Una vez consumado el fallo, de aquí en adelante lo más difícil de lograr es que los pasos a dar por parte de las fuerzas del peronismo y sus aliados estén inspirados en una mirada amplia y comprensiva de todo lo que está en juego, comenzando por la situación del país, su presente y su futuro a partir de la marcha de las agresivas políticas de Milei.
Existe un acuerdo general en considerar que el fallo de la Corte que llevó a la inhabilitación y prisión domiciliaria de Cristina Kirchner está destinado a provocar una serie de efectos que, necesariamente, suponen dar inicio a una nueva etapa cuyas derivaciones políticas aún son difíciles de prever. En buena media, porque el alcance y la dirección que tomen los acontecimientos dependerá de las decisiones que de aquí en adelante asuman los principales protagonistas, en primer término, la propia líder justicialista y la dirigencia que forma su círculo más próximo.
Los tres integrantes del máximo tribunal no solo dejaron firme un fallo teñido de irregularidades (ver https://yahoraque.com.ar/increibles-maniobras-poder-judicial/) sino que produjeron un hecho que, desnaturalizando la función del máximo tribunal, significa sentar el precedente de una Corte Suprema decidida a intervenir de facto en el proceso político. Y si bien la manipulación de la justicia como instrumento para dirimir las disputas políticas y de poder reconoce innumerables antecedentes, el fallo representa un “salto de calidad” en el sentido de profundizar la degradación de la vida institucional del país.
En cuanto a sus consecuencias inmediatas, la intervención de la Corte modifica el cuadro político que sirve de marco al próximo proceso electoral, especialmente en la provincia de Buenos Aires. Impacta sobre el peronismo y sus aliados, influye sobre el desarrollo de su proceso interno y al mismo tiempo obliga al oficialismo a revisar su propia estrategia electoral estructurada sobre la base de extremar la polarización confrontando con Cristina Kirchner como protagonista excluyente de la contienda.
Producido el hecho consumado del fallo, aunque el gobierno de Milei intente capitalizarlo electoralmente ante el sector de la población que concibe la inhabilitación y la condena efectiva de CFK como un “acto de justicia”, el dictamen que lleva las firmas de Horacio Rozatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, en cierto sentido, puso en evidencia, paradójicamente, una debilidad del gobierno que el propio presidente libertario ahora intenta disimular.
Si la estrategia electoral de Milei (por cierto bastante evidente) era agitar la bandera del anti-peronismo y convocar al electorado permeable a esa consigna a movilizarse para “meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”, según las propias palabras del presidente, ¿cuál sería el sentido de presionar a la Corte para acelerar un fallo que la inhabilitara?
La hipótesis más plausible es que la Corte actuó con independencia de los planes electorales del gobierno, aunque no ajena a la voluntad de aquellos factores de poder que actúan detrás de bambalinas y que, a través del fallo, demostraron su capacidad de intervenir de facto en el proceso político e institucional.
Un precedente que bien puede ser interpretado no solo como lo que es, una sanción discriminatoria al peronismo y a la dirigencia de signo nacional, sino a la vez como una advertencia velada al presidente libertario, con quién, a pesar de que sus políticas son plenamente funcionales al poder concentrado, mantienen puntos de disputas que nacen de las propias contradicciones de intereses en pugna, inherentes al bloque de poder que está detrás del modelo económico libertario. A modo de ejemplo, las tensiones que se desarrollan entre el gobierno y el Grupo Clarín en torno a la fusión de Telecom con Telefónica, que no tiene precisamente una motivación de carácter ideológico. Un cuadro que, en la medida que las políticas de Milei se profundicen, previsiblemente se agudizará.
Las señales de CFK y el desafío del peronismo
Una vez consumado el fallo, de aquí en adelante lo más difícil de lograr es que los pasos a dar por parte de las fuerzas del peronismo y sus aliados estén inspirados en una mirada amplia y comprensiva de todo lo que está en juego, comenzando por la situación del país, su presente y su futuro a partir de la marcha de las agresivas políticas de Milei.
Todo ello enmarcado en la propia coyuntura en la que se encuentra inmerso el campo nacional, que incluyen las tensiones derivadas del proceso interno que se desarrolla en el peronismo, cuyo epicentro es la provincia de Buenos Aires. Allí, como se sabe, Axel Kicillof intenta llevar adelante desde su Movimiento un principio de renovación que al mismo tiempo que reivindica la experiencia kirchnerista, plantea una nueva agenda de cara al futuro.
Un camino que, objetivamente, está condicionado por las consecuencias políticas del propio fallo, en tanto la condena y proscripción de CFK obliga a toda la dirigencia, como corresponde, a cerrar filas detrás de su figura, haciendo más estrechos los márgenes para el necesario debate autocrítico sobre la propia experiencia kirchnerista, aunque se trate de un tránsito imprescindible para encontrar nuevas respuestas frente a un escenario que, incluso en el terreno electoral, se presenta adverso.
Considerando la complejidad de ese conjunto de factores, parecería imprescindible evitar que el sentimiento de indignación que provoca la injusticia de la condena sea el que termine apoderándose de las decisiones políticas, tanto hacia el interior del peronismo como hacia el conjunto de la población. Un riesgo siempre presente en circunstancias como las que vivimos, mucho más aún en las vísperas del proceso electoral del cual CFK fue impedida de participar.
