Por Nazanin Armanian*
«Podemos apoyar a los elementos del liderazgo turco que todavía existen y sacar más de ellos y envalentonarlos para que puedan enfrentarse y derrotar a Erdogan… No mediante un golpe, sino a través de un proceso electoral», proponía Joe Biden en una entrevista con New York Times en diciembre de 2019, para «rescatar» a Turquía de su «autócrata» y rebelde presidente Tayyeb Erdogan quien «debe pagar un precio» por tener agenda propia. Y aquí, hay dos claves escondidas: a) Biden confiesa, de alguna manera, lo que todo Oriente Próximo sabía: el golpe de Estado fallido de julio de 2016 y el intento del asesinato del presidente de Turquía fueron organizados por la Administración Obama-Biden, y b) que el líder demócrata, cuyo partido acusó a Rusia durante cuatro años de haber interferido en las elecciones del 2016 de EEUU, cuestionando el buen funcionamiento de los mismos órganos que hoy han reconocido su victoria, pide sin pudor secuestrar los votos de los ciudadanos turcos en favor de su opción. Con esta metedura de pata, cualquier formación que derrote, legítimamente, al partido de extremaderecha islamista −La Justicia y el Desarrollo− en las elecciones del 2023 será tachada de «agente del imperialismo» por el narcisista sultán turco.
El 7 de noviembre de 2020 fue una de las peores noches de Tayyeb Erdogan, ya que a buen seguro no se había preparado para la derrota de su amigo Donald Trump. Se acabaron sus aventuras militares por el globo terrestre, ya hay un nuevo sheriff en la Casa Blanca que organizará intervenciones de toda clase en los asuntos turcos respaldado por un Capitolio unido por su anti-erdoganismo.
La Administración Biden-Harris no podrá permitirse el lujo de perder a Turquía, por lo que, para empezar, presionará a su presidente a cambiar de comportamiento: por las buenas o por las malas.
La importancia de Turquía
- Estar ubicada en Eurasia, entre los Balcanes, el Cáucaso, el Golfo Pérsico y Oriente Próximo.
- Ser casi vecina de Rusia, y controlar el estrecho de Dardanelos, que es el acceso del país eslavo al mar Negro, al mar Egeo y al Mediterráneo. La naturaleza del sistema político turco le coloca frente a frente con Rusia: Siria, Libia, Ucrania o Cáucaso sur, son sólo algunos ejemplos. EEUU es consciente de que la relación de Ankara con Moscú es oportunista y un chantaje hacia sus verdaderos aliados occidentales.
- Tener una gran influencia en los países musulmanes, a los que pretende liderar tras la caída de Arabia Saudí en los infiernos.
- Un trampolín desde donde puede vigilar a Irán, Iraq y Siria.
- Ser un Estado tapón entre Occidente y los países de Oriente, los mismos en los que EEUU y la Unión Europea han provocado guerras y conflictos.
- Ser la pieza esencial para la proyección militar y geográfica de la OTAN. Turquía tiene el segundo ejército más grande de la Alianza, después de EEUU.
A pesar del choque natural entre dos grandes potencias como EEUU y Turquía, el nacionalislamismo de Erdogan sirve a los intereses del imperialismo: impide el progreso de la sociedad y desvía la lucha de clases hacia la batalla entre las religiones, echando arena a los ojos de los trabajadores.
Los siete puntos del conflicto
- La compra del sistema de defensa antimisiles S-400 rusos por Turquía, y la posibilidad de probarlos en la ciudad de Sinop, en el Mar Negro, a pesar de las advertencias de EEUU. Erdogan justifica la compra por la negativa del gobierno de Obama de venderle el sistema Patriot, debido a desacuerdos sobre los precios y las condiciones de transferencia de tecnología. El Pentágono pierde unos 2.5 mil millones de dólares que se fueron a Rusia, y también la dependencia turca a las armas estadounidenses. Por lo que EEUU le castiga con Ley de Lucha contra los Adversarios Estadounidenses mediante Sanciones (CAATSA), que podrán costar a la industria de defensa turca entre 1.500 y 2.000 millones de dólares, según EEUU. Sin embargo, Turquía ya ha sido eliminado de la compra de aviones de combate F-35, aunque continuará produciendo sus piezas hasta el vencimiento de los contratos por un valor de 12.000 millones de dólares. La CAATSA obliga al presidente de EEUU a elegir al menos cinco sanciones de las 12 que propone. Si bien Donald Trump, como un favor a su colega turco, no la aplicó, Biden puede elegir las sanciones menos devastadoras para la economía turca a condición de que Ankara prometa no utilizar los S-400. Por su parte, Erdogan, podrá expulsar a los estadounidenses de la base aérea de Incirlik, donde EEUU además guarda unas 50 de sus ojivas nucleares. El Pentágono ya piensa en Grecia como posible destino de sus bártulos en Turquía.
