Por Gianni Tognoni*
La situación de grave crisis de los derechos humanos no tiene, en sí, nada de nuevo, lamentablemente: la violación de los derechos fundamentales, de los individuos y de los pueblos, es cada vez más a menudo la protagonista de la crónica cotidiana. Queda sólo la duda de elegir entre escenarios del mundo global. Sin embargo, lo que se ha verificado en las últimas semanas en tres situaciones profundamente heterogéneas (tanto es así que son parte de crónicas absolutamente distintas por características políticas, de imaginario, de “víctimas” concretas), en Gaza, en las tratativas sobre la accesibilidad a las vacunas, en las relación entre Europa y migrantes, propone una coincidencia transversal tan coherente de actores y de responsabilidad de la “comunidad internacional”, en sus más altos y formales niveles de representación, que se impone como novedad.
Se trata de una verdadera, explícita, interpretación oficial actualizada de todas las Declaraciones, Convenciones, Constituciones que han constituido la originalidad histórica de una civilización (o por lo menos un proyecto de ella) que era la referencia universal, jurídica y operativa, en el tiempo posterior a la segunda guerra mundial. En aquel complejo de documentos la violación del derecho universal a la vida de cada ser humano como individuo y como colectividad, significaba el pasaje desde la civilización a una situación criminal contra el orden internacional de los Estados. Se hablaba de crímenes contra la humanidad: sin siquiera la “excusa” de la guerra, hasta el crimen “impensable” del genocidio, es decir del proyecto de eliminación de un grupo humano.
Ahora bien, la “novedad” de la coincidencia recordada arriba está en poner en evidencia una transversal banalidad. Los derechos humanos y de los pueblos no son negados, ni suspendidos, ni violados: han “caducado”. Son una realidad para mencionar, con respeto o demagogia o para darse dignidad, sobre los cuales discutir, pero sabiéndolos irrelevantes e inutilizables en un mundo que ha cambiado las reglas: y éstas no tienen más como término de referencia la legitimidad y obligatoriedad de la existencia y la vida-dignidad de los seres humanos.
Los palestinos de Gaza han sido obligados un vez más a asumir el rol de las “víctimas ejemplares”. No importa cuán grandes sean el horror, su ostentación, y los humanos-niños que mueren. La manipulación – ridícula si no fuera trágica en su falsedad -de la antigua (y sagrada) memoria de uno de los crímenes fundantes de una civilización del derecho dice (con la connivencia y ausencia de los organismos internacionales) que en el mundo de los equilibrios de los poderes, de los racismos, de las estrategias de guerra, económicas y militares, no hay lugar ni tiempo para respetar no importa cuántas vidas de cuántas personas. La impunidad no sólo está asegurada, sino hasta transformada en un reconocimiento del heroísmo providencial del Estado de Israel (¡una democracia asediada por gobiernos no democráticos y corruptos!).
Los seres humanos pacíficamente resistentes masacrados de Myanmar, los de Eelam Tamil eliminados hasta de la crónica además del genocidio, los matados o cegados en la represión colombiana o chilena, los detenidos torturados de Egipto-Turquía-Libia… son tantos los grupos humanos para los cuales la comunidad internacional llega quizás a “discutir” y “expresar preocupación”, porque no sabe cómo usar aquel “fármaco caducado” de los derechos humanos, que tal vez pudo ser útil, al menos como sintomático para la credibilidad del derecho, en otros tiempos, en otros mundos.
El escenario de las vacunas llega en otro mundo agitadísimo de estos tiempos, una verdadera guerra “virtual”. Por eso mismo entonces peleada sin horrores emotivamente involucrantes, con personajes que representan los jefes de los poderes económicos y tecnológicos mundiales y que conducen, por ende, de manera cada vez más “obvia” y apreciada, al mundo global. Mundo deshabitado por miles de millones de seres humanos, cuyas vidas y muertes están presentes en muchísimos informes pero solamente como números y porcentajes: se entrecruzan-confunden con las cifras que hablan de producciones, costos, mercados, que tienen como referencia una organización (la WTO), creada justamente para defender y garantizar los derechos de las cosas y mercaderías, y de sus cada vez más concentrados propietarios, de las pretensiones de los soñadores de los derechos humanos. De cuántas muertes y privación de la dignidad de la vida –crimen contra la humanidad, en el sentido más pleno – es responsable este organismo no se puede calcular: haría falta sumar demasiados “grupos humanos” presentes en las estadísticas oficiales que miden expectativas de vida, inaccesibilidad a la comida, agua, salud, educación, ambiente, paz, salarios vitales…
La discusión, con las características de una verdadera “guerra”, ideológica, económica, legal, sobre un “bien cognitivo e industrial” como una vacuna en tiempo de pandemia, hizo de golpe aparecer y con derechos universales, a los miles de millones de personas concretas que no tenían, afuera del escenario pandémico, ni el derecho de visibilidad física (el habeas corpus como mítico signo originario de derecho humano). La guerra sobre la prioridad entre humanos y cosas parecía estar invocada, era propuesta por lo menos como un experimento de suspensión de la victoria, global y permanente, de las cosas [1]. Se sabe cuán diversamente se está desarrollando: como un interminable partido de ajedrez. Con las partes desplegadas de uno y del otro lado por las razones, los intereses, los objetivos más variados. Sin buenos o malos.
