Federico Mayor Zaragoza*
A pesar de los excelentes informes científicos que, una vez más, alertaron sobre la necesidad de adoptar medidas apremiantes y poner en práctica sin ulterior demora los Acuerdos de París sobre el cambio climático y la Agenda 2030 de la Asamblea General de las Naciones Unidas “para transformar el mundo“,… a pesar de la presencia de múltiples y activas instituciones y representantes de la ciudadanía mundial, con múltiples jóvenes de especial capacidad informativa… a pesar de países convencidos de la impostergable necesidad de resolver, sin vacilaciones, las presentes tendencias… al final ha sido, de nuevo, el “gran dominio”(financiero, militar, energético, digital , mediático) el que ha aplazado, con total irresponsabilidad intergeneracional, la adopción de medidas que pudieran detener, todavía , la presente deriva ecológica.
Desde hace décadas -no me canso de repetirlo- han sido múltiples las comunidades, especialmente la científica, que han llamado la atención sobre la necesidad de un cambio radical en la gobernanza mundial, indicando la urgencia de una acción conjunta a escala global a través de un multilateralismo democrático ponderado y eficiente, que permitiera, además, resolver los conflictos por la fuerza de la razón en lugar de seguir haciéndolo, desde el origen de los tiempos, por la razón de la fuerza.”Si quieres la paz, prepara la guerra”: este perverso adagio ha sido puntualmente seguido por el poder absoluto masculino que ha tenido en sus manos las riendas del destino común a través de los siglos… hasta hoy mismo en que se invierten diariamente -lo repetiré mientras no se resuelva- más de 4000 millones de dólares en armas y gastos militares, al tiempo que mueren de hambre y pobreza extrema miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad.
A pesar de los intentos de tres Presidentes demócratas norteamericanos de pasar de la fuerza a la palabra -Wilson en 1919; Roosevelt en 1945, y Obama en 2015- lo cierto es que sus esfuerzos en favor del multilateralismo han sido contrarrestados invariablemente por las convicciones hegemónicas que hoy, desoyendo las alarmas por procesos irreversibles que amenazan a la humanidad en su conjunto por primera vez en la historia, están conduciendo a un claro deterioro de las condiciones de habitabilidad de la Tierra.
El incumplimiento de los deberes urgentes por parte de las presentes generaciones puede conducir, sin remedio, a que las venideras vean gravemente lesionados sus derechos.
Desde los años 50 del siglo pasado, la UNESCO -con la creación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, los programas geológico, hidrológico y oceanográfico y “El Hombre y la Biosfera “- … y el Club de Roma -advirtiendo sobre los límites del crecimiento -…. y la Academia de Ciencias de los Estados Unidos en 1979, subrayando el papel del agua marina…y, después, ¡dos “Cumbres de la Tierra”! (en Rio en 1992 y Johannesburgo en 2002)… y la “Carta de la Tierra” en 2000….y la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz (Naciones Unidas 1999)… directrices siempre marginadas por los grupos plutocráticos neoliberales (G-6,G-7,G-8,G-20) impulsados por los presidentes de los EEUU pertenecientes al Partido Republicano…
¡Al fin!, en aquel otoño de esperanza de 2015, se firman con el Presidente Obama los Acuerdos de Paris y la Resolución de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 y los ODS… Deber de memoria: a los pocos meses llegó el presidente Trump y, acto seguido, dijo que Norteamérica no llevaría a la práctica ninguno de los convenios firmados por su antecesor… Y la Unión Europea, incapaz de oponerse, silenciosa,… porque para adoptar algunas medidas debe hacerlo por unanimidad… ¡que es la antítesis de la democracia…! Después de seis años de retraso, llegando ya al borde del abismo, se abrieron, al principio de la COP-26, ciertas expectativas por “compromisos alcanzados entre los grandes poderes”… pero resultó luego que eran compromisos “¡no vinculantes!”…
¡Qué oprobio, qué desvergüenza! Si no son vinculantes no son compromisos. De esta manera ha concluido la gran ocasión de Glasgow en la incertidumbre y desesperanza, porque es evidente que buena parte de la ciudadanía consciente ve desaparecer las últimas posibilidades de enfrentar y reconducir la situación presente.
