Escriben David Lauter y Richard Luscombe (*)
Biden cambia el mapa político
Por David Lauter
A lo largo de un decenio o más, los estrategas demócratas han afirmado que su partido estaba a punto de ensanchar su mapa político: Georgia y Arizona acabarían por convertirse en estados en los que se podía competir, insistían.
Esa creencia ha sufrido repetidos retrocesos. Los demócratas perdieron cuando Jason Carter, nieto del expresidente, fracasó en su carrera por lograr el puesto de gobernador de Georgia en 2014. Se quedaron de nuevo por debajo cuando Stacey Abrams perdió en su campaña por ser gobernadora cuatro años después.
De modo semejante, en Arizona los demócratas han perdido repetidas veces en el estado, aunque se han apuntado algunas victorias de importancia a escala local, entre ellas la derrota de Joe Arpaio, tristemente célebre como sheriff anti-inmigrante del condado de Maricopa, en el que se encuentra Phoenix.
En ambos estados, Joe Biden lidera actualmente la carrera presidencial por un estrecho margen. Si se mantiene esa ventaja, habrá triunfos significativos para el partido, otorgándole 306 votos electorales, la misma cifra que logró el presidente Trump hace cuatro años, algo que se saludó como un triunfo aplastante. Pero Biden podrá vindicar, por añadidura, una victoria significativa en el voto popular, que está en camino de ganar por al menos cuatro o cinco puntos de porcentaje.
Como mínimo, la posición de Biden demuestra que ha llegado ya el cambio largamente anticipado a una situación en la que poder disputar el Sunbelt [Cinturón del Sol, la región de Estados Unidos que se extiende desde la costa atlántica del Sureste hasta la costa pacífica del Suroeste], resultado del cambio demográfico, un incansable esfuerzo organizativo y el impacto polarizador de Trump.
Con la elección de Mark Kelly, Arizona tendrá ahora dos senadores democráticos, la primera vez desde que ganó el republicano Barry Goldwater en 1952. Y en Georgia, ambos escaños del estado en el Senado parecen destinados a una segunda vuelta el 5 de enero, contiendas que decidirán probablemente qué partido controlará la mayoría del Senado.
Ese es un gran cambio desde el martes por la noche, cuando la derrota de los demócratas en Florida y Tejas estableció el tono de la cobertura.
Eso no significa que los demócratas consiguieran la «ola azul» que habían estado esperando.
El partido perdió al menos media docena de escaños del Congreso y no logró darle la vuelta a las cámaras legislativas de los estados de Tejas, Carolina del Norte y otros lugares en los que los manipuladores de las circunscripciones electorales han apuntalado el poder de los republicanos. Eso significa que los republicanos seguirán en condiciones de dominar el trazado de los límites de los distritos en esos estados después del actual censo.
Por ende, aunque los demócratas tuvieran avances en algunas partes del Sunbelt, los republicanos reforzaron su control de Florida, en buena medida gracias a la solidez de su atractivo para los votantes hispanos de la zona de Miami.
Los demócratas también se quedaron por debajo de sus objetivos en Tejas, donde esperaban hacerse con varios escaños de la Cámara de Representantes. Algunas de estas derrotas las provocó el fracaso de los demócratas a la hora de comprometer a la población hispana de Tejas, que es amplia, pero tiende a participar poco en las elecciones. Pero los candidatos del partido también perdieron algunas batallas en las afueras residenciales de Dallas y de Houston, donde habían esperado hacer progresos sobre los avances conseguidos entre los votantes blancos en las elecciones de mitad de mandato en 2018.
Sin embargo, los avances conseguidos por Biden – erosionar los márgenes de Trump en zonas de clase trabajadora como el noreste de Pensilvania y el condado de Macomb, en las afueras de Detroit, incentivar una mayor participación de votantes negros en Filadelfia, la Atlanta metropolitana y otras ciudades de importancia, y apuntalar el apoyo a su partido en zonas residenciales, desde Charlotte, en Carolina del Norte, a Milwaukee o Phoenix – han creado una sólida coalición sobre la que puede ahora albergar su partido la esperanza de construir.
Que los demócratas vayan o no a ser capaces de seguir hasta el final en esto dependerá de bloques importantes de votantes que estarán ahí para quien los quiera en los próximos dos años. Las primeras pruebas vendrán con esa disputa de la segunda vuelta del Senado en Georgia, en la que se presentará el senador republicano David Perdue contra el demócrata Jon Ossoff, en unas elecciones regulares para un mandato de seis años, y la senadora republicana Kelly Loeffler contra el reverendo Raphael Warnock, en unas elecciones especiales para cubrir los dos años que restan del mandato del senador jubilado Johnny Isaakson.
