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El fin de la primacia estadounidense

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Por Mario José Pino*

Los sucesos que están ocurriendo en los Estados Unidos de América, particularmente el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, aún no terminan de ser analizados en la profundidad que encierran, pero dan algunos elementos que ratifican, especialmente en el campo internacional, algunas percepciones sobre caminos de cambio profundo que el mundo está transitando, uno de ellos es el fin del hegemón americano. La pregunta no es saber si la nueva administración demócrata podrá colocar nuevamente a su país en su pedestal, no habrá una segunda oportunidad. Queda por saber si se trata de un paréntesis en un proceso que venía madurando para quedarse. Se trata de saber qué podrá hacer el nuevo presidente y si su administración conseguirá dejar atrás las contradicciones expuestas que calan hondo en el seno de la sociedad norteamericana y resquebrajan la base de su sistema, tales como el bipartidismo, la libertad de expresión o el sometimiento a la ley.
 
El alboroto y desorden que deja Donald Trump en el ya confuso sistema mundial deberá ser enfrentado por Joseph Robinette Biden en una multiplicidad de frentes irresueltos, en la mayoría de los cuales, y por medio siglo, él mismo fue actor destacado,  La declinación de la política exterior estadounidense no comenzó con Trump; si se tratara de poner una fecha habría bastante coincidencia en que la invasión a Irak llevada adelante por George W. Bush en marzo del 2003, es un punto de inflexión, aunque hunde sus raíces en el gobierno de Bill Clinton (Ley de Liberación de Irak, 31 oct. 1998); en ese proceso, Biden fue un activo participante en el montaje del andamiaje de ruptura con el sistema mundial, el desprecio por el derecho internacional, la construcción de los relatos que pretendieron justificar las acciones y la desestabilización de la región, que hasta hoy se mantiene.
 
Qué podrá, qué sabrá o qué querrá. Son preguntas difíciles de responder. Por de pronto, la base ideológica sobre las que preveía comenzar la recomposición de su sistema de alianzas, la Cumbre Democrática Mundial a la que convocaría este mismo año, ya ha quedado resquebrajada.
 
Deberá, en primer lugar, recuperar confianza y prestigio lo que le será difícil sin haber reordenado su propia casa. Una de cuyas tareas, y muy difícil, será restañar las heridas del Partido Republicano incluyendo su propio fortalecimiento. Como él mismo dijo al proclamarse ganador de las elecciones, la ´primera tarea era reconstruir la unidad de los estadounidenses. No parece tarea fácil.
 
Los conflictos existentes han de persistir y los líderes de las potencias mundiales se felicitan por el posible advenimiento de tiempos de mayor previsibilidad que dejen atrás las borrascosas incertidumbres de Trump. La amplia experiencia de Biden probablemente le indique que cualquier restauración del orden preexistente es imposible y que solamente podrá aspirar a sentarse a una mesa redonda entre pares que han iniciado caminos de autonomía diplomática y estratégica. 
 
Las democracias occidentales, el sistema atlántico y los aliados de los Estados Unidos reciben positiva pero cautelosamente el retorno de Washington a una mesa en que la cooperación genuina y el consenso ocupen el centro en el diseño de una agenda común. Las presiones y ofensas de Trump aceleraron el fortalecimiento de capacidades y convicciones de los aliados más importantes que incrementaron sus propios recursos y adquirieron una mayor autonomía diplomática y estratégica. Ello hará difícil a Washington persistir en la utilización de mecanismos habituales propios de su posición hegemónica que está finalizando en los que la experiencia de medio siglo de Joe Biden prosperó.  
 
Los escenarios son complejos y el retorno de los Estados Unidos a mesas de concertación es un hecho significativo que cambia radicalmente las relaciones de fuerza estratégicas desde que abre las puertas a la búsqueda de políticas comunes que eviten dejar espacios vacíos que puedan ser llenados por adversarios estratégicos -o sistémicos como llaman los alemanes- como ocurrió en Siria, Libia o Nagorno Karabach.
 
La situación de confusión y desorden geoestratégico que progresivamente fue ocupando el globo a partir del fin de la Guerra Fría, con los problemas que emergen de la contrariedad exacerbada de intereses y la desconfianza generalizada entre líderes y naciones, necesita de una nueva vocación que solo el tiempo develará si el Presidente Biden ha sabido encarnar. De todas maneras, inferir que otra potencia ocupará en lo inmediato la vacancia, sería una simpleza analítica.

*Abogado y diplomático