculos muestra que las partículas elementales no poseen masa, o si prefieres que la masa no es una propiedad intrínseca de las partículas. La casi totalidad de la comunidad científica los llamó del nombre del puerco, se cagó en sus muertos y les pidió regresar ipso facto a lo más profundo de sus claustros maternos. Tú ya sabes, el sendero que recorren los genios está plagado de incomprensión, envidia y mala leche.
Visto lo cual, un racimo de patriotas que laburaba cada uno para su santo, François Englert, Robert Brout, Peter Higgs, Gerald Guralnik, Carl Richard Hagen y Thomas Kibble postularon separadamente, en 1964, que la masa no es sino un fenómeno de interacción de partículas, y que la responsable de la interacción que llamamos masa no es sino un bosón que alguien llamó de Higgs, olvidando al resto del paquete de claveles.
Lo que sigue es conocido: el Large Hadron Collider (LHC) de Ginebra, que en realidad está bajo tierra en territorio francés, terminó por probar -60 años más tarde- que el bosón en cuestión existe, visto lo cual la comunidad científica se hizo la peras cocidas, miró hacia el cielo, proclamó que errare humanum est, y saludó unánimemente la intuición de los jóvenes investigadores que hasta ese momento había calificado de reboludos.
Los profesores de la Escuela de Ingeniería que frecuenté en Francia en los años 1980 comenzaban sus clases con una frase que decía mucho de su lucidez: “En el estado actual de nuestros conocimientos…” Hacían bien. En estos días aciagos, en los que un pinche virus que existe desde la noche de los tiempos nos tiene acojonados y a la defensiva, un equipo de 200 científicos reunidos en torno al FermiLab (Chicago) piensa que una anomalía constatada en el comportamiento magnético del Muon g-2 es una señal que indica que el cuadro conceptual que describe lo infinitamente pequeño podría estar errado e irse de espaldas, abriéndole paso a una nueva concepción de la Mecánica Cuántica.
No me extraña. Hace décadas, mi amigo Giorgio Ciucci, profesor de Física del Politécnico de Milano, me regaló un libro de Richard Feynman: QED – The Strange Theory of Light and Matter. La electrodinámica cuántica, que describe el comportamiento de los electrones en un campo magnético, pasa por ser una de las teorías mejor conocidas de la Física probabilística. No obstante, Feynman asegura que su comprensión del comportamiento de los electrones (o de los quanta de luz, los fotones) no va mucho más allá de dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis…
Giorgio, con una fiorentina atravesada entre las mandíbulas, había justificado el raro proceder de electrones, fotones, quarks y otros leptones, afirmando en medio de una carcajada: “Appunto!: le particelle si comportano come particelle”.
Te cuento lo que precede solo para ponerle zócalo a lo que viene. En Economía no tenemos estos problemas. Cualquier zopenco viene a la TV a explicar en 45 segundos cronometrados las tasas de interés, el precio de los commodities o la baja del consumo de cacahuetes, a partir de la ley Universal, la de la Oferta y la Demanda, sácate el sombrero y saluda.
Hay boludos que pasan años en Harvard estudiando los arcanos de la Teoría del Equilibrio General (TEG) y bebiendo cerveza (sobre todo bebiendo cerveza), y luego resumen todo en la ley de la Oferta y la Demanda, cuyo enunciado vale el desplazamiento:
Si los precios suben, sube la oferta y baja la demanda, si los precios bajan, baja la oferta y sube la demanda.
Todo lo demás, -el Equilibrio General, los precios de equilibrio y hasta el Ebitda de los productores de espadrillas- surge de la ley de la Oferta y la Demanda, como ocurre con la electricidad en que todo deriva de una fórmula elemental, la muy conocida Ley de Ohm: u = r * i
A partir de ahí, -la ley de la Oferta y la Demanda y la TEG-, los economistas han predicado durante décadas una serie de verdades reveladas que no conviene poner en duda si quieres hacer carrera como ministro de Finanzas, presidente del Banco Central, alto ejecutivo de una multinacional, o cantamañanas en el FMI y en el Banco Mundial:
• La intervención del Estado en la economía es caca
• La emisión monetaria sin respaldo es caca
• Los impuestos a las grandes corporaciones son caca
• La deuda pública es caca
En eso estábamos cuando Joseph Biden lanzó una idea que, si bien no es suya, tiene el mérito de enviar al basurero de la Historia toda la cháchara de la teoría económica de una sola plumada.