Será necesario, en consecuencia, modificar sustancialmente el comportamiento cotidiano, el estilo de vida, antes de que se alcancen líneas rojas en el deterioro ecológico… La ciudadanía ya no puede ser, en buena medida, “espectador distraído” de lo que acontece. El Ártico se está fundiendo y no sólo los rayos solares carecen de “espejo” para reflejarse, sino que el permafrost ha acumulado durante siglos grandes bolsas de metano que, al liberarse, tienen un efecto mucho peor que el anhídrido carbónico sobre el cambio climático.
Está claro que, ahora sí, la solución es “Nosotros, los pueblos”, como se escribió lúcida pero prematuramente en la primera frase de la Carta de las Naciones Unidas. En 1945, los “pueblos” carecían de voz y la inmensa mayoría de los seres humanos nacía, vivía y moría en unos kilómetros cuadrados… Las posibilidades de información residían en el entorno inmediato. Eran, lógicamente, temerosos, obedientes, silenciosos, sumisos. Desde hace unas tres décadas, ya pueden expresarse libremente de forma progresiva, en buena medida gracias a la tecnología digital, y se ha eliminado, en alto grado, la discriminación por razón de género, sensibilidad sexual, ideología, creencia, etnia…
Ahora sí, por fin, “los pueblos“ ya pueden participar activamente a nivel local, regional, global. Con grandes clamores populares puede lograrse que se elimine la gobernanza plutocrática y se refuerce el multilateralismo democrático… Ahora, “los pueblos“ ya pueden exigir que las ojivas nucleares dejen, de una vez, de constituir una intolerable “espada de Damocles” para el conjunto de la humanidad… Y que los paraísos fiscales desaparezcan del mapa, y que un nuevo concepto de seguridad disminuya los inmensos dispendios en armas y gastos militares actuales y permita que los habitantes de territorios tan bien protegidos con los sistemas de defensa actuales tengan acceso a la alimentación, al agua potable, a servicios de salud de calidad, a una educación para todos a lo largo de toda la vida, al cuidado adecuado del medio ambiente… Los pueblos actuarán, por fin, porque la propia Declaración Universal de Derechos Humanos -¡maravillosa previsión¡- así lo indica en el segundo párrafo del preámbulo: …“a fin de que los seres humanos no se vean compelidos al supremo recurso a la rebelión…”. Hace pocos días publiqué “Glasgow, conciencia mundial para cambiar de rumbo”. Hoy –a la vista de los pocos resultados de la COP-26 y, sobre todo, del anuncio, tan inoportuno como descorazonador, de que la UE reforzará sensiblemente en muy breve plazo su potencia militar- está claro que debe ser la ciudadanía consciente la que, “compelida a la rebelión”, logre, voces y manos unidas, las transiciones que son exigibles antes de que se alcancen puntos de no retorno. Y “los pueblos”, mirando a los ojos de nuestros descendientes, vamos a exigir gobiernos que procuren un multilateralismo diligente, unas Naciones Unidas capaces, todavía, de adoptar las medidas más apremiantes para los cambios radicales que no admiten mayor demora. Compelidos a la rebelión, vamos a lograr cambiar, en poco tiempo, la fuerza por la palabra. Vamos a inventar otro futuro. 15 de noviembre de 2021.
Gentileza de Other News
*Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934) Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid (1958), ha sido catedrático en diferentes universidades españoles y ha desempeñado numerosos cargos políticos, entre otros el de ministro de Educación y Ciencia (1981-82). Entre 1987 y 1999 fue director general de la Unesco. Actualmente es presidente de la Fundación para una Cultura de Paz.
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