Por Georgina Higueras – El Periódico, Barcelona
Mientras el mundo se encamina a pasos agigantados hacia una nueva guerra fría, Corea del Norte, herencia sangrante de la pasada, llama a las puertas de Washington para advertir de que, por la propia seguridad de Estados Unidos y de sus aliados, es urgente sentarse a negociar. Kim Jong-un esperó un par de meses a que Joe Biden se pronunciara sobre su política hacia Piongyang; después desató su habitual guerra verbal y finalmente recurrió al lenguaje que Washington mejor entiende: la provocación militar. Probó dos misiles de crucero y, como Biden no le dio importancia, el 25 de marzo disparó dos balísticos hacia el mar de Japón y desató la ira de la Casa Blanca.
El Consejo de Seguridad de la ONU prohibió a Corea del Norte efectuar pruebas con este tipo de cohetes considerados armas ofensivas. El lanzamiento, sin embargo, estuvo minuciosamente preparado: no solo sirvió como ensayo de un nuevo tipo de proyectil táctico guiado, que puede portar, según los medios norcoreanos, una carga de 2,5 toneladas, sino también para llamar la atención mundial.
Kim III -conforme a la dinastía comunista iniciada por su abuelo Kim Il-sung y proseguida por su padre Kim Jong-il, cuyo trono ocupadesdela muerte de este en 2011- ha encontrado en el programa nuclear y de misiles su única fuente de legitimidad y poder político. EEUU tendrá que asumir que Corea del Norte no aceptará desnuclearizarse, pero quiere entablar conversaciones de control de armamento y desarme que abarquen lo que Washington considera una seria amenaza a su seguridad.
El clima de rivalidad reinante entre China y EEUU concede una especial relevancia a Piongyang, ya que una escalada militar en la península coreana puede inflamar toda la zona. Cuenta con decenas de bombas nucleares, entre 2.500 y 5.000 toneladas de armas químicas y miles de piezas de artillería y lanzacohetes desplegados a lo largo de la frontera con Corea del Sur, a solo 60 kilómetros de Seúl donde se encuentran la mayoría de los 28.500 soldados estadounidenses desplegados al sur del paralelo 38. Está claro que la capacidad norcoreana de destrucción es más que notable.
La economía del país depende en gran medida de China (90% de su comercio), pero el orgulloso líder, al igual que sus predecesores, no quiere subordinarse a su gran vecino, siempre crítico con el empeño nuclear de los Kim, consecuencia de la amenaza de EEUU de lanzarles la bomba durante la guerra de Corea (1950-53). De hecho, la primera ayuda en este campo procedió de la Unión Soviética en la década de los sesenta.
Para Kim es fundamental llegar a un entendimiento con Biden que facilite el levantamiento, al menos parcial, de las fuertes sanciones internacionales que han dañado enormemente la maltrecha economía. Lo primero que necesitan es construir confianza mutua, al menos como la alcanzada entre Bill Clinton y Kim Jong-il, que permitió la ralentización del programa atómico.Además, precisan partir de objetivos alcanzables, como una moratoria en las pruebas nucleares y de misiles.
El programa atómico constituye el corazón de la propaganda del llamado ‘reino ermitaño’, cuya población desconoce el mundo exterior. La cúpula norcoreana lo ve como su mayor garantía de supervivencia y lo defiende con uñas y dientes tras lo ocurrido en Libia después de que Muammar el Gadafi renunciara a su avanzado programa nuclear. En enero, durante una reunión del comité central del gobernante Partido de los Trabajadores Coreanos, Kim se comprometió a seguir avanzando en las capacidades atómicas y a construir misiles balísticos de largo alcance de combustible sólido, con cabezas nucleares más precisas.
Tal vez el único gesto ‘amigable’ hacia China de la Administración Biden desde que llegó al poder fue la petición del 18 de marzo, formulada por el secretario de Estado, de que Pekín utilice su “tremenda influencia” para convencer a Piongyang de desnuclearizarse. Anthony Blinken lo consideró prioritario por ser una “fuente de inestabilidad” e instó a China a aplicar a rajatabla las sanciones de la ONU. Sin embargo, no es probable que Pekín, que lo ha intentado sin éxito durante décadas, fuerce ahora la situación hasta poner en riesgo el régimen, lo que desestabilizaría toda la zona.
La pelota está sobre todo en manos de Washington, que podría hacer un amplio uso de su diplomacia en lugar de incrementar las maniobras militares que realiza el Pentágono en el entorno de la península de Corea. Los ejercicios, en los también participan buques de guerra de Japón y Corea del Sur, levantan ampollas en Piongyang. Incluyen simulacros de infiltración en el país y neutralización del mando militar y de las principales instalaciones castrenses. No es de extrañar que Kim trate de defenderse.
Gentileza de Other News
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