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La perversa polarización

La simplificación que conlleva la manipulación ideológica empobrece la vida política y social. Se expresa en polarizaciones forzadas que reducen las opciones de mejora comunitaria. La alternativa no es azuzar al presunto enemigo sino buscar los puntos de construcción en común. Parece simple, pero requiere una verdadera ascesis, o sea de reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud. 
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Por Guillermo Ariza

La gravitación electoral de la Provincia de Buenos Aires y el adelanto de las elecciones de distrito instaló el clima electoral con cierta anticipación respecto de la experiencia reciente. Esto sucede paradójicamente en un contexto social y económico donde predomina el escepticismo o directamente el desinterés

En esta situación, la polarización puede significar una grieta más peligrosa que las que administran las cúpulas políticas fabricando diferencias y enfrentamientos que no expresan los reales conflictos que experimenta la sociedad en el día a día. De hecho puede instalar una ruptura entre la comunidad y sus representaciones que incremente las ya existentes condiciones de confusión y enfrentamiento, por ahora predominantemente verbal. 

Por tratarse de renovaciones de cuerpos legislativos (llamadas “de medio término”) tanto en el nivel nacional, en octubre, como en escala provincial y municipal, adelantadas en varios casos, se crean también, en teoría, condiciones para que los votantes puedan elegir con mayor precisión a sus representantes. La cercanía otorga mayor conocimiento. Pero en la práctica no sucede así. 

Esto explica por qué desde el gobierno central buscan con empeño “nacionalizar” (nunca peor empleado el adjetivo) las campañas locales para evitar confrontaciones más realistas y tratan de instalar, en todo tiempo y lugar, una opción que sea más bien una decantación plebiscitaria sobre la gestión del Ejecutivo central. 

Cuentan para ello con la persistencia del sentimiento de rechazo a todo lo anterior que llevó a Javier Milei a la Presidencia a fines de 2023. Rechazo, conviene precisarlo, tanto al peronismo y la triste gestión de Alberto Fernández como a las candidaturas del espacio que ocupaba Cambiemos (estallado) y fragmentado en dos candidaturas sucesivamente derrotadas, las de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. 

De la sartén al fuego. Los electorados suelen expresarse en formas nada sutiles y en general contundentes, sin que por ello alumbren nuevas etapas históricas sino más bien más de lo mismo, con pequeñas diferencias en lo sustancial y muchas en lo aparente. Es que los votantes antes que elegir, suelen tener que optar, que es algo bien distinto.

Y las opciones poco genuinas no se gestan “en el duro lecho de la historia” sino en los enjuagues del poder, siempre preocupado en primer término por reconducir su hegemonía tan cuestionada por la falta de respuestas serias y duraderas a las siempre renovadas aspiraciones de la sociedad en su conjunto. Tenemos así la paradoja de que las esperanzas de los diversos grupos y clases sociales permanecen casi siempre abiertas, hasta que el hastío domina el estado de ánimo general. 

Algo de eso ocurrió con el acceso de Milei a la primera magistratura. Su propia interpretación peca de subjetividad (al admitir que fue elegido “de carambola”) cuando en realidad se trató de un repudio generalizado y al mismo tiempo pacífico a todo lo anterior, o sea de los diversos protagonismos que se sucedieron en la responsabilidad de conducir los asuntos públicos en las cuatro décadas que lleva la restauración del sistema democrático. 

Esto nos lleva a ironizar sobre el aserto de que “el pueblo nunca se equivoca”, lo que sería muy tranquilizante de ser cierto. Más bien parece que el pueblo con su voto expresa reclamos y aspiraciones que es necesario desentrañar y, además, que no tarda en corregir, de comicio en comicio, los errores cometidos.

La crisis de las democracias occidentales en muchos países del mundo, con las enormes diferencias y particularidades con que se manifiesta, parece tener en común la imposibilidad del sistema para procesar las aspiraciones de bienestar y, sobre todo, de consumo (que no es lo mismo) que estimula el fabuloso despliegue de la producción y la tecnología a escala mundial. 

Con ese telón de fondo, nuestra triste realidad es aún más cruda, porque implica retrocesos inadmisibles en un país dotado como pocos para dar trabajo, educación y calidad de vida a su población. 

