Por Ernesto Tenembaum
A principios de esta semana, el economista Carlos Rodríguez se quejó a través de las redes sociales porque Javier Milei, su líder, no le daba bolilla.
El argumento de Rodríguez era criterioso. En mayo de este año, para mostrar algo más de solvencia en sus equipos, Milei anunció que sus principales asesores en materia económica serían Roque Fernández y, justamente, el propio Rodríguez. Se trata de dos académicos de larga trayectoria, que tuvieron cargos directivos en el ultraliberal Centro de Estudios Macroeconómicos y cumplieron roles relevantes en el segundo gobierno de Carlos Menem.
Desde entonces, no les dieron bolilla.
En palabras de Rodríguez:
“Desde que soy asesor de Javier Milei jamás he sido consultado en Economía, me piden que no salga en los medios y me tengo que bancar las rarezas de los libertarios sobre preservativos pinchados, el Vaticano, privatizar los océanos y cosas de Rothbard”.
Rodríguez sostuvo que el comando de campaña de Milei solo permite hablar en público a dos personas. Una es Guillermo Francos, ex delegado del actual gobierno ante el Banco Interamericano de Desarrollo. La otra es Diana Mondino, otra profesora del CEMA que sería la canciller de Milei. “Sus campos son Interior y Relaciones Exteriores, dos campos que al votante no le interesan. Un ministro de Economía podría subir el techo si dice cosas interesantes y que no asusten”.
Como era de esperar, Milei no le levantó la veda a Rodríguez. En las viejas organizaciones estalinistas, la crítica pública a una decisión del Comité Central era castigada con el ostracismo, la marginación o la expulsión. Tal vez Milei no se dé cuenta, pero hay algunos síntomas de su corrimiento hacia ese estilo de conducción. Son muchos los dirigentes que dicen: “Discúlpame, pero tengo prohibido hablar en público”.
En el caso de Rodríguez y Fernández hay otro problema. Es un secreto a voces que ninguno de ellos coincide con las ideas económicas del candidato. Por eso los callan. Si dicen lo que piensan, todo el mundo se haría preguntas inconvenientes. Pero, entonces, ¿cuál sería el equipo económico?
Más allá de estas preguntas, que son centrales si se tienen en cuenta las chances de que Milei sea el próximo Presidente, esta dinámica le dio un alto nivel de exposición a Mondino. Ha nacido una estrella. Mondino no se enoja, explica amablemente que si alguien dijo una barbaridad tiene derecho porque entre los liberales hay libertad y trata de explicar de distinta manera los temas más ríspidos de la campaña de Milei.
Donde el candidato había promovido la compra y venta de órganos, ahora ella explica que se trata de crear un mercado donde no se compre ni se venda nada. Trata de ser didáctica y ofrece ejemplos para ilustrar muchas de sus afirmaciones. Toda una docente.
Hasta que, de repente, aparece algo raro, un ruido, un razonamiento que parece de sentido común, pero que esconde una señal incómoda.
El jueves por la noche, por ejemplo, Luis Novaresio le preguntó qué opinaba del Matrimonio igualitario. En ese mismo estudio, Novaresio le había hecho la misma pregunta a Victoria Villarruel. La candidata a vicepresidenta le respondió que para ella con “la unión civil” era “suficiente”.
-Filosóficamente, ¿estás a favor del matrimonio igualitario?— indagó ahora.
-Si. Pero quiero aclarar un poquito más. Filosóficamente, como liberal, estoy de acuerdo con el proyecto de vida de cada uno. Es mucho más amplio que el matrimonio igualitario. Si, dejame exagerar, vos preferís no bañarte y estar lleno de piojos y es tu elección, listo. Después no te quejes si a alguien le molesta que tengas piojos.
¿Eh? ¿Qué tienen que ver los piojos con los gays?
Diana Mondino y Javier Milei
En estos tiempos de debates tan raros, uno tiende a olvidarse de las cosas que se dicen día a día. Pero hace un par de semanas, le preguntaron a Ricardo Bussi, otro de los referentes libertarios, qué opina de los gays.
Su respuesta fue:
-Son seres humanos que merecen todo nuestro respeto. Como los rengos, como los ciegos, como los sordos. Son pequeños sectores de la sociedad que tienen que ser reconocidos, claramente. Ahora, no sé por qué hay que darle un cargo público por ser travesti. Eso lo pagamos nosotros. El que decide ser travesti que se la banque solo.
Un ejercicio muy útil para entender la potencia discriminadora de una declaración, consiste en reemplazar el sustantivo que define a la población aludida por otro. Por ejemplo, por la palabra “judíos”.