Por un lado están selectos y potentes defensores del hecho que el mercado – desde hace tiempo ya y con toda claridad -ha declarado que los derechos humanos y de los pueblos son extraños a su identidad de fondo, y que sus reglas no admiten excepciones que podrían ser una señal muy peligrosa sobre la necesidad de cambiar los principios que garantizan la jerarquía de la trinidad privado-mercado-finanza sobre cualquier otro actor-valor. Muy simplemente: los derechos humanos desde hace un tiempo han “caducado”. ¿Porqué experimentar una “excepción” que pondría en discusión todos los algoritmos económico-financieros que se sostienen sobre la exclusión de la vida de las personas de las variable que cuentan?
En el otro lado hay tantas diferentes combinaciones de posiciones y organismos, que incluyen lideres reales y utópicos como el Papa Francisco; países pobres-marginales que sueñan siempre respuestas (vacunas contra sus pandemias permanentes de la deuda, del hambre, etc.); dictadores que ven en la pandemia un instrumento de propaganda y de ganancia (como en India[2]); el frente de las Naciones Unidas y de sus organismos directos e indirectos que quisiera, por lo menos en este campo, ser reconocido como sujeto eficaz de defensa de los derechos y no como su símbolo impotente; el universo vital de las tantas representaciones de la “sociedad civil” que declara inaceptable la “caducidad” de un derecho-intervención tan eficaz como la vacuna en el sector de la salud simbólica, que en nombre de la “inmunidad colectiva” sería un recordatorio de que todos somos seres humanos.
Difícil saber cómo y cuándo esta guerra terminará, más allá de las tantas escaramuzas, promesas, compromisos oscilantes entre el ridículo de la donación de algunos millones de dosis como signos de buenas voluntad por un presidente como Biden, y los compromisos sin tiempo y sin consenso de los G20…El veredicto respecto a los derechos humanos ya ha sido dado, y es muy claro: su universalidad es una linda palabra, que puede quedarse para dar la apariencia de discusiones éticamente justificadas, con tal de que no se pretenda discutir tiempos y costos. Lo que importa es mantener las jerarquías consolidadas que ven las lógicas económicas decidiendo las opciones concretas. Si entre tanto, mes tras mes, o año tras año, los muertos evitables se acumulan y aumentan las distancias entre los poseedores y no poseedores de derecho, los defensores de la no-caducidad de los derechos no pueden por cierto pretender improvisar y gobernar un nuevo orden, en nombre de una pandemia global como aquella antigua e indiscutida de la desigualdad.
Y tal vez no está mal reconocer que el horror de la guerra de las vacunas, con sus muertos invisibles e incontables, los ya producidos y los previstos, no es menor a lo de Gaza. No porque tengan sentido estas comparaciones, sino porque, desde siempre, los derechos humanos o son universalmente debidos y buscados, o no son. Y no por nada la comunidad internacional antes de ser sustancialmente impotente y silenciosa sobre Gaza bombardeada, no había pestañeado sobre el apartheid vacunatorio practicado por Israel ( entre tanto declarado modelo de “cobertura de vacunas” para el mundo). Y para quien quiera ver cuán viejo y bien aceitado es este segundo escenario, necesita solamente ver la película Las confesiones de Roberto Andó, que contaba ya todo, recordando que una voz profética invitada a estar presente, sin hablar, en una asamblea solemne y secreta de una simbólica “cumbre” de los poderes sólo podía tener como respuesta un suicidio por parte del garante de la falsa intocabilidad revelada de los algoritmos, que eran reconfirmados con el consentimiento de los demás.