- Sanciones de EEUU contra Halkbank, una de las instituciones financieras más grandes de Turquía, acusada de transferir a Irán unos 20 mil millones de los fondos iraníes congelados por las sanciones de EEUU, en un esquema de oro por petróleo y mediante los intermediarios del gobierno turco. En junio, Trump obligó a dimitir al fiscal principal del caso, aunque en el mes de marzo de 2021 empezará el juicio, y Biden no la impedirá por el «respeto a la separación de los poderes», afirma. Si llega a multar a Turquía, supondría un nuevo clavo al ataúd de la economía del país, hundida a consecuencia de las políticas neoliberales y agravada por las consecuencias del coronavirus. En 2017, el subdirector del banco Mehmet Hakan Atilla fue arrestado en Miami.
- La cooperación de EEUU con las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), grupo kurdo de Siria, consideradas «terroristas» por Ankara. Aunque el pretexto del gobierno de Obama-Biden para armar a YPG fue la supuesta lucha contra Estado Islámico (ISIS), el plan de EEUU ha sido una nueva remodelación del mapa de la región, que había sido diseñada por Francia y Gran Bretaña en 1918 a la medida de los intereses de EEUU, rompiendo los países grandes y ricos fundando mini Estados controlables. Unificar la región kurda de Iraq con la de Siria para fundar un Estado kurdo (que, obviamente, será de derechas y militarista) será el primer paso para luego balcanizar Irán y Turquía y constituir un imposible «Gran Kurdistán» sobre millones de vidas destrozadas incluidas las de los propios kurdos. Aunque Biden dijo en octubre de 2014 que Turquía había ayudado a crear el ISIS, es de dominio común, también de los kurdos, que el gobierno de Obama-Biden armaba a ambos grupos. ISIS es un conjunto de asociaciones de mercenarios bajo el control de EEUU, Turquía, los países árabes del Golfo Pérsico e Israel, que son enviados a diferentes escenarios con cinco misiones concretas. En octubre pasado, EEUU transfirió una ayuda de 400 millones de dólares al grupo kurdo. En 2017, Antony Blinken, el elegido de Biden para secretario de Estado, pidió a Trump que arme a las YPG contra ISIS, y para tranquilizar a Turquía, propuso establecer una zona de amortiguación turca en el norte de Siria, otro paso para dividir este país.
- Libia y el gas del Mediterráneo sur. Turquía, que no tiene petróleo ni gas, ha clavado su mirada en Libia -que además de ser la primera reserva de hidrocarburo de Africa, desde sus costas se accede a un gran campo de gas encontrado en el fondo marino. En Libia, que tras convertirse en un estado fallido gracias a los bombardeos de la OTAN y el trabajo de sus «yihadistas» (los mismos que un día después del regreso de Hilary Clinton de Libia a EEUU «encontraron» al jefe de aquel estado para asesinarle), el señor de la guerra turco en busca de la «Patria Azul» respalda al denominado Gobierno de Acuerdo Nacional de Trípoli frente a las fuerzas del general Khalifa Haftar, patrocinadas por EEUU, Francia, Rusia, Egipto, y los Estados árabes del Golfo Pérsico. Ankara y Libia trabajan juntos para establecer el control sobre las aguas de la costa suroeste de Turquía de Fethiye-Marmaris-Kas y la costa de Derna-Tobruk-Bordia en Libia. Un conflicto de mayor envergadura podría animar a Erdogan a volver a utilizar a los refugiados de guerra, esta vez de Libia, para chantajear a sus rivales, como lo hizo en 2015 poniendo el cuerpo del pequeño Aylan Kurdi en la portada de los medios. Una de dos: o los socios de la OTAN, que se encuentran en ambos bandos del conflicto, negocian un arreglo al respecto o van a la guerra destrozando la alianza militar más grande de la historia.