En ese sentido – hay que remarcarlo con énfasis – las primeras reacciones de la propia Cristina Kirchner transmitieron el carácter de una personalidad política capaz de afrontar la situación que atraviesa con valentía, lucidez y templanza. Tres condiciones del liderazgo que combinadas entre sí serán decisivas para el futuro de las fuerzas nacionales, en tanto deberán enfrentarse a las previsibles provocaciones que buscarán generar más odio y más humillación con el propósito de incentivar reacciones que radicalicen las formas de la protesta.
Incluso, si es posible, llevarlas al terreno de las manifestaciones violentas, con el propósito de aislar aún más al peronismo y su dirigencia de los sectores que deben ser reconquistados para reconstruir un amplio e inclusivo frente nacional. Una fórmula que por ser vieja y reiterada en la historia argentina no por eso dejó de ser efectiva.
Antes y después de conocido el fallo, el principal mensaje transmitido por Cristina Kirchner a la dirigencia que la acompañó, a los militantes y al propio pueblo argentino, fue la de enmarcar la medida que conculcó sus derechos y libertades en el contexto de la política que se le aplica al país, recordando que el plan de desmantelamiento que hoy ejecuta Milei reconoce como antecedentes las políticas ejecutadas por Martínez de Hoz durante la dictadura, por Cavallo y, más recientemente, por el gobierno de Macri.
Es decir, ella misma, afectada en lo personal por la injustica de una decisión arbitraria y discriminatoria, puso en primer plano que la motivación de fondo que explica su proscripción y prisión, en esencia, no responde a una causa de orden personal, aunque no sean pocos los que hayan actuado impulsados por el resentimiento y la venganza. “No es contra mí, es contra ustedes. Contra los que creen en otro país, con derechos, con memoria y con justicia social”, en palabras de la propia Cristina.
Es decir, lo esencial desde el punto de vista político, es que el fallo condenatorio es una medida que se enmarca en la intención de destruir la representación política del pueblo y de la nación, de la cual CFK, con sus acierto y errores, no solo sigue siendo un símbolo sino una protagonista real y, en muchos aspectos, aún decisiva.
Esto incluso a pesar de los límites que le impiden superar el rechazo que provoca su figura estigmatizada en sectores de la población que, necesariamente, deben ser recuperados para la reconstrucción de una mayoría nacional.
Una limitación que, si bien fue utilizada reiteradamente para instalar polarizaciones adversas al campo nacional, como lo hemos intentado señalar desde esta columna, (ver https://yahoraque.com.ar/verdadera-historia-de-la-polarizacion/) de ningún modo invalida el papel trascedente de quién, a pesar de que su círculo de adhesiones se ha reducido, conserva una fuerte ascendencia en los sectores populares.
Desde esa perspectiva, el fallo de la Corte hay que analizarlo como parte de las sistemáticas campañas violentas y estigmatizantes que se descargan contra quienes lograron ascender, como ocurre con la propia Cristina, a la condición de líderes populares y forjar esa excepcional conexión emocional que los une con los más humildes, aunque pueda constatarse que su ascendencia, ya sea por efectos de las campañas de destrucción de su imagen pública como por sus propios errores o desaciertos, fuera perdiendo fuerza con el paso del tiempo.
Esas campañas de desgaste, que fueron naturalizándose a fuerza de su repetición y permanencia a través de medios de comunicación y redes sociales, tuvieron como principal blanco a Cristina y al peronismo, no precisamente por los errores cometidos o por las insuficiencias de sus programas de gobierno, que sí existieron, sino por sus aciertos y, principalmente, por no claudicar en la búsqueda de encontrar un camino de realización, progreso y justicia para la inmensa mayoría del pueblo argentino.
Lo que en última instancia se busca es quebrar la voluntad política de quienes se proponen ejercer la representación de los intereses del pueblo y de la nación, aún con independencia del hecho de haber o no encontrado, principalmente en el campo de la economía, el programa capaz de materializar las transformaciones que le otorguen una perspectiva real a la consolidación progresiva de los derechos adquiridos por el pueblo y logren reafirmar los basamentos materiales de la soberanía nacional.
La asociación entre política y corrupción, a partir de la generalización permanente de casos particulares, reales o figurados, demostró ser, como se sabe, la fórmula más eficaz para erosionar la institución de la política y del propio estado.
De allí que, en rigor, esas campañas se extienden hacia todo el sistema de representación política y social de signo nacional, cuyo fin no es otro que el de destruir su relación con la sociedad. Sus blancos son no solo la dirigencia política sino los sindicatos, la dirigencia empresarial que defienda las banderas de la industria nacional (por cierto, muy debilitados en su accionar), los principales protagonistas sociales que impulsan el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, incluso representantes emblemáticos de la cultura que reivindican abiertamente la defensa de nuestra identidad como pueblo.
En esa descripción, que recoge en lo esencial el mensaje de CFK, parecería estar implícita la respuesta adecuada: el eje de la estrategia del peronismo y sus fuerzas aliadas, incluyendo el “momento” electoral, debería basarse no solo en la denuncia de las políticas de Milei sino en la explicitación detallada del programa de recuperación y transformaciones del país que funcione como bandera convocante de la ciudadanía en contrate al modelo libertario. En el caso de la provincia de Buenos Aires, mostrando con claridad los esfuerzos de resistencia del gobierno provincial en oposición abierta a las políticas de desmantelamiento del estado y de abierta afectación al trabajo y la producción nacional que lleva adelante Milei.
Sin ese esfuerzo, afrontado con la lucidez y la energía necesaria para ocupar el centro de la discusión pública con ese debate, cualquier intento de reivindicar a CFK en un plano centrado excluyentemente en su persona y sus derechos, bien puede terminar siendo manipulado para consolidar la reiteración de una polarización adversa al campo nacional.
Fuente yahoraque.com
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