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El mismo Milei que insulta es el que invita a comer asado

Si la oposición subestima a Milei, pierde. Pero también pierde si queda presa de su lógica o se convierte en la réplica inversa de La Libertad Avanza y su deriva autoritaria. La naturaleza del voto. Los grandes empresarios tecnológicos. El premio: asar para los aliados. Los temas de discusión. Qué hacía Lula en sus dos primeros gobiernos.
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Por Martín Granovsky

La dirigencia política, o una buena parte de ella, no gana para sustos con Su Excelencia. Una sorpresa tras otra. La sorpresa originaria fue el 30 por ciento en la primera vuelta de 2023 y, después, el triunfo en el balotaje por el 56 por ciento contra el 44 por ciento de Sergio Massa gracias, parcialmente, a los votos antiperonistas. Aclaración necesaria: los votos antiperonistas típicos del Pro aportaron al triunfo final. Sin embargo, tanto en la primera vuelta como en la segunda Javier Milei tuvo por sí mismo un aporte de votos peronistas. O de votos que histórica, familiar y sociológicamente venían siendo peronistas.

Y la sorpresa, ahora, es que Su Excelencia llegó al año de gobierno con indicadores más que aceptables de popularidad.

Con un aditamento: esa sorpresa se combina con otra, que se basa en el asombro por el hecho de que Su Excelencia hace política. 

Es como si la oposición dijera: “¿Pero cómo? ¿No estaban contra la casta? ¿Así que estaban contra la casta y son pragmáticos como la casta de siempre? Entonces, no es verdad que estaban contra la casta”. 

La racionalidad es imprescindible para analizar la política. El hiperracionalismo es malsano. Para analizar y, peor todavía, para actuar. La idea de que la política es señalarle contradicciones al enemigo, y la esperanza de que un día el pueblo sumido en la oscuridad va a descubrir las contradicciones y las va a castigar, no tiene nada que ver con la realidad de todos los días. No porque la Argentina sea rara. “Rara” también es una categoría inútil. Raros, o sea con una identidad marcada y una historia particular, son Rusia, Estados Unidos, China, Alemania, Bélgica, México, Brasil y lo que se les ocurra. 

Su Excelencia se benefició del pecado de subestimación. Primero por el pronóstico, sin ningún fundamento ni real ni histórico de que todo volaría por el aire. ¿Cuántos gobiernos salieron volando a los tres meses o al año? Lectores y lectoras, hagan memoria. Les va a costar encontrar ejemplos, porque no hay. No vale poner la semana de los cinco presidentes del 2001 (la dirigencia política cerró la crisis eligiendo a Eduardo Duhalde) ni elegir Perú, donde ser presidente significa que uno va preso si es que no lo matan, lo procesan o se suicida. 

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El segundo elemento de subestimación fue el social. 

En un interesante artículo que escribió para Perfil, Ricardo Auer, colaborador también de Y ahora qué? y analista de riesgo geopolítico, juntó cifras que pintan muy bien cómo era la Argentina de 2023. Auer reconoce el fenómeno del “desajuste de la vida cotidiana por la inflación desmedida y tan prolongada en el tiempo”, que “exasperó los ánimos populares”. Pero aclara que no fue sólo la inflación. Aporta otros datos, como que entre el 35 y el 40 por ciento de los trabajadores no registrados carecen de jubilación, obra social y cobertura frente a los despidos. Entre los más jóvenes esa cifra puede trepar al 60 por ciento, y en medio de “un mundo inestable e incierto”. Para Auer, el voto a Milei “fue consecuencia de esa frustrante realidad, sin esperanzas en un mundo mejor”. 

Con una informalidad del 38 por ciento, la Argentina está por encima de Chile (27), Uruguay (34) y Brasil (36), y por debajo de Colombia, Venezuela, Paraguay y Perú, donde la economía en negro llega al 69 por ciento. Crecieron los monotributistas, el empleo informal y el temporario. 

Ya en el gobierno, según Auer, Milei impone una disciplina social “utilizando el softpower de los algoritmos o el hardpower de la represión”. También recurre al “uso grosero de la billetera”, como lo hacía la vieja “casta”, “lo cual significa que desarticular sus principales cajas y quitarle sus privilegios al sistema político, para que paguen el ajuste, no entra en su verdadero plan”. 

Sus ataques (a muchos empresarios, a los medios, a las mujeres, a los socialistas, a los keynesianos, a los comunistas aunque estén en extinción) le da a Auer una pista para “descubrir quiénes son los verdaderos sostenedores de esa ‘verdad’ que Milei tanto defiende: las empresas ultratecnológicas, con Musk a la cabeza, quienes sí alientan un ultraliberalismo muy favorable a sus planes de expansión y de control social a escala planetaria”.