El tercer caso que concluye la reflexión sobre el anuncio oficial de un evento tan importante y transversal como la “caducidad” de los derechos humanos necesita de todavía menos palabras. Se trata de un evento al mismo tiempo “fallido” y fuertemente operativo. La Unión Europea ha confirmado de hecho que la migración no es un problema que le atañe. El derecho a la vida de las personas que migran no es de competencia de la civilización europea: los migrantes – los últimos los de Ceuta – no son seres humanos; para ellos no se aplica ni el abecé de la Declaración Universal. Los horrores vistos a lo largo de los meses, años, en los mares, en los desiertos, en los Balcanes, en los campos de concentración que se incendian, en el hielo y en las torturas son parte de la gestión rutinaria del desorden de un mundo que en plena pandemia encuentra espacio, recursos, visibilidad para las maniobras de una OTAN que cada vez es más instrumento simbólico de otra de las jerarquías dada vuelta: la guerra como seguridad.
En la agenda europea las cosas que tienen prioridad son otras. Los fondos que deben ser distribuidos. El mercado de las armas. El control de fuentes energéticas que vuelven poco creíbles las propuestas de un futuro “green”. Como la de la WTO, la agenda europea no cambia. En el fondo, dicen los tratados y un derecho internacional que se reconoce en crisis pero no osa re-configurarse de derecho de estados a derecho de pueblos, los migrantes no son ni siquiera un pueblo definible. Provienen de “riesgos” que si fueran reconocidos deberían ser llamados con nombres que coinciden con los de nuestro nuevo colonialismo, económico, ambiental, militar. Su pretensión de hacer acordar – continuando huyendo y muriendo – que ser humanos es una identidad suficiente para ser reconocidos, terminaría poniendo en discusión demasiadas cosas. Mejor pensarlo. Postergar es un modo perfectamente eficaz de declarar que el tiempo y la sustancia de los derechos humanos han “caducado”.
Reconocer que se vive en un tiempo y en un mundo en los cuales se puede, de muchas maneras diversas y complementarias, afirmar en los hechos que los derechos humanos han caducado es un paso importante. Impone ser realistas y desencantados. En los escenarios internacionales, y las Constituciones vivimos en un mundo “otro” respecto a lo que había hecho de los derechos de las personas y de los pueblos un proyecto difícil, por cierto utópico, con respecto a los escenarios de guerra y exterminio que lo habían casi increíblemente generado, pero que había sido reconocido como la plataforma común de búsqueda de una colectividad internacional lejos de ser pacífica.
El relanzamiento, utópico, y por eso imprescindible, de una Constitución de la Tierra[3] no se refiere solamente a rencontrar una nueva relación entre los humanos y un mundo-naturaleza-ambiente en riesgo de sustentabilidad. El tiempo de la globalización de las cosas ha delegado a la violencia de la economía-finanza la gobernanza de los modelos de desarrollo y de convivencia ya borrado, en el imaginario y en las normativas, el tiempo y la cultura de la universalidad, es decir del proyecto de un mundo en búsqueda de igual dignidad entre las personas. No hay más que mirar “atrás” para defender más o menos eficazmente las conquistas hechas. El recuerdo de una época en la que se medía el derecho en relación a su capacidad de “no dejar a nadie atrás” sólo se puede interpretar con proyectos que sean practicables, de una manera nueva, en una época en la cual el derecho a ser humano ha caducado.
Las nuevas generaciones deben ser expuestas claramente a esta realidad para volverse sujetos de una historia que, con la misma lógica de búsqueda y experimentación, doctrinal y de luchas concretas, las vuelva capaces de ser, trasversalmente, ciudadanos de un lugar y de todos los lugares. El derecho constitucional no se sostiene sin un derecho internacional que no sea más un instrumento de los Estados sino de la diversidad de los grupos humanos. La salud de la pots pandemia y la escuela (toda) son la primera prueba para verificar si esta cultura de búsqueda de un derecho universal en un mundo global puede ser practicable.
Traducción: Alessandra Laurenti
Gentileza de Other News
*Epidemiólogo y sanitarista italiano, es Secretario General del Tribunal Permanente de los Pueblos. Doctor en Filosofía y en Medicina, y director del Instituto de Investigaciones Farmacológicas Mario Negri de Milán. Es asesor de la Organización Mundial de la Salud. Escribió más de 650 artículos publicados en las principales revistas de investigación médica. Ha sido premiado por numerosas universidades y organizaciones científicas en todo el mundo.
[1] https://volerelaluna.it/in-primo-piano/2021/02/02/vaccini-gratuiti-per-tutti-e-diritti-umani/
[2]https://volerelaluna.it/mondo/2021/05/19/il-covid-lindia-narendra-modi-tra-immaginario-e-realta/
[3] https://volerelaluna.it/politica/2021/05/18/perche-una-costituzione-della-terra/
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