Por Jorge Asis
El ataque violentamente sorpresivo de 1500 combatientes del Hamás perforó el mito de invulnerabilidad de Israel y repone la “cuestión Palestina” en el primer plano de la agenda internacional.
Aparte, la mortífera invasión del Hamás con miles de cohetes, «terroristas» por el aire como aviones y secuestros cinematográficos, congela los diversos procesos de normalización diplomática.
Derivaciones románticas de los Acuerdos de Abraham. Con los Emiratos, Bahréin, Marruecos.
Pero en especial el Hamás obtura el entendimiento de Israel con la cada día más pragmática Arabia Saudita. Lo impulsa Joe Biden, con menor convicción que Donald Trump.
Mientras tanto China impulsa, en simultáneo, la reconciliación de Arabia Saudita con Irán. Con intercambio de embajadores, tecitos y dátiles para los desagravios mutuos.
La invasión minuciosamente planificada del Hamás descalifica a la sofisticada inteligencia superior de Israel.
Transcurre durante la instancia de máxima fragilidad de Benjamín Netanyahu y del desastroso gobierno de extrema derecha.
Netanyahu no tiene otra alternativa que reaccionar con la feroz respuesta militar. Debe interpretarse como consecuencia lícita de la agresión.
Pero es precisamente completar el objetivo prioritario de Hamás.
La ceguera del bombardeo sobre Gaza complementa el Operativo Inundación Al-Aksa.
La reproducción del odio
Para Netanyahu el Hamás siempre resultó de magnífica utilidad. La organización no reconoce el derecho a la existencia de Israel, y tampoco adhiere a la dulce teoría “de los dos estados”.
La temible presencia servía como pretexto para no cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas. Reclamadas hasta por los aliados.
O para demorar los aspectos más elementales del derecho internacional. Los que promueven la vigencia de los derechos humanos que en Gaza se violaban con natural prepotencia.
En cierto modo, por su funcionalidad, el Hamás se había convertido en una creación, o un producto, de Israel.
Consecuencia de la ocupación compulsiva y de la represión. La legitimación del apartheid que debía silenciarse. Los aliados de la civilización los toleraban culposamente.
Gracias a la necedad “patriótica” del Hamás, que pregonaba “la destrucción de Israel”, paradójicamente Israel podía garantizarse la defensa de la seguridad.
Como imponer la inhumanidad del bloqueo total de Gaza.
Consistía en encerrar en 360 kilómetros a dos millones y medio de personas.
Con la mayoritaria reproducción de niños que se entretenían con el arrojo deportivo de piedras.
Crecían y se formaban con la maceración del resentimiento dominante. El rencor, exactamente próximo al odio.
Pero lo que existía, y debía reconocerse que se estimulaba, era la patología del Hamás.
El monstruo utilitario había sido sabiamente manipulado. Y el 7 de octubre de 2023 iba a destacarse por la trágica astucia de invadir Israel.
Por la osadía de exhibirlo frágil ante el mundo. Por humillarlo.
En efecto, hoy Israel no está en guerra con Palestina. Apenas se encuentra en guerra con el Movimiento de Resistencia Islámica.
El Hamás, una fracción escindida de los Hermanos Musulmanes. Sólo un “grupo terrorista” para los Estados Unidos y la Unión Europea.
En adelante se asiste a una guerra de comunicación y de inteligencia, predestinada al apasionante juego de influir en la opinión pública internacional.
El testimonio sensible de una nieta ante el cadáver de la abuela debe impactar tanto o más que la desolada imagen de Gaza convertida en escombros (que cubren otras abuelas o niños destrozados).
Ante el horror debe admitirse que tampoco existe la igualdad.
Porque un palestino vale menos que un israelí.
Consta que en 2006 se registró el histórico intercambio del prisionero israelí Gilad Shalit por mil detenidos palestinos.
Un buen soldado por cientos de adolescentes sentimentales que supieron arrojar piedras o petardos durante las cotidianas Intifadas. Uno por mil.
El dilema consiste en que Hamás ahora tiene 150 prisioneros en el bolso.
La falsa relajación
Cuesta admitir que el Hamás engañó a Israel. Que llevó de la mano a la Mossad como a un niño hacia la escuela del descrédito.
De pronto, con el control asegurado de Gaza, el Hamás interrumpió misteriosamente los monótonos y casi rutinarios lanzamientos de cohetes.
Los que se lanzaban para cumplir, como para constar en actas y prolongar la dinámica de la lucha por la causa perdida.
Expresaba un cierto relajamiento. Como si se tratara de un Hamás desmotivado. Decepcionado, casi vencido por la imposición de los oportunos tiempos de paz.