Con una mirada más amplia e histórica, o sea más allá de la coyuntura, resulta inapelable el juicio sobre la dirigencia de la Argentina a lo largo del siglo XX. En su conjunto, y aun con las notables diferencias políticas e impacto social que realmente existieron.

Fueron gestiones que en su mayoría no se propusieron modificar la dependencia estructural hacia el Reino Unido con nosotros como proveedores de granos y carnes y, luego, en competencia con los Estados Unidos de Norteamérica no se logró diseñar una economía nacional autosubsistente, capaz de dar a luz una expansión sostenida. 

Con la breve excepción de la gestión desarrollista (1958-62), la conceptualización de los planes quinquenales del peronismo fue lo que más se acercó a una revisión crítica de esa dependencia, pero no se tradujo en los hechos de gobierno durante la etapa fundacional de ese gran movimiento popular entre 1946 y 1955, signado por avances sociales decisivos. 

El peronismo hizo de la necesidad virtud. Organizó a los trabajadores y con ello favoreció la elevación del salario, dando lugar a una amplia clase media, con eje simbólico en la ampliación de la industria de consumo durable, pero que al mismo tiempo incrementó la vulnerabilidad y dependencia de insumos para que ese dispositivo funcionara, (combustibles, acero, etc.) con lo cual debilitó la capacidad de autonomía nacional. 

Ya mencionamos en varias oportunidades que el propio Perón, advertido de esas flaquezas de su gestión, intentó un giro que no logró plasmarse en la ley (v.gr. contrato con la California Argentina, subsidiaria de la Standard Oil) debido a la confusión entre aparato estatal e interés nacional general. 

Una interesante nota de Luciana Vázquez en La Nación:  https://www.lanacion.com.ar/politica/existio-la-argentina-potencia-la-epoca-dorada-de-milei-y-datos-reveladores-que-la-ubican-en-nid30072025/ aporta opiniones de expertos que cuestionan el alarde de Milei sobre volver a ser el primer país del mundo como presume que ocurrió a comienzos del siglo XX. 

Recomendable, aunque insuficiente, porque se omite que el modelo del 80, que tanto dinamismo y riqueza permitió juntar a la combinación de propietarios rurales, acopiadores, bancos y compañías de exportación e importación, tenía la limitación de toda economía periférica al encapsular al país como proveedor de materias primas alimenticias, carnes y granos, e importador neto de bienes de capital y productos manufacturados en un mundo aún entonces regido por la hegemonía británica en el marco de lo que Emmanuel Wallerstein definió como “el moderno sistema mundial” y escribió varios tomos al respecto. Noblesse oblige: gracias al amigo que envió el enlace y nos inspira para este comentario.

Una estructura dependiente y una dirigencia amputada

El yrigoyenismo, enorme fuerza popular que incorporó a la política -en formidable impulso democratizador a las clases medias locales e inmigrantes– no encaró la modificación que significaba la dependencia estructural del sistema mundial regido por el Reino Unido y ya para entonces fuertemente disputado por los Estados Unidos de Norteamérica.

Ello no le impidió tener administraciones decentes y encarar algunas iniciativas interesantes, como la creación de YPF, aunque desde su inicio existió la confusión entre la herramienta estatal y el muchísimo más importante y amplio interés nacional, que abarca al conjunto de la sociedad, las clases y sectores sociales, y las regiones que componen la Argentina como una cultura tanto material como espiritual bien diferenciada, aunque últimamente bastante maltrecha.

Esa confusión, insistimos, persistió durante el peronismo y se proyecta hasta hoy. Hace a la conveniencia de las dirigencias mediocres que nos han tocado en suerte, porque usurpando el sector público y concentrando en él -empobreciéndolo- el interés nacional todo se vuelve más manejable y en provecho propio, pero al enorme precio de fragmentar la sociedad e incrementar la pobreza

Entre otros reduccionismos, la pervivencia de la falsa opción peronismo-antiperonismo nos mantiene estancados. Y la dinámica electoral, manejada desde los intereses que buscan perpetuarse, lleva también a la simplificación perniciosa de la polarización.

Salvo la ínfima minoría que se beneficia sistemáticamente con el atraso argentino, la inmensa mayoría (no expresada en forma cabal por la política) tiene en común problemas muy similares. 

En primer lugar la existencia material: comer, vestirse, habitar en una vivienda digna, educar a sus hijos y brindarles los medios para que puedan desenvolver una existencia digna. Pero no sólo de pan vive el hombre. 