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Lo peor que se puede hacer en política es subestimar al adversario. La política, en general, enseña. Y la Casa Rosada enseña más, porque la gestión no es optativa sino obligatoria. 

Hay otro error complementario: entrar la falsa dialéctica del enemigo político. Si Milei dice A, contestar con B. Ser previsible. “Hay que ser impredecibles”, suele recomendar Felipe Solá. “Y a veces no contestarle al Gobierno.” 

El problema es que Milei es al mismo tiempo un atajo respecto del sistema político tradicional, que a la vez se queda adentro de él y mientras tanto inventa, y un movimiento dialéctico en relación con lo que llama woke, lo políticamente correcto, lo socialista o la casta. Él mismo se presenta como lo opuesto. Por eso no tiene ningún problema en citar a Antonio Gramsci, y decir que inventará “un Gramsci de derecha” ni en mentar a Lenin con su frase de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. 

Su Excelencia no tiene problema en combinar el insulto con el asado, o el ninguneo con la búsqueda de alianzas para las legislativas del año que viene. Busca radicales con peluca, macristas con peluca y hasta peronistas con peluca. Aunque algunos, como Edgardo Kueider, hayan caído en el pecado de la gula.

¿Tiene sentido, entonces, tratar de desarmarlo lógicamente? ¿Puede tener algún efecto mostrarse como lo opuesto de alguien al que le va bien siendo lo opuesto de lo existente? Caer en esa actitud no sería una dialéctica superadora, sino una simple adecuación. Y ése es el punto: cómo no comprendió a tiempo el fenómeno Milei, buena parte de la política no logra salir de la lógica y el vértigo impuestos por Su Excelencia. Un ejemplo es el dogma del déficit cero. La imaginación opositora queda limitada por el miedo. A las encuestas. A perder el tren electoral en 2025 y 2027. Al aparato de propaganda del mileísmo, que es cada vez más acorde a su deriva autoritaria pero no es omnímodo.

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En sus primeros dos gobiernos, entre el primer día de 2003 y el último de 2010, Lula recibía diariamente un envío llamado “Carta crítica”. No era un documento público sino una elaboración que circulaba dentro de un sector restringido del gobierno. Además del Presidente, la leían sus asesores directos y ministros del gabinete. La escribía Bernardo Kucinski, un especialista que podía leer con fluidez los medios y el humor social. No sólo Kucinski revisaba la actividad del gobierno sino que detectaba cuál era el tema del día, o el tema de la semana. Cuál era y, a menudo, cuál debía ser. Eso terminaba ayudando a orientar el discurso oficial preservando la empatía con brasileñas y brasileños. Claro que para eso hay que tener conciencia de cuál es el foco propio, el nudo de la estrategia política. Si se trata del gobierno, la estrategia política y de políticas públicas. Si se trata de la oposición, también, aunque el peso de la gestión nacional naturalmente no sea determinante. No es una cuestión publicitaria. Es política.

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Si el peronismo, que es la principal fuerza de oposición, ignora a Milei, pierde.

Si solo gira alrededor de Milei, como si fuera el centro del sistema solar, pierde. 

Pierde si cree que la reacción automática a la caída del empleo o al empobrecimiento de los trabajadores registrados, fenómeno que viene como mínimo del Gobierno anterior, será el recuerdo de los tiempos dorados.

Pierde si se encierra en la provincia de Buenos Aires como un simple escudo.

Pierde si no contrasta la política productivista bonaerense, de manera didáctica y concreta, sin abstracciones, con el rumbo que Su Excelencia le está imprimiendo a la Argentina. 

Pierde si se horroriza por el hecho de que existen fuerzas internas estructuradas, como si eso fuera una extravagancia. 

Pierde si demoniza a La Cámpora o a CFK y pierde si La Cámpora o CFK no aceptan que inevitablemente surgirán otros polos de poder interno con los que deberán lidiar. 

Pierde si no hace un análisis crítico de cómo gobernó, algo que no es sinónimo de autocrítica entendida como golpearse el pecho y gritar “soy culpable, soy culpable, soy culpable”.

Pierde si no estudia a fondo la Argentina y el mundo. 

Pierde si no escucha a la gente.

Pierde si no le pregunta por qué piensa lo que piensa.

Pierde si se distancia.

Y pierde si va al pie de las encuestas.

Pero de nuevo, si ganar no es inevitable, perder tampoco.