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¿Hay ya una alternativa sólida a Milei?

Por Guido Aschieri
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¿Cuál será el futuro del gobierno libertario? Desde el inicio de la dictadura hasta la crisis de 2001, la popularidad del gobierno militar y los dos radicales se degradaron por sus retrocesos económicos. El de la Libertad Avanza no es el primer mal gobierno de la Argentina. Lo fueron los dos que lo precedieron, y no se sabe cuál lo sucederá. Entretanto, hacerle honor a un proyecto de nación desarrollada e igualitaria requiere pensar en necesidades nacionales y obliga a discutir conceptos: por ejemplo, ¿la Argentina está primarizada o subdesarrollada? ¿Hubo sustitución de importaciones con el kirchnerismo?

Dentro del análisis político y económico argentino de orientación crítica es posible identificar la idea de que el país tiene que recuperarse de un proceso de empobrecimiento muy largo. Y que el Gobierno nacional busca una reconfiguración de la estructura económica y social del país que lo transformaría de manera regresiva, al punto tal de modificar su identidad.

Es necesario precisar en qué consiste esa “mutilación”, que se concibe como permanente. Se trataría de un anquilosamiento de la estructura productiva, más orientada a la producción intermedia de manufacturas baratas y de materias primas que a la elaboración de bienes finales, con una parte de la población sumida en la pobreza de manera casi irrevocable. La caracterización se suele denominar como la de una economía primarizada.

Simultáneamente, la desigualdad entre los escalafones de ingresos alcanzaría una consolidación que la tornaría irreversible, por cancelar las posibilidades de movilidad social.

En alguna medida, este tipo de posturas dan por sentado que, para alcanzar esos resultados, el gobierno actual tiene que modificar mucho el país que recibió, y consideran que el peligro es que por su decisión de hacerlo, lo logre.

Sin embargo, una cosa es el histrionismo y otra cosa es la combinación de intereses reales y posibilidades concretas. Es esa combinación la que hace la historia. El de la Libertad Avanza no es el primer mal gobierno de la Argentina. Lo fueron los dos que lo precedieron. Tendrá un sucesor cuyo signo se desconoce. Y por ende, también se desconoce su calidad potencial.

Hasta tanto, si la oposición no puede o no busca evitarlo, se producirán daños. Pero más que preocuparse por su magnitud hay que detenerse en qué se necesita revertir, y cómo hacerlo. En función de qué políticas.

Eso sugiere ampliar la atención hacia la totalidad de la política y la identidad del campo nacional y popular, antes que a Javier Milei como un problema en sí mismo. 

¿Primarización o subdesarrollo?

Detenerse en el tipo de bienes o la inserción en el proceso productivo internacional por sí mismo se presta a confusión. Un país no es más ni menos próspero por el tipo de bien que produce, sino por sus niveles de ingreso en comparación con el resto. Por sí mismas, son variables independientes.

Es el crecimiento del ingreso el que requiere una cohesión de la estructura productiva para sostener niveles de vida más elevados, que no debe identificarse con una rama de producción o forma de producir en particular, sino con el conjunto.

En síntesis, de lo que se trata es de indagar sobre el grado de desarrollo de Argentina. Específicamente, nos parece que los temores sobre la “primarización” son parte del embrollo. Argentina siempre fue un país subdesarrollado, aunque más desarrollado que otros que comparten esa condición. Las características de su estructura productiva lo corroboran, y no se produjo un cambio sustantivo sobre ésta desde la finalización de la última dictadura militar en 1983.

Es decir que lo que se entiende por “primarización” o “armaduría”, puesto en términos realistas, ya está dado. Ni Milei, ni ningún otro gobierno de derecha, tienen algo por hacer en ese sentido más que aniquilar entramados enteros de establecimientos productivos hasta que desaparezca la economía argentina, y con ello se elimine a buena parte de su población mediante la inanición o la emigración para escapar de la indigencia generalizada.

