En un movimiento primero espontáneo y luego planificado, que comenzó durante el primer mandato de Cristina y terminó de hacerse visible en el segundo, el kirchnerismo conquistó a los votantes jóvenes y construyó alrededor de su encuentro con las nuevas generaciones una militancia, un funcionariado y una épica. En un libro publicado en 2012 (1) situé este fenómeno en el marco más amplio de la tendencia a la repolitización juvenil registrada en diferentes lugares del planeta, de los Indignados españoles a la Primavera Árabe, el segundo “momento joven” de la historia de la humanidad después de la explosión inicial de los 60 y el repliegue neoliberal de los 80.
En el específico caso de Argentina, la activación juvenil surgió desde abajo, en la etapa que se abrió luego de la derrota oficialista en el conflicto del campo, marcando una diferencia fundamental con otras latitudes: si en Egipto, España o Estados Unidos los jóvenes se levantaban contra el poder (de los dictadores, de los presidentes dominados por el lobby inmobiliario o de Wall Street), en Argentina se incorporaban a un dispositivo de poder en pleno funcionamiento. La explicación de esta diferencia era simple: el kirchnerismo se presentaba a sí mismo como un movimiento contra-hegemónico, que aunque disponía de los resortes institucionales luchaba contra poderes más poderosos: las corporaciones, el campo, Clarín. Era, en su autovaloración, poder y contrapoder al mismo tiempo. Por eso, puesto frente a la novedad de un contingente de jóvenes que se incorporaban a la vida militante en su apoyo, hizo lo que solía hacer cuando descubría fenómenos de resistencia susceptibles de ser capitalizados, como los movimientos de derechos humanos, las organizaciones sociales y, en algún sentido, el rock: cooptarlo, relanzarlo y regularlo.
Nacía así La Cámpora, la organización liderada por Máximo Kirchner que hizo su presentación en sociedad en el Luna Park el 14 de septiembre de 2010, un mes y medio antes de la muerte de Néstor Kirchner. En aquel acto, que como ocurre con los episodios realmente históricos nadie imaginaba que adquiriría el peso fundacional que finalmente obtuvo, se estrenó el Nestornauta, la fusión de Kirchner con el héroe de Oesterheld que se convirtió en la gran construcción simbólica del momento. A diferencia de la juventud peronista de los 70, que forzó la interpretación de Perón y Evita hasta hacerles decir cosas que nunca dijeron pero que nunca se atrevió a jugar gráficamente con la imagen del matrimonio-líder (los dos soportes biológicos del peronismo permanecieron intactos), los jóvenes kirchneristas fusionaron a Kirchner con un personaje de historieta icónico de los 70, hijo de padre desaparecido, para crear un ciborg militante. Y, en una operación de alto vuelo, decidieron quitarle el fusil.
La paradoja es que este crecimiento institucional y territorial no ha logrado impedir que los jóvenes se alejen progresivamente del peronismo.
Pero no nos desviemos. Decíamos que el kirchnerismo logró convertirse en la fuerza hegemónica entre los jóvenes de la segunda década de los 2000, que se estrenaban en la militancia en las masivas columnas de La Cámpora y vivaban a Cristina en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada, en claro contraste con el público de los cacerolazos opositores, mayoritariamente adulto y de clase media alta. En una interesante nota publicada en la revista digital Seúl , Hernán Iglesias Illa recordaba la triste perspectiva que se le abría por aquellos años a la oposición: “Parecía haber un determinismo demográfico con efectos de largo plazo: a Cristina le nacían los votantes y a la oposición se le morían”.
Los estudios cuantitativos acompañaban el diagnóstico, si en 2015 sólo hubieran votado los menores de 35 años, el peronismo habría ganado… en primera vuelta.
Nada es para siempre
En tanto organización política, la juventud kirchnerista se ha transformado en protagonista permanente de la vida pública y hoy se sienta en la mesa de las grandes decisiones del peronismo junto a actores de peso como los gobernadores y la CGT. Dos de sus dirigentes, Axel Kicillof y Wado de Pedro, están llamados a desempeñar un rol importante en el proceso electoral que se avecina.
La paradoja es que este crecimiento institucional y territorial no ha logrado impedir que los jóvenes se alejen progresivamente del peronismo. De la política en general, pero sobre todo del peronismo (4). ¿Cómo se explica esto? En primer lugar, por el simple curso de la historia. Para aquellos que nacieron en los 90 y comenzaron a tomar contacto con la vida pública en los 2000, el kirchnerismo no es ni la renovación del peronismo, ni una expresión del anti-neoliberalismo, ni el regreso de la pasión setentista irredenta; es un dato del paisaje, un mueble que siempre estuvo ahí. Es la música funcional, el ruido de la época. Y el artífice principal, aunque no el único, de la sensación de fracaso colectivo que, según coinciden las encuestas, domina el ánimo de parte importante de la sociedad argentina, en particular de los jóvenes. La expectativa que despertó el Frente de Todos se apagó rápido y la pasmosa falta de imaginación política del gobierno, que parece limitarse a reeditar viejos programas cristinistas (del Ahora 12 al Ahora 30), no hace más que alimentar esta frustración juvenil.
Como señaló Julio Burdman (5), la cadena de incorporación de nuevas camadas al peronismo se cortó, y hoy el kirchnerismo sobrevive sobre todo en dos franjas etarias: los integrantes de la generación de los 70 que no viraron a la oposición con el adecentamiento propio del paso del tiempo, y los cuarentones marcados a fuego por el trauma fundante de la crisis del 2001: es esta generación, la que sufrió los efectos del ajuste neoliberal de los 90 y el desempleo, contempló asombrada el colapso de la convertibilidad y disfrutó después de los primeros años de crecimiento pos-crisis, la que sostiene hoy el mito kirchnerista.
