¿Por qué el Foro Social Mundial y otros movimientos no conducen a «otro mundo»?
Si la pandemia lo permite, se celebrará un nuevo Foro Social Mundial (FSM) en mayo de 2022 en la Ciudad de México.
El entusiasmo está, como siempre, aunque varios miembros de su Consejo Internacional y participantes de larga data tengan sus dudas.
El FSM cumple veinte años. ¿Qué ha conseguido? A decir verdad, muy poco.
El comienzo, en Porto Alegre, Brasil, en 2001, fue un triunfo. En dos o tres años, el Foro se convirtió en una reunión verdaderamente mundial. Políticos de todo el mundo querían estar allí, los medios de comunicación acudieron en masa. El Foro se trasladó a India y a África y luego volvió a Brasil.
Sin embargo, después de cinco años, muchos empezaron a expresar sus dudas, ya que no había ningún resultado concreto. No había ningún objetivo claro y, por tanto, ninguna estrategia. La «sociedad civil global» se reunía, pero ¿para qué?
Surgieron dos corrientes, la de los que impulsan posibles reformas y la de un bloque de poder, principalmente brasileño, que quiere aplicar las reglas -recogidas en una «carta de principios» —de forma cada vez más estricta. ¿Cambiar o no cambiar?
Desde 2012 y la reunión de Monastir (Túnez), se han congregado grupos de trabajo, sin resultados. En ese momento, casi todos los grandes intelectuales ya habían abandonado el Consejo Internacional. Algunos salieron debido a su edad. Pensamos con nostalgia en Immanuel Wallerstein, François Houtart, Samir Amin. Otros, como Bernard Cassen e Ignacio Ramonet, que participaron en la fundación del FSM, lo abandonaron pronto. Aminata Traoré, Susan George, Joao Stedile, Candido Grzybowski, Walden Bello y movimientos como el Movimiento de los Sin Tierra (MST), Vía Campesina, la Confederación sindical, Focus on the Global South, Cosatu, Babels, y otros más, simplemente no quisieron viajar para discutir cuestiones prácticas. Para debatir la situación política, cada uno dispuso de cinco minutos de intervención, y luego se cerró el debate, sin ningún dialogo o conclusión.
El FSM ha seguido tranquilamente su camino, convirtiéndose en un festival de pequeños y no tan pequeños movimientos sociales, sin contactos entre ellos, sin decisiones, sin agenda política y… sin democracia ni transparencia. La relación entre la participación nacional, latinoamericana y mundial se ha deteriorado con cada nueva edición. El Foro Social es cada vez menos global.
No hay monopolio
Por supuesto, el FSM no tiene el monopolio del movimiento alterglobalista. Esta corriente se desarrolló en los años 80 para protestar contra los «ajustes estructurales» impuestos a los países del Sur —más tarde el «Consenso de Washington»—, contra el poder del «G8» emergente y contra el sistema de «libre comercio» de la Organización Mundial de Comercio. La «Batalla de Seattle» de 1999 fue una etapa importante en estas luchas. Nadie olvidará el anti-G8 de 2001 en Génova, Italia, donde el joven Carlo Giuliani perdió la vida.
Sin embargo, la fórmula del «foro social», con su horizontalidad y su llamamiento a una nueva cultura política, dio en el clavo y el ejercicio se repitió a nivel nacional en muchos países. Pocos han sobrevivido.
En Francia nació el movimiento ATTAC, con un alcance europeo limitado, excepto en Alemania, y una «universidad de verano» anual.
La Primavera Árabe, el movimiento Occupy, los Indignados, las Nuits Debout y los Gilets Jaunes, murieron en silencio. La «Primavera de Atenas» fue aplastada por los bancos.
Hoy en día, hay nuevas iniciativas globales que (todavía) no tienen un alcance verdaderamente global: Diálogo Global, dirigido por el exdiplomático boliviano Pablo Solón, que más tarde se convertiría en presidente de Focus on the Global South; «Adelante», dirigido por el académico Ashish Kothari, que se basa en la promoción de iniciativas a pequeña escala, un «tapiz global», como se describe en el libro «Pluriverso»; Internacional Progresista, nacida del movimiento europeo Diem25 del exministro de finanzas griego Varoufakis; la interesante Global U(niversity) de Hong Kong.