Obtener la legitimidad política para ejecutar una tarea semejante sería un logro asombroso. Hagamos notar que, desde el inicio de la dictadura hasta la crisis de 2001, la popularidad del gobierno militar y los dos radicales se degradaron por sus retrocesos económicos. El de Menem, que tuvo algunas ventajas, también se encontró con sus limitaciones. Y todo sin que dentro del sistema político argentino se produjera una opción contrastante, superadora del subdesarrollo. 

La razón es simple. El empobrecimiento es insoportable, sobre todo al ser continúo. Pero el empobrecimiento, de por sí, da lugar a la queja y al rechazo. No a un movimiento político distinto. Eso requiere un trabajo de conducción y elaboración persistente, con ideas claras y una dirección definida.

Dirección consciente

La simiente del proceso de cambio puede ser espontánea. Pero su sostén se alcanza mediante la evolución hacia la dirección consciente. El elemento no estuvo presente en la política argentina luego de que re-emergiese la reivindicación nacional-popular con el kirchnerismo, y sus consecuencias fueron visibles en varios aspectos.

Dentro de los factores que confluyeron en la mediocridad del gobierno del Frente de Todos (FdT), la pobreza del debate sobre política se destaca poco en relación a la importancia que tuvo.

Independientemente de vaivenes políticos y los ciclos propios de las economías capitalistas, durante el final de los gobiernos kirchneristas surtieron efecto las consecuencias del subdesarrollo, cuando la dependencia de insumos básicos importados y la desintegración de la estructura productiva condujeron a una merma en el saldo comercial a partir de 2013.

La falta de planificación sobre este aspecto, que se atendió de manera parcial reaccionando con la política energética, no fue capitalizada como enseñanza para experiencias posteriores. Fue uno de los muchos aspectos ausentes en la gestión del FdT. 

La cuestión de la estructura productiva es la que habilita a consolidar mejoras en los ingresos, pero es cierto que muchas veces las características de la economía permiten un avance inicial sin producir tensiones con otras variables. 

Consecuencia de la crisis que incubó la alianza de Cambiemos, con su incitación absurda al carry trade, el PBI se contrajo un 4,7 por ciento entre 2017 y 2019, y el nivel general de salarios retrocedió 20,5 puntos. Los importantes saldos comerciales alcanzados entre 2019 y 2022 habilitan a inferir que, bien gestionada, la economía argentina hubiese podido funcionar con otra vitalidad.

En vez de eso, no se logró restablecer la capacidad de compra de la población, que continuó degradándose, y la economía se mantuvo prácticamente estancada. Independientemente de las diferencias suscitadas entre los integrantes del Gobierno, es evidente que no se formuló una política orgánica que permitiese actuar en ese sentido, recuperando cosas ya hechas e incorporando novedades.

Por el contrario, durante los años previos al cambio de gobierno fue más frecuente escuchar debates sobre cómo moderar prudentemente alteraciones en la distribución del ingreso para prevenir la llamarada inflacionaria. Y se discutía en abstracto sobre si la salida no debía ser el incremento de las exportaciones, puesto que la sustitución de importaciones es cosa del pasado. Se criticaban políticas por insuficientes, como el sostén del régimen en Tierra del Fuego, pero no se proponía nada mejor a cambio.

Notable apatía con las necesidades de la población argentina, que antes que nada exigía entonces, y como ahora, una mejora en su situación material. Y para eso, las políticas que actúan sobre los ingresos de manera directa son tan necesarias como la sustitución de importaciones, que no solamente no es reemplazada por el incremento de las exportaciones, sino que lo segundo, para alcanzar un aumento de magnitud sustancial, requiere de lo primero. No se pueden exportar petróleo o automóviles sin haberlos producido antes.

Nuevo pensamiento

Durante los años en los que gobernó Cambiemos, el debate sobre cómo continuar con una consolidación de los cambios en la orientación de la política que tuvieron lugar entre 2003 y 2015 fue desplazado por una reivindicación de lo hecho recientemente para culminar con una táctica electoral que devino en una experiencia política fallida.

