El conjunto de los asalariados argentinos estuvo en el centro de la declinación económica que comenzó en 2018. Los trabajadores fueron los principales afectados. La mejora del nivel de vida empieza por un cambio de los ingresos, en ascenso frente a los precios. Es decir, del salario. Así comienza el incremento de la demanda que da paso al crecimiento económico.
En la edición anterior de Y ahora qué?, Claudio Martínez dio una entrevista en la que describió algunas dificultades que afectan a la actividad científica en Argentina. Entre otras cosas, hizo hincapié en que sus salarios son bajos en relación a la calificación necesaria para la función de un investigador.
Respondiendo al ejemplo de que es posible que un investigador senior del Conicet puede recibir una jubilación de un millón y medio de pesos, observó que la insuficiencia de los salarios es una realidad general y por eso no conmueve como problema particular, pero que cualquier análisis sobre el tema debería considerar la capacitación y el esfuerzo implicado en las funciones. En este caso, haber alcanzado un doctorado, o incluso un post-doctorado.
Otro episodio vinculado al mismo problema, con mayor visibilidad que el de la marcha de los científicos cuyos motivos explicó Martínez, es el del Hospital Garrahan, en torno al cual uno de los comentarios más recurrentes es que el salario de 797 mil pesos netos que recibían los residentes antes de los aumentos dispuestos por el Gobierno Nacional no corresponde a la formación y la exigencia del trabajo que desempeña el personal médico.
Ante estos hechos, que se entrelazan con un contexto general de la economía, emerge el problema de la debilidad de la reivindicación del salario como parte de la política, y como consecuencia, la falta de reconocimiento de las cuestiones sectoriales y su relevancia.
Como la pobreza es una situación generalizada, no se le da lugar al planteo de que el trabajador calificado alcance una situación favorable con cierto grado de especificidad, a pesar de que es una aspiración legítima que dota a la calificación de incentivos materiales y objetivos.
La calificación de la fuerza trabajo no es una opción individual sin ser antes una necesidad colectiva. A medida que mejora el nivel de vida de la población, se requiere el desarrollo de tareas más complejas, que implica mayor experiencia y conocimientos por parte del personal.
Por otra parte, la mejora del nivel de vida empieza por un cambio de los ingresos, en ascenso frente a los precios. Es decir, del salario. Así comienza el incremento de la demanda que da paso al crecimiento económico.
En conclusión, el crecimiento exige mejores salarios en términos generales, y diferencias claras a favor de los trabajos en los cuales es necesaria la calificación. Con salarios a la baja, el crecimiento se atrofia o se estanca. Con salarios desfasados frente a las tareas que se realiza, se dificulta la conservación de cuadros técnicos, dentro del sector público o incluso del país.
La cuestión de los salarios se enmarca en un proceso de determinación histórica. En 2001, llegaron a caer al 46,7 por ciento de su nivel en 1974, cuando alcanzaron su máximo histórico. Con oscilaciones, la tendencia entre esos años fue de un deterioro casi continuo. La recuperación inició a partir de 2003, y recién en 2008 alcanzaron un nivel similar al de 1993, que fue el año de su mayor magnitud durante la convertibilidad, período de mayor estabilidad de los ingresos en el lapso considerado.
La mejora se revirtió con la devaluación de 2018, resultando en una pérdida del poder de compra del salario de 20,5 puntos entre 2017 y 2019. Para noviembre de 2023, cuando finalizó el Gobierno del Frente de Todos, la caída siguió acentuándose hasta alcanzar el 25,5 por ciento.
Entre los trabajadores registrados, el empeoramiento se acentuó en el sector público, cuyos asalariados perdieron entre diciembre de 2017 y noviembre de 2023 22,11 puntos de su poder de compra, mientras que en el sector privado el retroceso alcanzó los 18,8 puntos.
Tras la devaluación de diciembre de 2023 y las políticas ejecutadas por el Gobierno actual, los salarios del sector público quedaron aún más atrasados. Si se los mide de la forma convencional, comparando el índice de salarios con el índice de precios al consumidor con su conformación actual, la pérdida del sector público alcanza 15,3 puntos frente a noviembre de 2023, mientras que en el sector privado se recuperan 1,1 puntos de poder de compra.
Un cálculo alternativo publicado por CIFRA, que readecua el IPC para darle una mayor ponderación de servicios en la canasta y mejorar su representatividad por su peso en los gastos de los hogares, da por resultado una pérdida de 3,4 puntos para el sector privado a lo largo de 2024, y de 18,4 puntos para el sector público.
Hasta aquí se pueden extraer tres conclusiones:
- El conjunto de los asalariados argentinos estuvo en el centro de la declinación económica que comenzó en 2018, siendo los principales afectados. De esta forma, se interrumpió un ciclo de recuperación ante una caída que fue aún más duradera, comenzando en 1974.
- Los trabajadores del sector público fueron más afectados que los del sector privado. Y como queda claro por los episodios recientes, aplica tanto a las funciones básicas como a las de cierta especificidad, calificación profesional y carrera.
- La declinación reciente se produce sobre un nivel de ingresos ya más bajo que el que conoció la generación que en la actualidad es adulta, por lo que hay dos razones para que la población argentina considere que sus ingresos son inferiores a lo que debieran: la memoria propia y la de los padres.
Un estudio de Hugo Haime, citado por el periodista Carlos Pagni en el programa Odisea Argentina, constata que un 70,9 por ciento de los encuestado se considera a sí mismo integrante del nivel social medio bajo o bajo, y un 71,7 por ciento aspiraría a pertenecer al nivel medio. A su vez, en 2002, el 35,2 por ciento de los encuestados decía pertenecer al nivel medio, cuando en 2025 es solamente el 26,6. Es decir que la insuficiencia de los ingresos frente a las aspiraciones está presente en la conciencia de los argentinos.
La dirigencia política, particularmente la que gravita en el peronismo, podría tomar nota de un hecho que, a pesar de su importancia para sus orígenes históricos, y su evidente peso en los conflictos del presente, no adquiere centralidad en el discurso.
La recomposición de los salarios, su elevación, o las transformaciones estructurales de la economía argentina que permiten la elevación sostenida del nivel de vida que se conoció hasta hoy, no son tendencias espontáneas de la economía. Por el contrario, lo espontáneo ante la ausencia de alteraciones es la permanencia de los factores que reproducen la pobreza.
Discutir lo concreto y elaborar programas para satisfacer las aspiraciones populares no es la totalidad de la política, pero es parte. En tiempos en los que se plantea la necesidad de revitalizar del campo-nacional popular, bien podría pensarse que una parte necesaria de la tarea consiste en referirse a los hechos que aquejan a la población, y tener ciertas ideas sobre cómo resolverlos.
Fuente yahoraque.com
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