Por Embajada Abierta
La pandemia de COVID-19 no hizo más que acelerar los tiempos de algunas tendencias globales -desde el teletrabajo hasta la tecplomacia– que se incorporarán a una corriente imparable de cambios en la producción de bienes, el comercio, la seguridad ciudadana y la defensa.
El impacto de la automatización inteligente en todos los campos traerá progresos impensados, pero también transformaciones que desafiarán la capacidad de los Estados de asegurar tanto la sustentabilidad social interna como la del propio sistema internacional.
Hoy, bajo una crisis económica inédita, con el multilateralismo cuestionado y conflictos por doquier, el conocimiento y la tecnología siguen su propia marcha. Esas innovaciones imponen nuevos términos en la geopolítica y obligan a revisar, incluso, el concepto clásico de soberanía. Las posibilidades de la AI son casi ilimitadas, en términos de progreso y de desarrollo humano, pero también pueden ser disruptivas si la desigualdad y la concentración de poder y riqueza se acentúan.
El historiador israelí Yuval N. Harari, resume la situación así: “Por primera vez en la Historia, nadie sabe lo básico sobre cómo será el mundo en 20 o 30 años. No sólo los fundamentos de la geopolítica, sino también cómo será el mercado de trabajo, qué tipo de habilidades necesitará la gente, cómo serán las estructuras familiares”.
Como en las anteriores, en esta IV Revolución Industrial se puede suponer que los países que controlen mejor las nuevas tecnologías (AI, comunicación cuántica o robótica) sacarán ventajas en lo económico y militar, en una geopolítica que excede el espacio físico, o territorios, y abarca el ciberespacio y el espacio exterior.
Por ahora, el escenario ofrece más competencia nacional que cooperación multilateral, una ecuación en la que ganan terreno gigantes corporaciones privadas y estatales y que promete mayor inestabilidad y conflictos en años venideros, como ocurrió durante décadas, y todavía ocurre, con el área nuclear.
Paso a paso
La AI nació hace casi 80 años, de la mano de la informática, aunque hoy se ha complejizado en extremo y puede resumirse en “el estudio de los métodos para hacer que las computadoras se comporten de forma inteligente”, tanto desde el aprendizaje y el razonamiento como la planificación, la percepción, la comprensión del lenguaje y la robótica (Stuart Russell, Universidad de Berkeley).
Toda una generación de investigadores estadounidenses, inspirados por el matemático Alan Turing, dio el puntapié inicial en el campo de la AI en los 40, apoyados desde el comienzo por el Pentágono con fines militares, una ventaja que mantuvo varias décadas hasta la incursión de expertos de Reino Unido y Japón.
El centro predecesor de la actual Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) ensayó entonces un dispositivo que permitiera realizar disparos antiaéreos predictivos para la II Guerra Mundial (Proyecto Predictor). El primer contrato para financiar investigaciones en AI fue de USD 2,2 millones anuales, en 1952, pero los intentos fueron perdiendo interés y fondos hacia 1970, casi nada en comparación con la financiación que merece hoy.
Fue Japón el que dio el siguiente paso. En 1982, lanzó su proyecto Sistemas Informáticos de Quinta Generación, con USD 850 millones. La DARPA contraatacó con una iniciativa de Computación Estratégica de USD 1.000 millones, los europeos con su proyecto ESPRIT y los británicos con el programa Alvey.
Todavía en Guerra Fría, Estados Unidos volvió a adelantarse con los avances de la compañía IBM y su famosa súpercomputadora de ajedrez Deep Blue, pero sin grandes inversiones estatales, más dedicadas a áreas como el terrorismo. La ciencia siguió investigando y dos décadas después, la propia DARPA desarrolló una primera versión de vehículo autónomo, en 2005. Pero China ya estaba en camino.
En 2016, el campeón surcoreano de Go, Lee Sedol, fue derrotado por el programa de inteligencia artificial AlphaGo (de la británica DeepMind), que aprendió el juego de estrategia milenario, orgullo nacional de China, practicando consigo mismo, sin humanos. Beijing tomó nota y anunció en 2017 una Estrategia Nacional financiada con 15.700 millones de dólares para desarrollar un centro de innovación para 2030.