Todavía hoy, aun cuando se hacen críticas sobre Milei, se las hace recurriendo a argumentos por oposición a lo existente y no con propuestas que tengan como base una concepción de las necesidades nacionales. No se las conocía antes, y ante la ausencia de evidencias no hay por qué pensar que eso haya cambiado. 

Tampoco parece que la dirigencia política haya tomado nota de esta falencia, porque en ese caso sería lógico que se proponga trabajarla. 

Es útil acotar una observación sobre las intervenciones de Cristina Kirchner, en los dos documentos de trabajo –Argentina en su tercera crisis de deuda y Es la economía bimonetaria, estúpido– y la Carta Abierta que publicó durante 2024.

En sus tres escritos plantea una contraposición entre un modelo de endeudamiento externo que conduce inherentemente a crisis contra otro de sustitución de importaciones practicado desde 2003 hasta 2015. Y en los últimos dos llamó a enderezar un peronismo desordenado y torcido.

Caracterizar las políticas de la derecha argentina como si el endeudamiento externo fuese su centro es una simplificación que acota el debate sobre todo lo demás, que es dañino por sí mismo y torna al endeudamiento necesario. Y no es cierto que haya habido con el kirchnerismo un modelo de sustitución de importaciones, sino que fue lo que faltó.

Los tres gobiernos kirchneristas, aún con sus limitaciones, tuvieron el acierto de advertir las necesidades nacionales de su momento, que consistían en organizar la política para concluir con un largo proceso de declinación material y espiritual. Pero, por las tensiones que suscitaron en la economía durante sus últimos años, en los espacios de pensamiento económico se tendió a plantear su eliminación mediante una restauración de políticas conservadoras, necesariamente reaccionarias.

Lamentablemente, esa impronta es la que reaparece en la consigna de enderezar y ordenar, que más allá de sus connotaciones políticas hace a un discurso sobre la economía. Combina reproches sobre los desaciertos del FdT con un corrimiento a la derecha tenue, sin alusiones a la necesidad de formular políticas macroeconómicas, plantear las necesidades que hacen al proceso de desarrollo, ni reivindicar la trama de intereses que conforma los lazos sociales con potencial para gestar la alianza política que dé lugar a un nuevo frente.

CFK eligió la imagen de la torcedura y el desorden, que incluye el objetivo de revertir el déficit fiscal, una crítica a la burocracia estatal, a la inseguridad, y al incentivo al consumo sin tener presente la producción, porque advirtió el predominio de esas ideas, que renunció a cuestionar con un nuevo pensamiento. Se trata de una forma de abdicación, más que de reflexión.

Lo cierto es que ese discurso representa un ideario común que afirma el estado de cosas actual. Sin poner en práctica la búsqueda de un pensamiento afín a las necesidades y los ideales del campo nacional-popular, cuya razón de ser es identificar las necesidades de la Nación y darles forma concreta para alcanzar el progreso, la preparación de una alternativa superadora y persistente es imposible.

La elaboración de un nuevo pensamiento, y del aprendizaje sobre las formas de hacer política no es algo sencillo, ni lineal. La urgencia de la tarea no radica en la inmediatez de sus resultados sino en la necesidad de concebir una solución para los problemas que atraviesa Argentina desde que se estancó su economía, lo que data ya del período 2011-2015.

Si no se la reconoce, se corre el riesgo de que la política argentina se mantenga estancada en la situación actual, y que la adhesión a un proyecto de nación desarrollada e igualitaria que sea favorable para la mayoría de sus habitantes decaiga hasta diluirse. 

Felizmente, la voluntad de los sectores que defienden ese país y se disponen a militar en situaciones adversas mostró ser resistente, pero hacerles honor requiere una representación que esté a la altura de lo que se busca. 

Es esa voluntad y la identificación de intereses lesionados por el país conservador la que habilita a pensar que existe un plafón para un proyecto serio. A pesar del paso de los malos gobiernos, sean de Milei, Cambiemos, o de variantes progresistas que no están a la altura de lo que les toca.