Además de la evolución política y del declive socioeconómico, hay un factor central, muy estructural, que ayuda a entender la dificultad del peronismo para seguir interpelando políticamente a los jóvenes: los cambios experimentados por las economías capitalistas de la periferia, y en particular el modo en que los jóvenes de todos los estratos sociales se insertan en el mundo del trabajo. Me refiero a los “trabajos” en servicios de reparto y apps de transporte, los empleos a comisión (por ejemplo en telemarketing), las oportunidades que ofrece la economía de plataforma para la creación de pequeños emprendimientos comerciales a partir del marketing digital y las campañas en redes sociales, la especulación en el mundo cripto, las posibilidades de monetización de los influencers e incluso las nuevas tendencias musicales, como el trap y el hip hop, que ya no apuestan al trabajo colectivo de la banda (de cumbia, de rock) sino al talento individual de un artista que lo único que necesita para triunfar es un teléfono. Se trata, en todos los casos, de la búsqueda de ingresos por vías no tradicionales en un contexto de creciente digitalización de las relaciones sociales y laborales.
Maticemos antes de continuar. Por supuesto que entre la influencer de Palermo que se hace famosa con comentarios semi-irónicos sobre la vida familiar o el egresado de la Di Tella que crea una app financiera, por un lado, y el repartidor de Rappi que pedalea 10 horas por día o la joven de Florencio Varela que comercializa por Mercado Libre camisetas truchas de la Selección, por otro, hay un océano de diferencias. Como en todo, las oportunidades que abre la digitalidad están desigualmente distribuidas en la pirámide social. Lo que tienen en común es que se trata en todos los casos de iniciativas individuales –a lo sumo familiares o de grupos muy pequeños– sostenidas en las ideas de libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad y emprendedorismo. El paradigma meritocrático del esfuerzo individual, la autosuperación y el mejorismo. Como escribió Pablo Semán (6), el celular de uso laboral y la bicicleta no son necesariamente una condena: para muchos, pueden ser herramientas para mejorar, sobre todo si pedaleo más rápido.
¿Qué tiene el peronismo para ofrecer a estas nuevas realidades juveniles? Su clásico discurso protector, su visión del Estado como igualador social y su apelación permanente a la acción colectiva de sindicatos o movimientos sociales tienen poco que ver con las trayectorias laborales –atomizadas, entrecortadas, zigzagueantes– de buena parte de los jóvenes de hoy, para quienes la ideología de mercado no es algo que les inculca López Murphy ni un efecto del adoctrinamiento del canal de cable de La Nación sino una realidad que emerge a partir de las posiciones que ocupan en la economía, un efecto de su lugar en la estructura del capitalismo.
Detengámonos un momento, por su omnipresencia en el mundo digital, en Mercado Libre. Con un valor estimado en 45 mil millones de dólares, no sólo es la empresa más importante nacida alguna vez en Argentina sino la plataforma en la que se desarrolla casi todo el comercio electrónico y, a través de Mercado Pago, los servicios financieros, con una red que va del Hotel Alvear al último puesto de panchos de Constitución. Ninguna compañía argentina dispone de la capilaridad de Mercado Libre, a punto tal que nada menos que los bancos decidieron lanzar su propia billetera virtual, a la que llamaron MODO, para competir con Mercado Pago –y fracasaron–.
Si Siam Di Tella fue la empresa-símbolo de la industrialización, Arcor la de la pujanza del interior del país y Techint la de la internacionalización argentina, Mercado Libre expresa las posibilidades de éxito en esta nueva etapa del capitalismo, bajo la idea de que el triunfo, o al menos la supervivencia, está al alcance de la mano. ¿Qué les dice el peronismo a los jóvenes que dedican sus horas a los mil rebusques del comercio electrónico? ¿Qué tiene para ofrecerle a un venezolano recién llegado que baja la aplicación de Uber y empieza a manejar? ¿Y al que puso un pequeño negocio y le teme a la AFIP más que al Covid? ¿Cuál es su propuesta? ¿Que organicen una cooperativa, marchen a la Plaza de Mayo, formen un sindicato? ¿Qué joven sueña hoy con crear un sindicato?.
Por derecha
Un par de comentarios antes de concluir.
Las tendencias aquí analizadas son simplificaciones de fenómenos más complejos. Por supuesto que hay jóvenes que se vuelcan a la militancia, la acción colectiva o las iniciativas solidarias. Por otro lado, los estudios de opinión coinciden en que el creciente distanciamiento entre el peronismo y los jóvenes se traduce no tanto en una adhesión cerrada a las propuestas de la derecha como en un rechazo más general –una desconexión– de la política (8). Aunque el matiz es interesante, lo cierto es que es la derecha la que está explotando este descontento, que en otro contexto podría haber capitalizado la izquierda. Y, finalmente, recordemos que no es la primera vez que el peronismo se aleja de los jóvenes. Los había conquistado en los 70, cuando muchos de ellos participaron de la militancia revolucionaria e incluso de la lucha armada, para perderlos en los 80, cuando Raúl Alfonsín, con su Coordinadora y su Franja Morada, los conquistó para el radicalismo.
Pero aún con estas aclaraciones vale la pena registrar la novedad, consecuencia de las trasformaciones de la economía, el fracaso de la gestión del Frente de Todos y la sorprendente incapacidad del peronismo para ofrecerles a las nuevas generaciones una perspectiva de futuro.
Fuente Le Monde Diplomatique
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