Para entonces, el gigante de comunicaciones chino Huawei escalaba en la agenda de preocupaciones occidentales, por temores de espionaje industrial y tecnológico, que ahora alcanzan a la esfera privada. Hoy, esa tecnología de Red 5G divide al mundo en dos, entre los países que la incorporan y los que se resisten a depender de ella, y también está en el trasfondo de la guerra comercial Washington-Beijing.
La economía digital de Estados Unidos ya representa un 7% de su PIB, el 6% del de China, el 8% de Japón y el 10% de Corea del Sur (OCDE). Es el avance de la Internet de las Cosas, de los algoritmos y de los robots. Para 2023, habrá 30 mil millones de dispositivos conectados y la mitad de las conexiones serán… entre máquinas, en fábricas, hogares y automóviles (CISCO).
Estrategias
Durante todas esas décadas, la fantasía de robotizar conductas repetitivas de los humanos para ganar tiempo de ocio se fue haciendo realidad. Hoy, el proceso de automatización tecnológica que permite la AI avanzó fuera del hogar y llegó hasta el sistema de producción, los servicios y el comercio, donde derrocha productividad, pero amenaza también el empleo y el sustento de muchas personas.
En términos de desarrollo, la automatización puede dañar más de lo que mejora. Las sucesivas revoluciones industriales consolidaron y fueron transformando una clase trabajadora, cuyo protagonismo a su vez moldeó la política y la geopolítica mundial. Pero por primera vez, con los algoritmos imponiendo sus términos en la economía, asoma una clase de “descartados”, como diría el Papa Francisco.
En 2017, la OIT estimó la creación de 900.000 empleos hasta 2020 (sin contar la pandemia) relacionados con Internet y las nuevas tecnologías. Software, robótica, Big Data y AIl destruirían millones de empleos, pero también generarían nuevas profesiones muy cualificadas. En el ámbito de la OCDE, el 9% de los empleos corre un alto riesgo y el 50-70% de las tareas van camino de automatizarse.
Según el Foro Económico Mundial, unos 75 millones de empleos podrían desaparecer ya para 2025, aunque se crearán otros 133 millones de nuevos puestos de trabajo. El Instituto Global McKinsey proyectó que la automatización ocupará 800 millones de puestos de trabajo para 2030. Toda una revolución.
En este escenario, los dos grandes rivales de hoy en la carrera por transformar la economía, Estados Unidos y China, eligieron sus propios caminos. Detrás, Europa.
La estrategia de Beijing está determinada desde su férreo poder político, a través de conglomerados tecnológicos públicos y privados que se despliegan en el mundo con la meta de consolidar el ascenso de la potencia emergente. Su Estrategia Nacional de AI estima consolidar un sector de USD 150 mil millones para 2030, con un plan de desarrollo que crecerá hasta los USD 60 mil millones anuales en 2025.
Esos conglomerados (Alibaba,Tencent, Huawei, Xiaomi, Baidu y otros) se dividen campos de desarrollo: vehículos autónomos, ciudades inteligentes, imágenes médicas, inteligencia de voz, visión artificial, inteligencia de mercado, video detección, cadenas de suministro inteligentes, ciberseguridad, hogares inteligentes, cadenas de suministro inteligentes, educación inteligente y reconocimiento de voz.
Estados Unidos, en cambio, mantiene su apuesta por el predominio de la iniciativa privada, sin excluir la ejecución de su propia estrategia geopolítica a través de los gigantes tecnológicos y digitales: Google (Alphabet), Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, líderes globales de capitalización bursátil, con negocios por USD 899.000 millones en 2019, gastaron ese año USD 110.000 millones en I+D. Mientras, el Pentágono abrió un centro en Silicon Valley, cerca de los innovadores.
El tercer jugador de fuste es la UE: las inversiones en el sector tecnológico comunitario alcanzaron los 11.200 millones de euros en 2017, cinco veces más que en 2011. Europa tiene 32 instituciones de investigación entre las mejores 100, contra 30 de Estados Unidos y, por ahora, 15 de China, pero carece de grandes corporaciones como las las GAFAMI (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft, IBM) o las BHAT (Baidu, Huawei Alibaba, Tencent, Xiaomi).
