Por Ernesto Tenembaum
En diciembre del año pasado, Cristina Kirchner humilló a los ministros de Alberto Fernández. “Búsquense otro laburo”, les gritó, durante un acto en la ciudad de La Plata. En ese momento, todos los asistentes la aplaudieron menos uno: Juan Pablo Biondi, vocero y hombre de confianza del Presidente. Alguien fotografió la imagen televisiva donde se veía a Biondi de brazos cruzados. Inmediatamente Alicia Castro, la ex embajadora de CFK ante el régimen venezolano, marcó con un fibrón rojo al desobediente, difundió la foto marcada en sus redes y reclamó escarmiento. Meses después, como se sabe, Kirchner pidió la renuncia de Biondi: era a ella, en realidad, a quien le había parecido una insolencia que no la aplaudiera. Biondi, en estos días, se está buscando otro laburo.
Esta semana dio comienzo otra historia similar. El jueves 16, la poderosa vicepresidenta emitió una carta donde acusaba al gobierno de Alberto Fernández de haber implementado un programa de ajuste. El ministro de Economía, Martín Guzmán explicó que estaba equivocada. Un ajuste implica que el Estado gaste menos que un año antes. Eso no ocurrió en la Argentina. La política fiscal ha sido muy expansiva. En agosto de 2021, por ejemplo, se gastó 66 por ciento más que el mismo mes del año anterior, una diferencia que supera con creces a la inflación. Al mismo tiempo, se redujo el déficit pero no por un ajuste del gasto sino por el crecimiento de los ingresos fiscales. Eso mismo hacía Néstor Kirchner en los buenos años de su mandato presidencial: achicaba el déficit por medio de la suba de ingresos.
Dos días después de la aclaración de Guzmán, la cuenta de Twitter de Allicia Castro volvió a vibrar. “Estimado Martín Guzmán. Durante los 8 años que Ciristina Kirchner gobernó exitosamente la Argentina, los que acompañó a Nestor Kirchner, los que fue diputada de la Nación y senadora; calculo que usted habrá estado haciendo el secundario y su master en EEUU. Si ella dice ajuste, ajústese”. Hay muchas evidencias de que el mecanismo de desgaste y castigo se ha puesto en marcha, desde hace mucho tiempo, contra Guzmán. Horacio Verbitsky empezó con ese proceso unos días antes de que conmoviera al país con el relato de su vacunación: lo acusaba de haber estudiado en la misma universidad que Ricardo López Murphy (sic). Esta semana, Andrés Larroque le reclamó a Guzmán que no sea amarrete. Larroque fue el mismo que pidió cambios de Gabinete pocas horas después de la derrota electoral. Maximo Kirchner justificó que no aprobaría el presupuesto de Guzmán con otra reflexión fascinante: “Una cosa son los números y otra el bolsillo de la gente”.
El atrevimiento de Guzmán es muy contracultural. Nunca nadie, en un gobierno donde estuviera Cristina, se animó a sostener que la vicepresidenta estuviera equivocada en algo, aunque fuera tan evidente que estaba equivocada. Castro se ocupó de recordarle cómo son las cosas. “Si ella dice ajuste, ajústese”, escribió. En este esquema, todo lo que dice Cristina es correcto, por la mera razón de que lo dice ella, aun cuando diga que dos más dos es cinco, que es más o menos lo que dijo en este caso. Un militante -o un ministro- no está autorizado para tener ideas propias: sus ideas deben ser, siempre, las de la Jefa. Una semana atrás, la diputada cristinista Fernanda Vallejos lo dijo de otra manera: “Por la boca de Cristina se escucha la voz del pueblo”. Hay una leve reminiscencia a Jim Jones en algunas culturas políticas.
El debate entre CFK y Guzmán generó, sin embargo, muchas reacciones dentro del esquema kirchnerista. El ministro no es el único preocupado por semejantes imprecisiones. El mismo día de la carta, el ex viceministro de Economía de Axel KIcillof, Emmanuel Álvarez Agis, emitió un informe donde explicaba que el gasto creció fuertemente en la Argentina durante el último año. Cristina en su carta había dicho que este Gobierno tiene más reservas que el suyo para enfrentar la presión cambiaria. Álvarez Agis explicó que en 2009 Cristina disponía de 45 mil millones de dólares de reservas que podía gastar para enfrentar la demanda creciente de dólares. Ahora, hay solo 9 mil millones. ¡Cinco veces menos! De esa magnitud son los errores de la Vicepresidenta. En el año 2016 CFK había elogiado a Álvarez Agis por sus informes críticos de distintas medidas del macrismo. Alfredo Zaiat, jefe de Economía de Página 12, tal vez el periodista más citado por Cristina, fue categórico: “Tiene razón Guzmán. No hubo ajuste”, declaró. No fueron los únicos.
La relación de Cristina Kirchner con los números siempre fue complicada. Esa fue su principal diferencia con la gestión del fallecido Néstor Kirchner y, tal vez, explica por qué recibió una Argentina con indicadores pujantes en 2007 y la entregó exhausta en 2015. El ejemplo que mejor permite entender este problema es lo que ocurrió con la resolución 125. Esa medida reestructuró el esquema de relaciones políticas y humanas en la Argentina. Muchas familias y amistades se rompieron en ese momento. El peronismo se dividió. Cristina aplicó la terquedad que, hace pocos días, le reclamó a todos los funcionarios.
En el año 2015, siete años después, durante la campaña electoral por la jefatura de Gobierno porteño, Cristina admitió que la resolución 125 tenía un problema de cálculos. En esa campaña, Martín Lousteau encabezaba una lista opositora. “Ahí está el que nos hacía mal los números de la 125″, dijo Cristina. Durante sus ocho años de mandato, además, el gobierno manipuló las estadísticas oficiales, otros desprecio por los números, y por la realidad, que la Vicepresidenta nunca ha aclarado.
Los problemas de Cristina con las matemáticas podrían ser un tema personal. Se trata, al fin y al cabo, de una limitación habitual en muchas personas. Pero resulta que la Vicepresidenta es la personalidad con mayor poder político dentro del Gobierno. Ni Fernández, ni Guzmán, ni nadie puede imponer su voluntad, en ningún sentido, si ella se opone. Entonces, esos errores se transforman en un problema para el país. Guzmán suma, resta y multiplica según los criterios tradicionales y, en base a eso, propone un plan. Cristina hace sus propios cálculos y le quiere imponer otro. La economía argentina se desplaza en un angosto desfiladero rodeado de abismos. ¿Qué le sucede a un auto que anda en zigzag, y por momentos a ciegas? En ese auto van subidos millones de argentinos.
La situación de Guzmán, luego de su insolencia, es muy delicada. En parte, porque fue muy certero. Si no hubo ajuste, los argumentos de Cristina en su carta se desmoronan y pierde todo sentido el ataque más tremendo que sufrió un presidente democrático, desde 1983, por parte de su propio vicepresidente y del sector más poderoso del Gobierno, estaba mal fundamentado.
Hasta ahora, todas las peleas que dio Cristina desde el 10 de diciembre de 2019, terminaron igual: tarde o temprano impuso su voluntad. Si ella dice ajuste, al final, todos se ajustan.
Cuando alguien poderoso se equivoca, es mejor no tener razón.
Fuente Infobae
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