Ya Israel había selectivamente asesinado con drones al líder máximo, al Jeque Ahmed Yasin.
Ahora los lideraba Ismail Haniyeh, un intelectual subestimado. Había estado preso, como cualquier palestino elemental, algunos años. Y era rector de la Universidad Islámica.
Hamás, conducida por Haniyeh, fingía agregarse al festival de la dulce reconciliación sunita con Israel.
Lo importante es que los profesionales desconfiados israelíes fueron engañados como inocentes mientras los de Hamás se mostraban como mero furgón de cola de los Acuerdos de Abraham.
Crecía la onda expansiva y negociadora de la paz y del amor. Se extendía mientras la “Cuestión Palestina” pasaba a asumirse como un tema secundario, destinado al estancamiento del olvido.
Un tema viejo, ampliamente superado. Estaban con la resignación de aceptar la vigencia de los hechos consumados.
La perversa ilegalidad de los asentamientos colonizadores. La superioridad imbatible de la «potencia ocupante».
Después de desplazar a la OLP (Organización de Liberación Palestina), para el Hamás sólo persistía como competidor interno la cofradía de la Yihad Islámica.
Organización que verdaderamente respalda Irán. Más que al Hamás.
Eran quienes continuaban con la abulia del disparo frecuente. Petardos que eran fácilmente interceptados por «la Cúpula».
Irán es la potencia de bajas calorías que respalda a la Yihad Islámica para promover en Gaza los atributos morales del chiismo.
El relajamiento, o la decepcionada inactividad del Hamás, fue insólitamente aceptada y hasta creída por los profesionales israelíes, expertos como nadie en los comportamientos dobles de los agentes especiales.
Los combatientes parecían envueltos, casi convencidos de los beneficios que deparaban los laureles de la paz.
Pero Ismail Haniyeh se encontraba en el preparativo impactante de la sorpresa. El ataque rigurosamente planificado de 1500 “terroristas” dispuestos a morir.
Penetrar en Israel fue demasiado simple. Para la faena de matar naturalmente, como si se comieran dátiles.
Cuenta Luttwak que, en la frontera, los 23 puestos de observación «de alta tecnología” estaban custodiados, cada uno, apenas por un soldado.
Una “mujer soldado” en realidad. Tal vez “soldade”, en lenguaje inclusivo.
Valientes mujeres que fueron rápidamente asesinadas. Como si se tratara de un jueguito electrónico.
Otros combatientes entraron como pájaros. Otros en motocicleta. Como al pasar se detuvieron en la fiesta “rave”.
Pero no fue para disfrutar del rock. Ni para procurarse siquiera un inofensivo cigarrillo de cannabis.
Solo irrumpieron para matar. A canilla libre.
Disyuntiva existencial
Como Estado, o como identidad, Israel enfrenta la disyuntiva existencial. Infortunadamente es conducido por el peor gobierno de su historia.
Sin estadistas, debe encarar el desafío del resarcimiento. El rescate de los prisioneros amenaza con convertirse en la sepultura de su dignidad.
Disuadir entre la matanza nunca fue un acierto. Continuar con los sistemáticos bombardeos, o con las infinitas restricciones, tampoco alcanza.
Brotan entonces, por doquier, los negociadores que creen encontrarse en condiciones de persuadir a Hamás para que entregue los rehenes. O a Israel para que acepte concesiones.
Primero Egipto, aunque clausura solidariamente la frontera y no ayuda siquiera a respirar a los masacrados gazatíes.
O el viejo sobreviviente don Recep Tayyip Erdogan, con su convicción de moralista otomano. Y con la autoridad que solo puede deparar la sangre de la historia.
O la refinada intrascendencia americana de Tony Blinken. Con la diplomacia de los fierros. O de un portaaviones.
Pero los halcones desesperados de Netanyahu carecen de imaginación. Caerán invariablemente en la necedad heroica de invadir Gaza por tierra. Para rescatar a los rehenes.
Saben que ya subestimaron demasiado al enemigo. Al Hamás que creyeron mantener manipulado. Aunque sin embargo los manipuló.
Comparativamente Suez, Seis Días, Yom Kippur, debieran registrarse, apenas, como anécdotas.
La invasión del 7 de octubre marca la disyuntiva existencial. No queda espacio para el empate. Ni posibilidad de salir indemne.
Se trata de la consolidación definitiva de Israel como Estado.
O caso contrario, como promueve Hamás para conmover en la región y producir entusiasmo en las bases.
Es la antesala del final de la ocupación de Palestina.
Fuente JorgesAsisDigital
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