Así quedaría entonces la definición de Bussi:
-¿Qué opina usted de los judíos?
-Son seres humanos que tienen todo nuestro respeto, como los rengos, como los ciegos, como los sordos.
¿Se entiende?
Y así quedaría la de Mondino:
-¿Qué opina usted del matrimonio entre judíos?
-Como liberal, estoy de acuerdo con el proyecto de vida de cada uno. Es más amplio que el matrimonio entre judíos. Si, dejame exagerar, vos preferís no bañarte y estar lleno de piojos y es tu elección, listo. Después no te quejes si a alguien le molesta que tengas piojos.
Cualquiera que conozca sobre la historia del antisemitismo, sabe que siempre fue un clásico la comparación entre los judíos y los piojos. Es muy extraño que alguien responda sobre el matrimonio gay de esa forma. Tal vez ella no sea homofóbica. O sí. Pero es raro que acuda a ese ejemplo. Esta vez, Mondino, sin percibirlo, daba una clase sobre sí misma, explicaba didácticamentesu esquema de valores.
¿Por qué razón, supone ella que a alguien podría molestarle un matrimonio entre personas del mismo sexo y que quienes los integran se lo tienen que bancar? ¿Por qué Villarruel considera que los gays no tienen derecho a casarse como todos los demás? ¿Por qué Bussi hace esas comparaciones tan disruptivas? ¿Por qué nadie de su propio espacio considera necesario aclarar que no piensan como ellos?
Es evidente que hay allí, en el mejor de los casos, una falta de sensibilidad frente a la discriminación que sufrió la comunidad LGBT a lo largo de los siglos. Durante el mes de julio, a raíz de la aparición de declaraciones discriminatorias de un candidato de otro partido, el propio Novaresio explicó: “Hay chicos que se suicidan por esto”:
En el peor de los casos, se trata de homofobia, lisa y llana.
En cualquier caso, la aparición sistemática de este tipo declaraciones vuelve a reflejar uno de los aspectos más relevantes de esta campaña electoral. Hasta la irrupción de Javier Milei como candidato, existía una amplio consenso acerca del respeto que generaba la figura de Raúl Alfonsín, sobre el repudio a la represión ilegal, sobre la valoración de Jorge Bergoglio, sobre la necesidad de mejorar la salud y la educación públicas, o sobre el rechazo a los hombres que insultan a mujeres en públicos. Ahora un candidato a Presidente dice que practica boxeo con un muñeco que lleva la cara de Alfonsín y lo destroza, reivindica la represión, califica a Bergoglio como el enviado del maligno y ha hecho llorar a mujeres por televisión.
Todos los consensos, entre otros, se han puesto seriamente en cuestión. La democracia argentina se ha caracterizado por su audacia al incorporar valores de tolerancia e inclusión de minorías que son propios de las democracias capitalistas, liberales y occidentales. Eso mereció elogios de los liberales de todo el mundo. Los libertarios argentinos desafían también eso. Para muchos liberales que rechazan al peronismo esto representa un dilema evidente. ¿Hasta qué punto sacrificarán tantos valores en la hoguera de viejos y justificados odios políticos?
Hace muchos años, en su libro La historia de la homosexualidad en la Argentina, el periodista y escritor Osvaldo Bazán escribió un hermoso párrafo, que permite entender la necesidad de ser cuidadosos en ciertos asuntos.
“El niño judío sufre la estupidez del mundo, vuelve a casa y en su casa sus padres judíos le dicen ‘estúpido es el mundo, no tú’ (…) Le dan una lista de tradiciones y le dicen: ‘Tú estás parado acá’. Y sabrá, el niño judío, que no está solo. El niño negro sufre la estupidez del mundo, y vuelve a casa y en su casa sus padres negros le dicen ‘estúpido es el mundo, no tú’ (…) Le dan una lista de valores y de tradiciones y le dicen: ‘Tú estás parado acá’. Y sabrá que no está solo. El niño homosexual sufre la estupidez del mundo y ni se le ocurre hablar con sus padres. Supone que se van a enojar. Él no sabe por qué, pero se van a enojar”.
A Mondino seguramente le cueste admitirlo. Pero aun las profesoras de economía tienen cosas para aprender.
Fuente Infobae
Recomendados
Los «comentadores», el ejército troll que financian los ceos libertarios
Los infinitos complots que perturban el sueño presidencial
Tregua por necesidad: Cristina, Kicillof y Massa definen una estrategia electoral común en PBA