Sin embargo, cualquiera que intente analizar estos movimientos ve inmediatamente por qué no puede haber un avance global progresista: la izquierda está en crisis, dividida y no sabe cómo organizarse. Una discusión sobre lo que les divide, pero también sobre lo que les une es imposible, porque se ve como una posible causa de aún más división. Así que se sigue apreciando la «diversidad» y barriendo todas las diferencias bajo la alfombra. Si a esto se añade la tendencia a la autorreflexión y a la confirmación de los propios análisis, el impasse se confirma.
Además, muchos movimientos «alter» están bajo la influencia de una izquierda radical que sólo piensa en hacer borrón y cuenta nueva. Ya vimos con la OMC lo que puede ser el resultado: un laberinto infranqueable de miles de acuerdos bilaterales y multilaterales que nadie sabe cómo desentrañar.
Discordia y confusión
Un análisis de las razones de los fracasos de la izquierda no es posible en el espacio de este artículo.
Lo que hay que mencionar son la falta de análisis y de redefinición de la izquierda tras el colapso de los regímenes socialistas en Europa Central y del Este; la dualidad del movimiento verde, descuidando el conflicto de clases y el bienestar material y centrándose en temas culturales e identitarios; el enfoque en la soberanía nacional y el antiimperialismo, negando la importancia del multilateralismo y los movimientos globales; un movimiento antimodernidad, unido al anticolonialismo, pero sin vínculos con un movimiento progresista más amplio; el aumento del populismo y la falta de atención a lo que realmente mueve a la gente: los bajos salarios, la falta de vivienda, las pensiones inexistentes o inadecuadas, las escuelas. Son preocupaciones materiales que siempre están entre las prioridades de la gente.
Estos diferentes temas también dividen a los partidos políticos y pueden verse en la historia del Syriza griego, el Podemos español, La France Insoumise y el Partido Socialista holandés. ¿Podrá la socialdemocracia restablecerse en un nuevo traje progresista?
Es inevitable que esta gran confusión conduzca a una parálisis de las iniciativas políticas y a una atomización y polarización de la sociedad. Muchos rechazan hoy la «política», como si no fuera necesario posicionarse para trabajar en un proyecto emancipador.
Hoy en día, la izquierda y la derecha se mezclan alegremente, y los que no han recibido una educación ideológica ya no encuentran su camino. Siguen ciegos ante las verdaderas amenazas, como el rápido ascenso del nacionalismo y el (eco)fascismo. Por eso muchos movimientos se refugian en pequeñas iniciativas locales y creen que un verdadero movimiento de resistencia global acabará surgiendo de las «bases». La gente aboga por la «comunidad», por los vínculos y no por los bienes, y por «los más pobres» —para alegría de los neoliberales— en lugar de argumentar a favor del universalismo y en contra de la desigualdad.
Organización
Mientras tanto, la derecha se organiza rápido y bien. La alt-right en Estados Unidos no es una excepción, los planes de Steve Bannon en Europa han fracasado por ahora, pero gracias a gobiernos como el de Jair Bolsonaro en Brasil, el fascismo también puede empezar a sentirse como en casa en América Latina. Todo el espectro político se mueve hacia la derecha.
A esto hay que añadir la actual pandemia que revela los defectos del capitalismo neoliberal en toda su dureza, la crisis climática, el estancamiento de la globalización económica y financiera, los cambios en los equilibrios geopolíticos, y cada vez está más claro que nunca ha habido una mayor necesidad de un poderoso movimiento antihegemónico.
Lo que se necesita es un discurso fuerte, amplio y emancipador sobre cómo avanzar, construir una nueva utopía, soñar con un mundo mejor y trabajar hacia él con paciencia y tolerancia.
¿Por qué el FSM, con su respeto por la diversidad y la apertura, su espacio abierto, su eslogan para una nueva cultura política, no debería desempeñar un papel central? ¿Por qué se rinde el FSM?
Se ha investigado mucho sobre las características del Foro Social, con admiración y crítica. Aquí hay que mencionar dos puntos: las características de los movimientos actuales y la dinámica interna del propio Foro.
Todos los movimientos, grandes y pequeños, están en problemas debido a la reducción del espacio que la mayoría de los países permiten para la disidencia, la falta de recursos y, en general, la hegemonía neoliberal que se ha interiorizada y que está convirtiéndose en conservador, amenazando a los activistas con la muerte en muchos países.
