Por Ernesto Tenembaum
El 10 de diciembre del año pasado, a las 12.14 minutos, Javier Milei se estrechaba en un abrazo con el líder ucraniano Volodimir Zelensky. Detrás suyo, ambas vestidas de traje blanco, sonreían Karina Milei y Victoria Villarruel, muy cerca del socialista chileno Gabriel Boric. Era un día histórico. Milei acababa de jurar como nuevo Presidente ante la Asamblea Legislativa. A diferencia de todos sus antecesores, había prometido que no hablaría ante los legisladores, porque los consideraba miembros de “la casta”. Así que después del juramento abandonó el recinto, salió del edificio, y descendió las escalinatas hasta llegar a un atril desde el cual, de espaldas al pecaminoso Congreso, le hablaría a sus seguidores.
Al abrazo con Zelensky le siguió otro de Milei con su hermana. Por detrás de ellos, Villarruel saludó al ucraniano con un breve apretón de manos. Milei le dijo algo al oído a Karina y se dirigió al atril. En ese momento, a las 12.15, sucedió algo inesperado, fuera de protocolo. Villarruel se retiró: por alguna razón decidió no participar del acto. Empezó a subir las escalinatas por detrás de Milei, a quien le daba la espalda. En la transmisión se puede ver que el director de cámaras ponchó a la multitud, justo en ese momento, tal vez para evitar que se viera el recorrido de la flamante Vicepresidenta. Pero cuando Milei arrancó con “Hola, soy el león”, lo volvió a enfocar y ahí se ve clarísima la espalda vicepresidencial, en plena retirada. La escena quedó retratada en la foto que encabeza esta nota.
Tal vez nunca se sepa la verdadera razón por la cual Villarruel dio esa especie de portazo. Pero lo cierto es que en esos días hubo una evidencia de que la vice había sido desairada, porque Milei no había cumplido con la promesa pública de colocar bajo su órbita a los ministerios de Seguridad y Defensa. Desde el 10 de diciembre hasta la apertura de sesiones ordinarias, realizada el 1 de marzo, Milei y Villarruel no volvieron a aparecer juntos, en público.
Las versiones sobre diferencias entre ellos fueron creciendo a lo largo de los tres meses de Gobierno, hasta que esta semana el conflicto estalló, horas antes de la sesión habilitada por la Vicepresidenta para el tratamiento del kilométrico Decreto de Necesidad y Urgencia 70/23 con el que debutó el Presidente.
La manera en que eso se hizo público obedece a una profunda tradición libertaria. Cuando un funcionario cae en desgracia se entera porque las cuentas del palo lo agreden en X(ex Twitter). En este caso, a Villarruel la acusaban de traidora, de tibia, pero además difundían rumores improcedentes sobre su supuesta vida privada. Periodistas con miradas casi opuestas de la realidad esta vez coincidían: desde la Casa Rosada filtraban que “Viki” era, ahora, una enemiga.
Las razones de la degradación difieren según quién las cuente. Que Villarruel sobre el final de la campaña había aparecido con un logo propio, que sus posteos en Instagram revelan que está embarcada en una campaña personal para la que no pidió autorización, que en la Casa Rosada molesta que haga apariciones públicas en festivales, que no respaldó como se esperaba al Presidente cuando este ordenó que anulara el aumento de dietas a senadores, que llegó tarde a una sesión de gabinete y, finalmente, que convocó a una sesión donde existían serias posibilidades de que el Senado rechazara el bendito DNU, como ocurrió. “Es una actitud claramente destituyente”, graficó en off un alto funcionario, sin registrar el origen K de ese adjetivo.
La Vicepresidenta de la Nación y titular del Senado Victoria Villarruel preside el debate sobre el DNU 70/23 – REUTERS/Agustín Marcarian
En otras palabras: Villarruel irrita porque no hace todo lo que el Presidente quiere, en el momento en que el Presidente quiere, de la manera en que el Presidente quiere, aun cuando nadie le haya explicado qué, cuándo y cuánto quiere el Presidente. De esta manera, el destino de Villarruel se suma al de muchísimas otras personas que cayeron en desgracia sin entender muy bien por qué: Carlos Maslatón, Diego Giacomini, Carolina Píparo, Osvaldo Giordano, Carlos Rodríguez, Emilio Ocampo, Guillermo Ferraro, Omar Yasín, Javier Torre, Carlos Torrendell, Pablo Rodrigué, Rodrigo Aybar, Horacio Pitrau, Carlos Kikuchi son algunos de esos nombres. Gente muy diversa que tiene algo en común: no entienden qué pasó.
Algunos de ellos fueron compañeros de ruta política cuando el líder libertario no era nadie, como Maslatón, otros amigos íntimos en tiempos de extrema soledad, como Giacomini, o miembros relevantes del exitoso equipo de campaña como Carlos Kikuchi. Hay en esa lista un asesor económico de primera línea, Carlos Rodriguez, un efímero director del Fondo Nacional de las Artes, Javier Torre, dos ex cabezas de la Anses, Carolina Píparo y Osvaldo Giordano, un secretario de Trabajo que se enteró por tele que su cabeza rodaba, dos encargados de distribuir comida en comedores escolares, un secretario de infraestructura.