De máxima preocupación para ambos partidos: ¿Qué pasa con esos votantes de zonas residenciales que votaron a los demócratas en 2018 y 2020 por su repugnancia hacia Trump?
Muchos son antiguos republicanos o independientes moderadamente conservadores. ¿Los han convertido los demócratas o los han alquilado sólo para un par de elecciones? Si lo primero demuestra ser cierto, el partido puede tener la esperanza de una mayor consolidación de su mayoría. Pero si se trata de lo segundo, los republicanos podrían estar en condiciones de recuperar en dos años la Cámara de Representantes, puesto que el partido fuera del poder suele normalmente tener avances en la primera elección de mitad de mandato de una nueva presidencia.
Mantener la lealtad de los votantes de zonas residenciales, a la vez que se motiva al núcleo más progresista del partido va a suponer un desafío significativo para Biden y los estrategas demócratas del Congreso. Ya esta semana, las tensiones ideológicas en el partido quedaron públicamente a la vista cuando legisladoras centristas, como la representante Abigail Spanberger de Virginia, atacaron a los progresistas por haber promovido cuestiones como las de «retirar la financiación de la policía», que, en su opinión, habían puesto en peligro su reelección y provocado derrotas del partido en distritos más conservadores.
Los republicanos se enfrentan a sus propias divisiones. El jueves, el hijo mayor de Trump, Donald Trump Jr. atacó a quienes confían en ser candidatos presidenciales del partido en 2024 por no salir en defensa de su padre. De modo más general, el partido todavía no se ha hecho una idea de si puede aprovechar el fervor de los partidarios de Trump sin las apelaciones al racismo y al sentimiento contrario a los inmigrantes que han provocado la reacción negativa de zonas residenciales.
Los dos partidos se enfrentan a un problema semejante con el otro gran bloque de votantes que 2020 ha demostrado que estaba en juego: los hispanos.
Los republicanos tuvieron éxito claramente a la hora de atraerse a los cubano-norteamericanos y otras comunidades latinoamericanas de Florida. No se trata sólo del fenómeno de Trump. El apoyo de estos votantes desempeñó también un papel principal en las victorias en 2018 del gobernador Ron DeSantis y el senador Rick Scott.
Los republicanos más optimistas creen que pueden progresar partiendo de los éxitos conseguidos hasta ahora y formar un partido multirracial que combinaría a los votantes hispanos socialmente conservadores con los blancos de cuello azul bajo la bandera del populismo de centro-derecha, adhiriéndose a las partes políticamente más atractivas del trumpismo sin el bagaje personal del presidente.
Que esto vaya a ser factible o no – o si harán trizas las tensiones raciales cualquier coalición de ese género – constituirá una pregunta de envergadura en varios años próximos.
Del otro lado, los demócratas pueden apuntar a Arizona como evidencia de que movilizar a los votantes latinos puede ser para ellos clave para la victoria en el Sudoeste. Pero sus fracasos en Tejas han demostrado los límites de su estrategia hasta ahora.
En el seno del partido arrecia ya un debate acerca del grado en que el énfasis de este año en la justicia racial ayudó a movilizar a electorados claves por contraposición al alejamiento de aquellos votantes que de verdad querían oír hablar más de atención sanitaria, del salario mínimo y otras preocupaciones del bolsillo.
Esas tensiones en el seno de cada partido darán forma a las medidas políticas y las batallas legales de una administración de Biden. Por ahora, sin embargo, mientras se prepara a investirse con el título de presidente electo, Biden puede saborear el momento de una victoria que ha costado mucho, pero que resultó, al final, convincente. Los Angeles Times, 5 de noviembre de 2020
Después de Trump: primeros tiros de la batalla por el futuro del Partido Republicano
Por Richard Luscombe
Durante cuatro años, concitó su inquebrantable lealtad. Le protegieron del «impeachment«, dieron su tácita aprobación mientras se separaba de sus padres a los niños en la frontera y se les metía en jaulas, y miraron hacia otro lado mientras se les lanzaban gases a norteamericanos que protestaban pacíficamente, como oportunidad para hacer fotos.
Ahora, en la mortal agonía de la presidencia de Donald Trump, los republicanos que antes iban codo con codo con el hombre que remodeló el partido a su voluntad salen en desbandada para distanciarse de sus infundadas afirmaciones de que le han robado las elecciones.