Es la identidad cultural nacional la que nos hace sentirnos parte de una comunidad organizada, donde la libertad de sus miembros no va en detrimento de ningún compatriota sino al contrario, todos suman a una convivencia fecunda. Unidad en la diversidad, porque no hay nada más rico, variado y diverso que las manifestaciones del genio y el talento humanos. 

Pero si miramos la gris epidermis de la realidad actual nada de esto parece cercano. Se ha entronizado un modo de relación que no tiene nada de solidario, que se burla y combate la justicia social, que es la base mínima sobre la cual puede florecer una convivencia enriquecedora para todos. 

La política es el terreno propicio para ejercer interacciones positivas siempre y cuando la confrontación de ideas y propuestas se realice de modo constructivo. Ahora en nuestro país ocurre lo contrario. Se define un enemigo en lugar de identificar interlocutores y adversarios con los cuales podamos sacar en común algo mejor en procesos institucionales dinámicos. 

Tener diferencias no está mal en absoluto, porque de ellas surgen las síntesis superadoras cuando hay generosidad y creatividad en la actividad política. 

Lo grave es hacer de esas diferencias asuntos de vida o muerte.

Y esto nos vuelve a traer a la cuestión electoral, que es el modo encontrado por la civilización occidental para dirimir justamente sus diferencias. 

Cuando la confrontación se vuelve descalificación e insulto, menosprecio y negación de todo lo que no coincida con la pequeña o presunta verdad de los ignorantes estamos frente a una pudrición de la política a la que, no obstante, se ha definido  como una “tarea nobilísima”, pero que con frecuencia cae en la caricatura y la falsedad; en suma: la negación de sí misma como tarea en la construcción de una sociedad justa. 

La polarización es hija de la simplificación y en general es de naturaleza conservadora, porque para cambiar realmente hay que tener una mirada abarcadora de los problemas, y una voluntad de enfrentarlos con criterios de superación y participación, lo más amplios posible. Pero ahí está la polarización, entronizada como un cepo ineludible

La tarea de la mejora política en el futuro pasará inevitablemente por la ampliación de opciones, no por su reducción binaria entre buenos y malos, porque en esa falsa encrucijada todos terminan siendo demonios. 

La polarización requiere manipulación, desatar pasiones sectarias y evitar el escrutinio riguroso de las propuestas que se ofrecen a la ciudadanía. Por eso decimos que optar no es lo mismo que elegir. Los argentinos estamos hartos de optar entre malas alternativas y eso se viene expresando en la caída de votantes en las últimas elecciones como también apareció, de un modo estrafalario, en el vuelco suicida del voto a Milei.

En concreto, hay dificultades teóricas y prácticas para disolver el error intrínseco que supone la falsa antinomia peronismo-antiperonismo. 

En primer lugar porque ambos términos se encarnan en prejuicios acendrados y con décadas de historia que han sido astutamente manipulados de uno y otro lado del engaño. El peronista está vacunado contra los gorilas, a quienes define sin más como antipueblo, y el antiperonista no puede dejar de ver en sus oponentes un grupo de forajidos que amenaza sus bienes y su posición, que presume confortable.

Eso no le impide, llegado el caso, tener amigos del otro lado (cada vez menos, hay que admitirlo) a los que los salva el vínculo personal, pero que nunca se logra proyectar al conjunto de la sociedad. Y esto ocurre contra toda evidencia, porque es obvio que necesitamos unos de otros para convivir con cordura y aspirando legítimamente a la felicidad. Resulta aberrante, entonces, este presunto libertarismo de pacotilla que hace del todos contra todos una línea de conducta, en los hechos muy destructiva. 

Recuperar la mirada fraternal entre argentinos es una tarea tan imprescindible como complicada, porque hay que desmontar razones presuntas que al parecer justifican las políticas del sectarismo y el menosprecio mutuo. 
Quizás debamos enfocarnos en los grandes desafíos para no quedar entrampados en los odios pequeños y disolventes. El trabajo, el salario, la salud y la educación, y todo lo que estos cuatro pilares conllevan en calidad básica de vida. En torno de ellos hay mucho por hacer sumando el esfuerzo colectivo y fracaso asegurado si se siguen manejando las formas de convivencia de modo parcial y excluyente.

Fuente yahoraque.com