Por Jorge Argüello – PERFIL
El 2020 ha sido un año de profundas transformaciones a escala planetaria. Frente a la enorme incertidumbre que nos gobierna, muchos se han preguntado si la pandemia implicará “el fin de la globalización”.
Un planteo así formulado sería erróneo por varios motivos. Antes que nada, porque en la historia de la humanidad ha habido varias “globalizaciones”, cada una más profunda y acelerada en el tiempo que la anterior.
Las dos más importantes fueron entre fines del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial; y entre la década del setenta del siglo pasado y la crisis de 2008. Cada edición de globalización amplificó los intercambios de bienes, servicios, ideas e información que la anterior había forjado.
Es demasiado precipitado augurar el fin de la globalización como patrón. Lo que se está gestando es una nueva globalización, que sostiene la esencia de mayor volumen y rapidez de interacción pero que cambia en sus dinámicas.
Lo primero que hay que notar es que esta nueva globalización, la que saldrá de esta pandemia, será muy cercana a su antecesora. Esto es importante porque las anteriores globalizaciones estaban espaciadas por lapsos de proteccionismo, crisis demográficas o hipo-producción.
Más allá, la confusión es entendible porque mientras que la globalización de fines de siglo XX se está yendo, ya está operando por lo bajo la primera del siglo XXI. Seguramente es muy pronto para dar una explicación detallada de esta nueva edición de globalización, pero ¿cuáles son sus principales novedades?
Primero, esta globalización será renuente. El principal contraste con la etapa que estamos dejando es el proceso de reversión de las deslocalizaciones productivas que habían armado una amplia segmentación geográfica de la producción mundial.
La pandemia le enseñó a los Estados que además de los costos en términos de ventajas comparativas la economía de un país debe calcularse sobre la base de un cálculo de seguridad. Según el país del que se trate, seguridad de provisión de materias primas, seguridad de suministro de bienes finales, seguridad de mercados de consumidores.
Segundo, esta globalización será digital. Esta nueva edición ocurrirá en el marco de la Cuarta Revolución Industrial.
Lo hemos comprobado este año: la digitalización está cambiando cómo trabajamos, cómo vivimos y cómo nos relacionamos. A propósito de ello, la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT) definió como prioridad en su centenario la transformación del mundo del trabajo por las nuevas tecnologías y la robotización.
La posición de cada país en la carrera tecnológica determinará si estará entre los países ricos o entre los países pobres; si irá por la senda del desarrollo o de la dependencia; si estará en la mesa donde se arman las reglas o si solo las acatará.
Tercero, esta globalización será mucho más regional. En los últimos treinta años, el mundo se acostumbró a una economía global que funcionaba a una velocidad y eficiencia nunca antes conocidas gracias a complejas cadenas globales de valor (CGV).
Hasta los últimos tiempos, la mayoría de los procesos productivos en todo el mundo estaban verticalmente fragmentados como resultado de la creciente desagregación de tareas y funciones y su abastecimiento desde diferentes lugares geográficos. Sin embargo, para muchas de las cadenas la mayoría de los eslabones se encuentran en una misma región.
En 2020, la pandemia del COVID-19 y la incertidumbre del sistema internacional parecen auspiciar la (re)construcción de las cadenas a escala regional, pero la capacidad de lograrlo en el mediano plazo difiere según qué parte del mundo se examine.
Según el consenso entre los especialistas y las propias tendencias registradas por la Organización Mundial del Comercio (OMC), con la desmundialización de la economía internacional la mayor parte del comercio se está dando dentro de tres aglomeraciones (clusters) regionales: la «Fábrica Asia», la «Fábrica Europa» y la «Fábrica América del Norte».
Sin ir más lejos, en tan solo dos años se firmaron cuatro acuerdos económicos regionales de gran importancia: el T-MEC en América del Norte, el Tratado de Libre Comercio Africano, el Acuerdo Mercosur – Unión Europea y la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) en Asia Pacífico.
Los dos primeros, de Norteamérica y África, ya están en vigor; el tercero entre Sudamérica y Europa está paralizado y se acaba de firmar el cuarto, el de Asia. Así, entre el G20 en Buenos Aires de 2018 y el G20 en Riad de 2020, las principales regiones económicas del globo dieron un salto cualitativo en sus proyectos de integración económica. Esta globalización irá de la mano de las Cadenas Regionales de Valor (CRV).
Cuarto, esta globalización no será tan unívocamente pautada por Occidente. Como todos sabemos, los últimos cincuenta años, y en particular los últimos treinta, tuvieron la fuerte impronta de las economías desarrolladas de Occidente, en particular Estados Unidos.
En el terreno económico, esto significa que en la globalización que estamos dejando el capital y el consumo estaban más concentrados en los países del G-7, por agrupar de alguna manera. En adelante, la parálisis de la OMC contrasta con nuevas plataformas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB). Ahora el capital y el consumo también del Sur Global tendrá más peso.
Ese viraje también se expresa en el plano ideológico. La globalización que estamos dejando atrás tenía inscriptos los proyectos de democratización y el cosmopolitismo del orden internacional liberal. Por el contrario, en la próxima globalización, la autocratización y el choque cultural serán más abundantes.
Quinto, está en debate la capacidad inclusiva de esta globalización. La anterior ya había sido una novedad por su escala verdaderamente planetaria y con miles de millones de personas involucradas.
Esta nueva etapa puede, en potencia, alcanzar a todos los seres humanos. Pero también puede ser una nueva globalización que excluya a franjas importantes de las sociedades en desarrollo, resultando en una economía global “a dos velocidades”. La pregunta fundamental para tener presente es ¿hasta qué punto es dable una fase superior de prosperidad global con altísimos niveles de concentración de la riqueza?
Así todo, el mundo comenzará el 2021 todavía signado por el COVID-19. Está claro que el entramado global que emergerá después de la pandemia será diferente a todo lo que conocíamos.
Ahora, frente a nosotros se abre la oportunidad de remediar los excesos de lo que Dani Rodrik llamó “un mundo hiperglobalizado”. La construcción de consensos locales, la coordinación regional y una nueva etapa de multilateralismo solidario serán los elementos indispensables para pautar los términos de una nueva globalización más próspera, equitativa y sostenible que la anterior.
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