Por Federico Mayor Zaragoza*
La habitabilidad de la Tierra se deteriora clamorosamente… y los países más ricos y poderosos siguen actuando en la dirección indebida.
La gobernanza plutocrática neoliberal ha rechazado, especialmente desde finales de la década de los ochenta, el multilateralismo democrático. El Presidente Reagan creó el G6 cuando, en poco tiempo, Nelson Mandela y Mikhail Gorbachev habían abierto nuevos e inesperados surcos para plantar semillas de una nueva era, en que la razón de la fuerza se sustituyera, por fin, por la fuerza de la razón, y las armas por la palabra…
Después de unos años de contención, por la existencia en Europa de líderes muy notorios, vinieron el G7 (más Canadá), el G8 (más la Federación Rusa)… y, por último, con motivo de la crisis financiera de 2007 se aceptó ampliar a 20 (¡cuando eran 193 los países incluidos en las Naciones Unidas!) el número de países “con mando”, aunque –como alertó tan lúcida y anticipadamente el Prof. Juan Antonio Carrillo-el timón se halla, sea cual sea el número después de la G, en manos de los Estados Unidos, cuyo Partido Republicano ha reusado el multilateralismo desde 1919 (Liga de Naciones)… con la enorme y peligrosísima incongruencia de que el país cuyo Presidente había creado la Sociedad de Naciones nunca perteneció a la misma.
Los “avisos”, progresivamente apremiantes, de la comunidad científica internacional ante el peligro global que podía derivarse de un estilo de vida con efectos perniciosos para la propia habitabilidad de la Tierra, han sido tan numerosos como desoídos. En los años sesenta del siglo pasado, la UNESCO, que ya había creado la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Programas Internacionales Geológico e Hidrológico, puso especial énfasis en el papel de los océanos y puso en marcha el gran Programa “el Hombre y la Biosfera”. En 1972 Aurelio Peccei crea el Club de Roma y presenta a la consideración de todos los países “los límites del crecimiento”. En 1979 la Academia de Ciencias de los Estados Unidos alerta de que no sólo se estaban incrementando las emisiones de CO2 sino que se estaba reduciendo la capacidad de su recaptura por el fitoplancton marino. Y silencio. Se crea la Fundación Exxon Mobile para quitar importancia, a través de pseudocientíficos, a esta noticia.
En 1992, con Maurice Strong a la cabeza, se organiza la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro y se presenta al mundo la Agenda 21. Ni caso. Diez años más tarde, cuando ya en el año 2000 había aparecido la Carta de la Tierra, excelente guía para la acción a todos los niveles, tiene lugar la Cumbre de la Tierra en Johannesburgo… pero la gobernanza neoliberal sigue ignorando las sabia recomendaciones de los especialistas… hasta que en 2015, gracias a la presidencia de Barack Obama, se firmaron los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Resolución de las Naciones Unidas sobre la Agenda del 2030 y los Objetivos sobre Desarrollo Sostenible.
A aquella dulce pausa otoñal le sucedió un invierno frío e insólito con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca: “no pondré en práctica los Acuerdos de París ni la Agenda 2030”. Y el resto del mundo guardó silencio, y la Unión Europea, otrora ejemplo de democracia, derechos humanos y solidaridad, silencio también…
Llevamos ahora seis años de retraso aunque la presidencia de Joe Biden puede hacer posible el difícil tránsito a la nueva era que representa el antropoceno, siendo capaces, con el protagonismo de la mujer y la juventud, de aplicar las lecciones que nos han dejado las reflexiones del confinamiento COVID-19: que sólo estamos a salvo si todos estamos a salvo; que ante amenazas globales debemos responder con acciones concertadas globalmente; que es intolerable seguir invirtiendo cada día miles de millones en armas y gastos militares, cuando miles de seres humanos mueren de hambre y de pobreza extrema; que el supremo deber de las presentes generaciones es transferir a las venideras el legado de una Tierra habitable, siendo capaces, a pesar del deterioro ya irreversible, de controlar en lo sucesivo las constantes propias de una vida digna; que “los pueblos”, conscientes de la realidad, adoptarán un estilo de vida acorde con las pautas que científicamente se establezcan…
Para que, por fin los estrábicos y miopes que siguen favoreciendo una gobernanza neoliberal entren en razón y se den cuenta de que ha llegado el momento de transformaciones radicales, es imprescindible que la ciudadanía sepa lo que acontece realmente y deje de ser testigo impasible para pasar a ser activa participante. Hasta hace unas décadas, “Nosotros, los pueblos” –como tan acertada pero prematuramente se inicia la Carta de las Naciones Unidas-no podíamos expresarnos. Ahora, gracias en gran medida a la tecnología digital, tenemos voz. Y somos todos iguales en dignidad, sin distinción alguna por razón de género, etnia, creencia, ideología… Ahora ya podemos, con grandes clamores populares, presenciales y en el ciberespacio, decir qué es lo que debe hacerse para que nuestro legado intergeneracional no sea el de una habitabilidad deficiente. Parafraseando la Carta de las Naciones Unidas en su primer párrafo, podemos proclamar, ahora sí, que “Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de vivir en condiciones insalubres y extremas…”.
Una noticia del calibre de los 50 grados centígrados de temperatura en Canadá y el norte de los Estados Unidos tiene gran poder movilizador: hay que actuar ya, hoy, poniendo en práctica los ODS con toda diligencia y firmeza, siguiendo las directrices de la comunidad científica.
Recuerdo con qué intensidad se advirtió el peligro que comportaría la fusión del océano Ártico, no sólo por la pérdida del reflejo del “permafrost” sino por la liberación del metano, gas mucho más dañino que el CO2… Los mismos medios que silencian ahora la visita oficial del Secretario General de las Naciones Unidas han silenciado o dado poco relieve a la progresiva desaparición del Ártico y a las recientes grietas que se están produciendo en la Antártida… No quieren que las excelentes y apremiantes propuestas del Secretario General… ni la confianza en el multilateralismo expresadas por el Presidente de Gobierno y el Jefe del Estado empañen sus vibrantes anuncios de recuperación, de “normalización”, de vuelta a la gobernanza de los “mercados”. La ONU ha alertado sobre una gran ola de calor… Permanezcamos, ciudadanos del mundo conscientes, atentos y prestos a actuar en consecuencia para que nuestros descendientes no repitan aquella frase terrible de Albert Camus, que tanto ha influido en mi vida: “Les desprecio porque podían y no se atrevieron”.
Gentileza de Other News
*Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934) Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid (1958), ha sido catedrático en diferentes universidades españoles y ha desempeñado numerosos cargos políticos, entre otros el de ministro de Educación y Ciencia (1981-82). Entre 1987 y 1999 fue director general de la Unesco. Actualmente es presidente de la Fundación para una Cultura de Paz. Texto enviado a Other News por la oficina del autor.
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