Javier Milei y Carlos Maslatón
La manera en que suceden las cosas permite deducir el clima persecutorio que se vive en los equipos de gobierno: debe ser enloquecedor vivir así . Tal vez la cultura del equipo gobernante no conozca este antecedente, porque es muy lejano a ellos, pero hay un tremendo aroma a viejo partido estalinista en la manera en que se repiten estos episodios.
El disgusto de la Vicepresidenta se reflejó en el críptico mensaje que grabó el jueves, luego del rechazo al DNU. La primera parte parece un gesto de lealtad hacia Milei. “Mi compromiso con la Argentina y con Javier Milei es inclaudicable. Desde el momento en que Javier Milei me pidió que lo acompañara como diputada, y luego en la fórmula presidencial, nosotros sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Y hemos trabajado espalda con espalda a pesar de los incansables intentos por dividirnos”.
Pero luego agregó: “El Senado es la Casa de las Provincias. Y es un poder independiente de la República Argentina. Yo no me voy a convertir en Cristina Fernández de Kirchner. No me voy a convertir en aquello que vinimos a cambiar. No hay gobierno sin institucionalidad”.
Los textos políticos son de libre interpretación. Pero, en este caso, el mensaje es bastante claro. Villarruel no emitió ninguna opinión crítica al rechazo al DNU. Defendió al cuerpo rebelde: “Es un poder independiente de la Argentina”. La referencia a Cristina Kirchner es rara, pero en ese contexto se puede entender que está diciendo que no va a vulnerar la independencia de poderes, porque “no hay gobierno sin institucionalidad”.
Victoria Villarruel y Javier Milei ante la Asamblea Legislativa
Javier Milei, por su parte, explicó que todo esto es un invento de la prensa que está enojada porque le quitaron la pauta pública. Es un clásico en él: cree que todo el mundo se mueve por dinero. Pero además un paso muy previsible. En los últimos cuarenta años, la democracia convivió con muchas peleas entre presidentes y vicepresidente: Alberto Fernández vs. Cristina Kirchner, Fernando de la Rúa vs. Carlos “Chacho” Álvarez, Carlos Menem vs. Eduardo Duhalde, Cristina Kirchner vs. Julio Cobos. En todos los casos, en algún momento, alguien le echó la culpa a la malicia periodística por inventar líos donde, efectivamente, había líos.
En el fondo, entre Milei y Villarruel hay diferencias profundas. Milei sostiene que los senadores son personas despreciables y que la mejor estrategia en su contra consiste en insultarlos y humillarlos. Villarruel considera que, más allá de la opinión que tenga sobre ellos, la distribución de poder que estableció el método democrático obliga a dialogar y a conseguir puntos de acuerdo, al menos con algunos. Esas diferencias no necesariamente son irreconciliables, si existiera un espacio de diálogo para calibrar cuál de las visiones le conviene aplicar al oficialismo a cada paso. No sería el caso.
La segunda diferencia tiene que ver con la naturaleza de la relación. El círculo áulico de Milei –Nicolas Posse, Santiago Caputo, Karina Milei, el mismo Presidente- se mueve como si todo el resto de los funcionarios fueran fichas que pueden desplazar a voluntad. Villarruel no parece estar dispuesta a ser una de esas fichas. Y no la pueden echar, porque su mandato dura lo mismo que el de Milei.
Luego de la derrota aplastante del jueves pasado, Milei tiene por delante dilemas complejos. Acelerar con su estilo agresivo y humillante contra la casta es un camino que lleva hacia el rechazo del DNU en la Cámara de Diputados, donde los números están muy justos. Para evitar eso, deberá negociar con los gobernadores, especialmente con los despreciados Martín Llaryora, de Córdoba, y Maximiliano Pullaro, de Santa Fe. ¿Qué va a privilegiar? ¿Su rol de líder anticasta, que al parecer mantiene elevado su consenso social pero lo ha guiado ya a dos graves derrotas en el Parlamento? ¿O su rol de Presidente, que lo obliga a mezclarse con los pecadores, pero tal vez le permitiría conseguir algunos de sus objetivos? Las batallas parlamentarias no se agotan, además, en el DNU. Necesita, por ejemplo, cambiar la fórmula de actualización de jubilaciones, tema clave para mantener el frágil superávit fiscal.
El conflicto con Villarruel no ayudará a destrabar esos problemas. Pero no solo por ella, que es un personaje mucho menos relevante que el Presidente, sino porque es una expresión más de un estilo que ha llevado al oficialismo a romper puentes con demasiada gente. Si alguien insulta a todo el mundo, y no negocia con nadie, tal vez termine perdiendo una votación 42 a 25, retirando una ley clave, y finalmente se someta a una sucesión infinita de derrotas.
Hace apenas un año, en una película de campaña, el cineasta oficial Santiago Oria le preguntó a Victoria Villarruel cómo definía su relación con Javier Milei.
Ella sonrió, pícara:
-Él es el rockero. Yo la chica tradicional. Y a la gente le gusta eso.
Cuántas cosas han sucedido en apenas doce meses.
El tiempo, como se sabe desde Alicia en el País de las Maravillas, es una convención.
Fuente Infobae
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