- La situación de Chipre. ¿»Dos Estados para dos pueblos» como propone Erdogan o la reunificación entre los grecochipriotas y los turcochipriotas como plantea Biden? De senador, el líder demócrata votó en favor del embargo de armas a Turquía tras invadir a Chipre en 1974, y ahora se opone a que los turcos entren en las aguas de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) griega y chipriota para explorar la existencia de hidrocarburos. Washington aplaude la alianza greco-israelí-chipriota cuyo objetivo es contener a Turquía.
- Reconocer oficialmente el genocidio armenio de 1915 por parte de EEUU como Biden prometió en abril de 2020, algo que todos sus antecesores habían esquivado hasta hoy. Si cumple, Turquía tendrá que indemnizar a los familiares de 1,5 millones de civiles armenios que fueron expulsados o asesinados por el Imperio Otomano. En el último conflicto entre Azerbaiyán-Turquía y Armenia, Biden en defensa de Armenia tachó la intervención turca de «irresponsable» y pidió el cese de la ayuda militar de EEUU a Azerbaiyán.
- El retroceso de la democracia en Turquía. Biden ha prometido organizar una «Cumbre por la Democracia» global y dar prioridad a promover los Derechos Humanos. Decenas de miles de ciudadanos turcos y kurdos críticos, de todos los estratos sociales, han sido despedidos de sus puestos de trabajo o arrestados. Ya sabemos que en EEUU los «Derechos Humanos» carece de cualquier importancia en la política exterior de EEUU y solo se plantea cuando pretende presionar a un Estado, como con el aliadísimo Arabia Saudí.
El tiempo corre en contra de Erdogan
Ha llovido mucho desde que Biden se fue de la Casa Blanca. El dictador de Turquía, acomodado en el Palacio Blanco de mil habitaciones, ha perdido buena parte de su popularidad, mientras la crisis económica le han forzado a cesar a su yerno Berat Albayrak como ministro de Hacienda y Tesoro, después de que apartara al gobernador del Banco Central, Murat Uysal, por ser responsable de la caída brusca de la lira. Por lo que el presidente turco, al tiempo que sigue lanzando consignas «antiimperialistas» para el consumo doméstico, envía señales positivas a EEUU: liberó al pastor evangélico estadounidense Andrew Brunson, arrestado bajo el pretexto de espionaje y terrorismo en 2017, y en realidad para canjearlo con Fethullah Gülen, el clérigo exiliado turco en EEUU, sólo después de que Trump elevase los aranceles a los productos turcos, provocando en 2018 una monumental inflación y una depreciación de la lira frente al dólar del 50% . Ahora, además, reanuda sus relaciones con Israel.
Erdogan no está en condiciones de enfrentarse a EEUU: no tiene a las fuerzas progresistas y al pueblo de su lado porque su batalla es reaccionaria. Por otro lado y al igual que en el caso de Irán, Libia o Siria, el objetivo no es el mandatario del país, sino su Estado. Sólo una Turquía débil puede ser satélite sin políticas propias de EEUU.
Biden es un tipo peligroso. No sólo votó en favor de la invasión a Iraq, por ejemplo, por su posición estratégica ser rival de Israel o por ser la segunda reserva mundial de petróleo, sino que se ha propuesto romperlo en varios pedazos: así nunca levantará cabeza. Turquía, Irán e incluso Arabia Saudí deben temerle: es el representante de EEUU más intervencionista.
Gentileza de Other News
*Nazanín Armanian es iraní, residente en Barcelona desde 1983, fecha en la que se exilió de su país. Licenciada en Ciencias Políticas. Imparte clases en los cursos on-line de la Universidad de Barcelona. Columnista del diario on-line Público. Fuente: http://www.nazanin.es/, Público.es
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