El sábado 7 de octubre la organización Hamas lanzó el peor ataque terrorista en la historia de Israel. El gobierno israelí informó que el bombardeo de 2.200 misiles por aire, tierra y mar había causado, al menos, 700 víctimas fatales.
El gobierno de Joe Biden no tardó en solidarizarse con el de Benjamin Netanyahu, pese a las diferencias ideológicas y políticas que existieron desde un inicio entre ambos gobiernos.
La clase política estadounidense remarcó que el ataque fue posible por el respaldo de Irán a Hamas, pero también por la vinculación política y militar del régimen chiíta con Rusia, en medio del conflicto que esta nación sostiene con la OTAN en territorio ucraniano.
Se completaría así una trama argumentativa que vincularía a dos de los más poderosos Estados “enemigos de Occidente” y que aprovecharía la participación de una de las principales organizaciones terroristas en Medio Oriente para golpear a Israel e incidir así en el escenario global.
Pero por estas horas, la opinión pública internacional se formula dos preguntas centrales. La primera es cómo los servicios de seguridad y de inteligencia de Israel, generalmente considerados entre los mejores a nivel mundial, fallaron en la previsión de un ataque de características sorprendentemente masivas.
El otro cuestionamiento se vincula con el establecimiento de un numeroso arsenal, que habría sido completado por Hamas de manera clandestina frente al desconocimiento de las autoridades israelíes, pero también de las principales potencias occidentales que brindan su apoyo al Estado judío.
Frente a los relatos oficiales que tienden a establecerse en estos momentos, se debe tomar en cuenta que el llamativo aprovisionamiento de armas por parte de Hamas podría ser mucho más complejo de lo que se supone.
No sólo tendría a Irán como a uno de sus principales proveedores (un dato que, en realidad, ya no sorprende a nadie) sino que también se relacionaría con el mercado negro de armas que históricamente ha existido en Ucrania y que se ha activado en volumen, canales y, sobre todo, en ganancias, desde el inicio del conflicto con Rusia en febrero de 2022.
En este sentido, varias organizaciones civiles, académicas e incluso, think tanks como el CATO Institute (del que nadie dudaría en torno a su estrecha vinculación con el establishment estadounidense) han alertado en los últimos años sobre el problema creciente de las “filtraciones” en medio de los recurrentes envíos de armas desde las potencias occidentales.
Por su parte, en los últimos meses el gobierno israelí ha evidenciado una creciente preocupación por el arribo de armamento destinado a las organizaciones de resistencia palestinas, sobre todo, desde la frontera con Jordania, por donde suelen ingresar pertrechos militares originarios de Estados Unidos y de las potencias occidentales.
Sólo en los últimos dos años, las autoridades fronterizas apostadas en Cisjordania decomisaron más de 1600 armas de todo tipo, sin que se pudieran desactivar las vías por las que finalmente habían ingresado a territorio israelí, y que pueden remontarse a El Líbano, Siria y, más lejos, también a Irán e, incluso, a Afganistán.
Mas allá del obvio temor de que en Cisjordania se esté desarrollando un mercado negro de armas financiado por Irán, desde entidades como el Shin Bet, el servicio de inteligencia israelí, se observa con preocupación cómo desde el año pasado han aumentado las rutas del tráfico que nutren a organizaciones como Hamas con material bélico proveniente de Ucrania.
En tanto que distintos medios de noticias como CBS han alertado sobre la utilización de redes de traficantes de armas establecidas en Ucrania, con conexiones en Polonia y otros países del este europeo.
De igual modo, buena parte de las armas obtenidas por Hamas provienen del Mar Mediterráneo, a través de cápsulas selladas que distintas redes de contrabandistas arrojan desde embarcaciones situados a kilómetros de la costa de Gaza. Si bien esta alternativa suele ser compleja debido a la presencia naval israelí, ofrece a Hamas la ventaja de eludir los controles fronterizos oficiales.
Todavía sin claridad sobre el origen del armamento utilizado por Hamas en su reciente incursión armada, está claro que su ataque podría afianzar los vínculos entre Washington y Jerusalén en una iniciativa que tendría dos claros ganadores.
Por una parte, el gobierno de derecha de Netanyahu que, frente al accionar terrorista, podría reconstruir los vínculos con una sociedad crecientemente fragmentada ante la controversial iniciativa de una reforma judicial que ha dado lugar a incesantes protestas en todo el país.
La defensa de la nación ante el asedio terrorista podría operar como un catalizador capaz de conjuntar las distintas partes en la que la sociedad israelí se ha divido en este último año.
Por otro lado, el ataque de Hamas tuvo también sus consecuencias en Estados Unidos, y podría consolidar la alianza entre el gobierno de Biden y la siempre poderosa corporación militar.
Más aún luego de que en estas últimas semanas la administración demócrata viviera un período de indefiniciones en el ámbito legislativo, en gran medida, ante la puja interna del Partido Republicano frente al financiamiento del Estado y los compromisos militares en el exterior.
En tanto que el gobierno aliado de Volodimir Zelenski se convertiría en una impensada víctima en caso de que se afianzara el escenario bélico entre Israel y la Franja de Gaza.
Ucrania no sólo debería hacer frente a la pérdida de legitimidad de un conflicto que, por el momento, no ha generado beneficios sustanciales a Estados Unidos y la Unión Europea en su avanzada militar y económica contra Rusia, sino que, además, deberá competir con Israel por la obtención de recursos cada vez más limitados y que, posiblemente, tiendan a priorizarse en el convulsionado escenario político de Medio Oriente.
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