Geopolítica del algoritmo
En este contexto de innovación acelerada, siguen vivas disputas políticas e ideológicas a las que nos cuesta incorporarles una perspectiva de futuro, al punto que hablamos hoy de una Guerra Fría Tecnológica, de ciberataques y hackeos entre Estados: “Tenemos la visión a largo plazo hacia atrás”, según Harari.
El presidente ruso, Vladimir Putin, reconoció en 2017: “Quien se convierta en el líder en inteligencia artificial será el gobernante del mundo”. Eso incluye hoy mismo la obtención de materias primas para sostener el desarrollo tecnológico, que a diferencia del poder militar ofrece la posibilidad de dominar todos los ámbitos.
Por eso, Estados Unidos lanzó en 2014 su Tercera Estrategia de Compensación (las anteriores, en 1950 y 1970), centrada en las tecnologías emergentes, como la IA, para contrarrestar el creciente poder militar de Rusia y China. En 2018, el Congreso creó la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial y la Administración Obama fijó como metas mantener el liderazgo en AI, proteger el empleo interno y liberar todos los obstáculos a la innovación.
La dinámica de fuerzas asociadas o gestionadas por los grandes jugadores del tablero mundial (EEUU, China y la UE) deja ver los primeros indicios de una “geopolítica del algoritmo”, en la que el actual “soft power” de la AI eclipse a la capacidad nuclear en la puja interestatal. Está en juego influenciar percepciones de la realidad, nuestras opciones, comportamientos y hasta nuestros intereses.
Ahí está la Ruta de la Seda Digital (Digital Silk Road), un cinta de conectividad digital sobre a que se deslicen las inversiones y productos de La Franja y La Ruta, el gran proyecto de China por Asia, África y Europa para expandir sus negocios y sembrar de tecnología propia las Cadenas Globales de Valor (CGV). En 2030, China reunirá el 30% de los datos globales. Tiene 39 mil investigadores en AI, la mitad que Estados Unidos, pero gradúa 1,6 millones en ciencia y tecnología cada año.
En segunda línea, Rusia, India, Israel, Singapur, Francia, Canadá, Reino Unido y Corea del Sur están invirtiendo en AI. Otros ya diseñaron una Estrategia Nacional de AI. Pero ninguno quedará exento de afrontar los desafíos políticos internos que plantea una creciente automatización de su sociedades. Según expertos, puede ser tan importante desarrollar AI como aplicarla en la vida real, donde la Big Data o los robots mejoran la productividad pero afectan el empleo y la privacidad ciudadana.
El problema inmediato de los terceros países es sufrir “ciber vasallaje”, por su dependencia de tecnologías que controlan o bien grandes corporaciones -nuevos y relevantes actores geopolíticos, por su dominio oligopólico de la infraestructura, la Big Data, la nube y la AI- o de los Estados que las apadrinan.
Es lo que lleva a alertar sobre su contracara, el “colonialismo digital”, y sobre “imperios digitales” público-privados de gran poder, herederos modernos de los clásicos complejos industrial-militares pero con ingenieros dedicados a diseñar algoritmos y a desarrollar máquinas que aprenden solas (machine learning).
Encargado por el gobierno francés, el matemático y parlamentario Cédric Villani, elaboró un informe del caso en 2018 y concluyó: “Las grandes plataformas capturan valor. El valor de los cerebros que reclutan y el de las aplicaciones y servicios, a través de los datos que absorben. El término es muy brutal, pero técnicamente es un procedimiento tipo colonial: explotas un recurso local con un sistema que agrega valor añadido a tu economía. A eso se le llama ciber colonización”.
Por delante, en los territorios nacionales, en el ciberespacio o en el espacio exterior, el avance de la AI pondrá a prueba la gobernanza y el lugar que le reserva en el futuro a la toma decisiones, por humanos y por máquinas inteligentes. Por un tiempo, los planos de ese futuro se seguirán diseñando sobre un tablero geopolítico clásico, el único para el que todavía estamos preparados. Pero cambiará.
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