Joe (¿puedo llamarlo Joe?) propuso un plan de estímulo económico cifrado en algo más de dos billones de dólares. Visto que el Imperio no dispone de ahorros, ese billete debe ser emitido con cargo a la deuda pública federal. El Tesoro (ministerio de Finanzas de los EEUU) conminará pues a la FED (banco central de los EEUU) a prestarle los US$ dos billones, ergo emisión sin respaldo. Digamos de paso que la FED está pasada de entrenamiento: desde hace algunos años lo más claro de su actividad ha consistido en emitir dólares que es un gusto, práctica conocida como Quantitative Easing o relajo monetario. “Su balance”, como dicen los entendidos, se ha inflado como una Montgolfière y estaría a punto de reventar si no fuese porque el Imperio aun goza del privilegio obtenido en Bretton Woods en el año de gracia de 1944. Dicho privilegio consistió en garcharse a los actores de la II Guerra Mundial, imponiendo el dólar como única moneda de reserva y de pagos internacionales.
De ahí que el ya citado Milton Friedman, -a quien decididamente le gustaba el cachondeo-, afirmase: “Los EEUU no le debemos nada a nadie. Nuestra deuda está inscrita en dólares, y quien fabrica los dólares somos nosotros”. Dicho lo cual estallaba en una saludable carcajada que más de una vez puso en peligro la integridad territorial de su tripa.
Si el Tesoro no obtiene dólares de la FED, tendría que endeudarse en los mercados financieros, lo que de todos modos es deuda. Visto que la deuda soberana de los EEUU supera el 100% del PIB, que el déficit presupuestario yanqui superó con creces en el año 2020 los tres billones de dólares (un aumento del 218% con relación a 2019…) de todo esto se puede extraer algunas conclusiones.
• La intervención del Estado en la economía dejó de ser caca, visto que el programa previsto por Joe reposa en inversiones en infraestructuras que nunca le hicieron perder el sueño a los privados: es el Estado Federal el que interviene pesadamente en la economía vía gasto público o política presupuestaria.
• La emisión monetaria cesó de ser caca, visto que los EEUU han emitido y emitirán dólares sin respaldo en montos que podrían llegar al 50% de su PIB, y aun más si hace falta.
• La deuda pública ya no es caca sino LA herramienta económica por excelencia: para reflotar las empresas privadas, para distribuir poder adquisitivo entre los pringaos, para financiar las numerosas obras de infraestructura, sin olvidar el poderío militar que sostiene al Imperio.
• Finalmente, los impuestos a las grandes corporaciones y al riquerío también evacuaron –si oso escribir – la categoría de caca: Joe quiere cobrarle impuestos a las multinacionales yanquis, así como a los milmillonarios que han visto crecer sus fortunas en más del 64% desde el comienzo de la crisis sanitaria. El broche de oro es el llamado del FMI a cobrarle impuestos a los privilegiados, cuestión de hacer el paripé de una contribución a la lucha contra la pandemia. El FMI pidiendo aumentar los impuestos… ¡Vivir para ver!
¿Y la teoría económica? Se la han pasado por la alfombra que recubre las amígdalas del sur, lo que no es de extrañar: la pinche teoría económica nunca tuvo otra utilidad que la de justificar la concentración de la riqueza en manos de un puñado de privilegiados. Quienes controlan el manguito del emboque pueden hacer con ella lo que les salga de las narices. Los economistas, condottieri moderni, seguirán cacareando lo que les ordenen.
He aquí que un pijotero virus, que existe desde hace cientos de miles de años y lucha por existir otros tantos, ha dejado la teoría económica a la altura del unto, que es donde siempre debió estar.
Nadie pretende que, como en el caso de la Física, pudiese surgir algún genio capaz de cambiar radicalmente la teoría económica. Como decía Al Capone, “Se obtiene más con palabras amables y una pistola en la mano, que solo con palabras amables”. Para el capitalismo, la teoría económica es la pistola, y los expertos y otros economistas no son sino sicarios: pistoleros a sueldo.
Como te contaba al inicio de esta parida… Cuando le preguntaban a Milton Friedman ¿Qué hay de nuevo?, con una sonrisa maliciosa Milton respondía: Adam Smith.
Gentileza de Other News
*Editor de POLITIKA. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Su vida profesional, ligada a las nuevas tecnologías destinadas a los Transportes Públicos, le llevó a trabajar en más de 40 países de los cinco continentes. Ha publicado varios libros en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.
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