Los retos son inmensos. Organizarse para oponerse a un proyecto minero o a la construcción de una presa, movilizarse contra un nuevo acuerdo de libre comercio, protestar contra la agricultura intensiva, abogar por un enfoque ecológico en el sector del transporte y, por supuesto, luchar por la vivienda, la salud, salarios dignos. ¿Quién puede enfrentarse a la idea de vincular todo esto a un enfoque regional y global, buscar contactos en el extranjero, reunirse en una ciudad extranjera lejana?
Este problema es real y no es de extrañar que mucha gente se rinda. Tampoco debe sorprendernos que muchos, por pragmatismo, acaben siendo cooptados por el sistema. El resultado es un paisaje totalmente fragmentado de agricultura solidaria, talleres de reparación, empresas locales de energía, monedas locales para ayudar a los pobres, organizaciones benéficas para los migrantes y refugiados.
El segundo problema, quizá más importante, es la dinámica interna, o la falta de ella, del propio Foro Social Mundial.
Esto tiene mucho que ver con sus orígenes. A principios del siglo XXI, la atención se centró en la «participación» de la «sociedad civil» en la «gobernanza mundial». Los informes aparecieron en la ONU, el Foro económico de Davos abrió sus puertas a las ONG, los movimientos religiosos e incluso algunos sindicatos. ¿Quién no recuerda la aparición de Bono en el G8 para abogar por la lucha contra la pobreza en el mundo? La nueva «gobernanza compasiva» se convirtió en apolítica —la desigualdad no estaba en la agenda— y se transformó en «multipartenariado». Todos alrededor de la mesa, sí, pero algunos tenían mucho más poder que otros. En ese momento, las organizaciones internacionales, los gobiernos y las ONG estaban capturados por las empresas. Ahora quieren que la gente crea que los valores éticos reinarán. El Pacto Global les ha otorgado una etiqueta de buena conducta. Uno de los fundadores del FSM procede precisamente de este mundo y sigue adhiriéndose a esta filosofía. Se rechaza de antemano cualquier intento de politizar el Foro.
Otros fundadores del Foro provienen del mundo cristiano y conservador y hacen todo lo posible por acusar de conspiraciones y mentiras a cualquiera que se atreva a hablar de política y de cambio. Abogar por una estructura es abogar por un comité central, abogar por un secretariado es abogar por una jerarquía, contra el horizontalismo. Un grupo renovador con personalidades como Boaventura de Sousa Santos y Roberto Savio fue silenciado y acusado de sed de poder. Todas las propuestasconcretas fueron barridas, sin ninguna discusión. La aplicación estricta de una norma de consenso hace imposible la flexibilidad. Y si se decide algo, simplemente se niega tiempo después. Cualquiera que defienda la renovación es vilipendiado y humillado.
El FSM está atascado en un mundo imaginario, en el mejor de los casos se convierte en un festival de movimientos apolíticos.
Queda la esperanza de que otros grupos puedan recoger la antorcha. La resistencia sigue creciendo, en todo el mundo, pero de forma totalmente fragmentada. ¡La agenda provisional del FSM México incluye más de 20 ejes y subejes temáticos! Varios movimientos solo trabajan en su nivel nacional o, si logran un planteamiento internacional, solo se ocupan de sus propios temas, sin lazos con otros movimientos. Es necesario un nuevo contradiscurso, con visión de futuro, emancipador y esperanzador, que pueda romper la hegemonía neoliberal. Tendrá que ser escrito por jóvenes que reconozcan que la fragmentación actual es un callejón sin salida, que ningún país puede resolver sus problemas actuales sin cooperar con otros, y que la necesaria diversidad no es un obstáculo para un enfoque común.
Ya se ha perdido mucho tiempo. Tenemos que trabajar en una estrategia política para un sujeto política global, un sujeto que pueda actuar y hablar en y para el mundo. Esto no sucederá por sí solo, será necesariamente un proceso largo. En un momento en el que la propia globalización se está desmoronando, debe ser reinventada y asumida por los pueblos, que siempre tienen el poder colectivo de recrearse.
Los actuales dirigentes del FSM están haciendo exactamente lo que Yuval Harari describe tan brillantemente en su Homo Deus: los seres humanos son superiores porque pueden cooperar a gran escala. Y esto es precisamente lo que los poderes fácticos tratan de evitar. Sin embargo, la cooperación y la organización son posibles. Hay que hacerlo. Cuando esta conciencia emerge, las «grandes alamedas», para hablar con Allende, pueden abrirse.
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