Por Juan José Tamayo* – El País
Fascismo y religión son dos fenómenos que históricamente han mantenido una relación de complicidad, que ha desembocado con frecuencia en sistemas dictatoriales, nacionalismos populistas de derecha excluyentes y regímenes confesionales que niegan la libertad de conciencia, persiguen el librepensamiento y legitiman el patriarcado. El avance del fascismo en Italia, Alemania, Austria y España en la primera mitad del siglo XX “fue respaldado, legitimado y autorizado con argumentos teológicos cristianos”, afirma Michael Löwy. El representante más cualificado del uso reaccionario de la teología cristiana para fundamentar el nazismo fue Carl Schmitt.
El nazismo contó también con el apoyo de grupos católicos y protestantes y sus jerarquías. Dentro de la Iglesia evangélica alemana apoyó la ideología del Tercer Reich el movimiento Cristianos Alemanes, creado por el ideólogo nazi Alfred Rosenberg y liderado por el obispo Ludwig Müller. Algunos obispos católicos y el propio nuncio del Papa eran partidarios de contemporizar con el régimen alegando que así se evitaban las persecuciones a católicos. En su libro Más allá de la mera obediencia. Sobre la ética cristiana para el futuro, de 1970, la teóloga evangélica alemana Dorothee Sölle calificó de “cristofascismo” la legitimación y el apoyo de la ideología totalitaria del nazismo por parte de sectores cristianos tanto de la Iglesia católica como de la protestante. Yo califico de “cristoneofascismo” la actual alianza entre las organizaciones políticas y sociales de la extrema derecha, apoyadas por el ultraliberalismo, y los movimientos cristianos integristas, que cuentan con el apoyo de dirigentes eclesiásticos críticos con el papa Francisco. Es la nueva religión.
Como contrapunto, durante el nazismo existieron también movimientos, dirigentes y teólogos cristianos y judíos que recurrieron a una hermenéutica teológico-política emancipadora para combatir el nazismo y defender el socialismo. En el cristianismo evangélico destacó la Iglesia confesante alemana a la que pertenecieron prestigiosos teólogos como Karl Barth, militante del socialismo cristiano, y Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por el nazismo. En el entorno cultural judío hay que referirse a Walter Benjamin como uno de los más madrugadores intelectuales de la izquierda alemana que, inspirado en referencias mesiánicas e imágenes judías, denunció el nazismo y entró en el debate contra el culto a la guerra de Ernst Jünger en su famoso artículo Teorías del fascismo alemán. Sus Tesis de filosofía de la historia son el mejor ejemplo de dicha denuncia.
En el caso de España, el fascismo continuó a lo largo de 40 años con la dictadura franquista, legitimada por la jerarquía católica, que dio lugar al nacionalcatolicismo. Con la transición a la democracia se pensó que éste había desaparecido de la esfera política y de las prácticas eclesiásticas. Craso error. Todavía hoy el nacionalcatolicismo sigue vivo, activo y con más fuerza que en décadas anteriores.
En EE UU los diferentes movimientos evangélicos fundamentalistas crearon la organización Moral Majority para apoyar la candidatura de Ronald Reagan. Dicho apoyo fue decisivo para que el republicano ganara las elecciones de 1980 y 1984. En 2020 fueron las Iglesias evangélicas fundamentalistas quienes crearon el movimiento Evangélicos por Trump para apoyar su reelección, cosa que no consiguió. Ante la derrota de Trump, grupos extremistas armados y personas vinculadas a los movimientos cristianos integristas enarbolando la Biblia asaltaron el Capitolio alentados por el propio presidente derrotado. En Brasil gobierna Jair Messias Bolsonaro con el apoyo de las megaiglesias evangélicas, a quienes el presidente concede todo tipo de privilegios. Desde su elección como presidente, Brasil se ha convertido en el epicentro del “cristoneofascismo” y de la extrema derecha de Dios.
En España se ha producido la alianza entre Vox y organizaciones ultracatólicas como HazteOír, Infocatólica, Asociación de Abogados Cristianos, El Yunque, Germinans Germinabit, etcétera, que dicen defender los valores cristianos en su pureza. Tal pretensión es desmentida por sus discursos y prácticas de odio contra el feminismo, la mal llamada “ideología de género”, el matrimonio igualitario, el LGTBI, la educación afectivo-sexual, los derechos sexuales y reproductivos, la Ley de la Memoria Histórica, la inmigración, el laicismo y el ecologismo. Se caracterizan también por el negacionismo de la discriminación de las mujeres, del cambio climático y de la violencia machista, así como por el elogio del franquismo, la defensa del ultraliberalismo, de la familia patriarcal, de la identidad nacional excluyente y de la dialéctica amigo-enemigo en las relaciones internacionales y en política nacional. Sus discursos y prácticas están muy lejos de los valores del cristianismo originario como la opción por las personas y los sectores más vulnerables de la sociedad, el perdón y el amor, incluso a los enemigos. La expresión “cristoneofascismo” ha adquirido carta de ciudadanía en España. Entró en el debate del Congreso de los Diputados el 4 de febrero cuando la diputada de ERC María Carvalho Dantas dijo a la bancada de Vox: “Han entrado ustedes en esta internacional cristoneofascista”. Yo lo ratifico.
Gentileza de Other News
*Juan José Tamayo es profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es La Internacional del odio (Icaria).
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