«Indignante, gratuito y un error terrible», ha afirmado el gobernador de Maryland, Larry Hogan, de la errática busca de alegaciones falsas por parte de Trump; «muy alarmante», de acuerdo con la senadora de Pensilvania senator Pat Toomey; y «una temeridad», en palabras del excandidato a la presidencia Mitt Romney.
Este romper filas de un número creciente de senadores, congresistas, gobernadores y otros cargos electos – que surgen sólo después de que la causa de Trump parezca perdida – augura una inminente batalla sobre el futuro rumbo del Partido Republicano con su mascarón fuera del escenario.
Quienes ahora se muestran abiertamente críticos después de años de silencio deben sopesar las consecuencias de dejar oír su voz mientras siga habiendo leales dentro del partido decididos a portar la enseña del trumpismo en las elecciones de 2024 y más allá. En esa facción se incluyen senadores republicanos como Ted Cruz y Tom Cotton, así como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, acérrimo aliado de Trump, que ha apremiado al presidente a «seguir luchando y agotar todas las opciones» en su vano esfuerzo de demostrar un amplio fraude electoral.
«El trumpismo permanecerá porque sigue él siendo una figura extremadamente popular entre sus bases. Pero, ya saben, para muchos republicanos siempre ha sido cuestión de pragmatismo», afirma Jason Stanley, profesor de Filosofía en la Universidad de Yale University y autor de un libro éxito de ventas: How Fascism Works: The Politics of Us and Them.
«Hay una parte del Partido Republicano que le apoya principalmente porque es Trump, y humilla a los progres y dice cosas racistas. Y luego hay otro grupo que le apoya porque saca adelante las medidas políticas de la derecha más dura».
«Mi expectativa es que el Partido Republican dará prioridad a cualquier mecanismo que le haga falta para dominar los tribunales, seguir suprimiendo el voto, asegurarse de que puedan, como partido en minoría, seguir controlando las palancas de gobierno».
Stanley cuestiona la oportunidad de quienes parecen liberarse de Trump dejando ahora oír su voz.
«El Partido Republicano lleva con esta práctica anti-democrática desde bastante antes de Trump», afirma.
«Han ido actuando como si los demócratas no fueran legítimos, como si no tuvieran la responsibilidad de co-gobernar con los demócratas y su único propósito fuera echar a los demócratas y gobernar como partido de una minoría».
«Me explico: hemos tenido cuatro años de esto. Cuando la gente hace lo que mínimamente se espera, eso no significa que haya que llenarla de alabanzas…Las normas se han quebrantado de tal modo que nos preguntamos si elogiar a la gente cuando el presidente está evidentemente intentando amañar y hurtar las elecciones».
Está por ver si veteranos republicanos más moderados que han sido críticos con Trump, como Mitt Romney, senador por Utah, mantendrán su influencia cuando el partido conciba su rumbo para la presidencia de Biden.
Romney distribuyó una declaración redactada en términos riguroso el viernes pasado que afirmaba que eran erróneas las aseveraciones de Trump de que las elecciones estaban amañadas, de que habían sido corruptas y objeto de un robo. «Perjudican a la causa de la libertad aquí y en todo el mundo, debilitan las instituciones que son cimiento de la República e inflaman temerariamente pasiones destructivas y peligrosas», escribió.
Entre otras figuras republicanas que siguen todavía montadas en el tren de Trump, aun cuando esté descarrilando, se cuentan fieros leales como DeSantis, Cruz, Cotton, el senador de Carolina del Sur, Lindsey Graham, y apologetas como Newt Gingrich, antiguo presidente de la Cámara de Representantes, más Rudy Giuliani, antiguo alcalde de Nueva York y abogado personal de Trump ampliamente ridiculizado por su aparición en la reciente película de Borat.
Todos han respaldado públicamente las falsas afirmaciones del presidente de actividad ilícita, pasando por alto el hecho de que se han hecho sin pruebas.
«Son esos los políticos más peligrosos que tenemos. Le otorgan un valor nulo a la democracia», afirma Stanley, el profesor de Yale.
«Algunos de ellos, como Tom Cotton y Ted Cruz, ya saben, podrían ser en varios aspectos más peligrosos que Trump». The Guardian, 7 de noviembre de 2020
(*) David Lauter es corresponsal en Washington del diario californiano Los Angeles Times, para el que ha trabajado desde 1981 cubriendo el Congreso, el Tribunal Supremo y la Casa Blanca.
(*) Richard Luscombe periodista independiente radicado en Miami, Florida, es colaborador del diario británico The Guardian
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