Un argumento que hable solo del terrorismo de Hamas es una trampa lógica de “causalidad inversa”: confunde causa y efecto, invirtiendo el orden. La segunda falacia es acusar de negacionismo del terror de Hamas a todo aquel que se detenga en lo complejo del conflicto sin ningunear la perspectiva palestina. Y de ahí se pasa al mote de “antisemita” y debate cerrado. El binarismo simplón es tener que elegir entre Israel o Hamas, el falso clivaje “civilización o barbarie”.
Entender no es justificar: es deconstruir contradicciones y matices. El origen remite a los crímenes en Europa contra los judíos y el holocausto. Luego, al Estado de Israel, creado bajo el axioma de que sería la única garantía de que no haya una nueva Shoa. Se fundó allí donde según Daniel Baremboin, “el pueblo judío acariciaba un sueño: una tierra propia (…) (…) en lo que hoy es Palestina. Pero de este sueño se derivaba un supuesto problemático, fundamentalmente falso: una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. En realidad, la población judía de Palestina (…) (…) era solo del 9%. Por tanto, el 91% de la población no era judía, sino palestina, cultivada durante siglos (…) (…) y no veían razón para renunciar a su propia tierra. El conflicto era pues, inevitable”.
La “independencia” o “liberación” de los judíos fue la Nakba –“catástrofe”– para 700.000 palestinos de 400 aldeas, expulsados al desierto a punta de fusil y masacres, hasta ser minoría. Esa colonización requirió deshumanizar al Otro para justificar la violencia. Miles de casas palestinas fueron ocupadas por sionistas europeos y americanos desde 1947. Albert Einstein, Hannah Arendt y el rabino Jessurun Cardozo lo advirtieron en una carta de 1948: “El 9 de abril, bandas de terroristas atacaron esa pacífica aldea, que no era un objetivo militar, asesinaron a la mayoría de sus habitantes –240 hombres, mujeres y niños palestinos– y dejaron a algunos con vida para hacerlos desfilar por las calles de Jerusalén. Invitaron a corresponsales extranjeros a ver montañas de cadáveres y los destrozos causados en Deir Yassin”. La carta acusa a la Herut –más tarde el Likud, partido de Bibi Netanyahu– de promover “una mezcla de ultranacionalismo, misticismo religioso y superioridad racial” para “alcanzar su objetivo de ser un Estado líder”.
El terrorismo en tierras bíblicas no comenzó el 7 de octubre de 2023. La política de colonización y limpieza étnica se acentuó al crearse Israel. Y con reflujos, nunca se detuvo. Por eso el debate está sesgado si hace eje solo en Hamás. El terror tampoco empezó en los atentados suicidas a partir de 1996 con los que Hamas ayudó a dinamitar los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Yasser Arafat por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Yishak Rabín por el laborismo israelí. Ni comenzó en 1929 con la matanza de 135 judíos en Hebrón por hordas árabes. Arrojarse masacres en la cara mantiene el círculo de la venganza.
Ya en 1978 militares israelíes cooptaban palestinos al financiar madrazas coránicas, alimentando un integrismo opuesto al laicismo de izquierda de la OLP para debilitarla. En 1979 EE.UU. aplicó esa doctrina en Afganistán: armó a Al Qaeda contra la URSS. En 1981 el general israelí Yitzhak Segev declaró a The New York Times: “el gobierno de Israel me daba dinero y se lo daba a las mezquitas en Gaza”. Estaban sembrando la semilla de Hamas; que creció sobre la frustración palestina al no adquirir un Estado: el costo político lo pagó Arafat. Así los religiosos ganaron elecciones en Gaza para dar luego un golpe de Estado contra la OLP (hoy Autoridad Palestina).
En 2013 Yuval Diskin –ex jefe de la seguridad israelí– dijo: «a lo largo de los años, uno de quienes más contribuyó al fortalecimiento de Hamas ha sido Netanyahu, desde su primer gobierno en 1996”. Poco antes de ganar, el Likud con Netanyahu organizaron actos contra la firma de la paz donde se gritaba “»¡Muerte a Rabin!». Y lo mató un ultraderechista. Luego, el actual premier ocupó su lugar.
En 2019 el ex premier israelí, Ehud Barak, dijo que el plan de Netanyahu siempre fue «mantener a Hamas vivito y coleando… al costo de abandonar a los israelíes del sur (vecinos de Gaza) para debilitar a la OLP en Cisjordania.» La lógica era que -Hamas mediante- «es más fácil explicarle a los israelíes que no hay con quien sentarse a negociar”. Y lo mismo al resto del mundo, si le reclama a Israel reconocer al Estado palestino y detener la masacre de civiles. Al estar Hamas en el poder en Gaza, se fragmenta el territorio palestino, ya no solo física sino políticamente: hay dos gobiernos en un mismo “país”.
Netanyahu y Hamas son enemigos mortales que se oponen a la existencia de dos Estados. Esa simbiosis requiere uno del otro para estar en el poder. Los atentados suicidas de Hamas cimentaron a Netanyahu en 1996: la lucha antiterrorista da votos.
El ministro de Defensa de ultraderecha, Avigdor Liberman, declaró en 2020 que Netanyahu envió a Yossi Cohen –jefe del Mossad– a Qatar, porque ese emirato había cortado el envío de dinero a Gaza (la Franja sobrevive de la ayuda externa). Y dijo que Cohen fue a “rogar” que siguieran financiando a Hamas. Liberman reclamó: “de repente, Netanyahu apareció como el defensor de Hamas”. Un año más tarde, se filtraron fotos de valijas con dinero siendo entregadas a Hamas y Liberman renunció en protesta: “es la primera vez que Israel financia el terrorismo contra sí misma”. Pero el fundamentalismo de este halcón le impidió ver que eso era a su favor.
El Ministro de Finanzas de Netanyahu blanqueó todo: “Para nosotros Hamas es un activo y la Autoridad Palestina es una carga». El mismo Netanyahu declaró: “debemos apoyar la entrega de fondos a Gaza porque mantener la separación de la Autoridad Palestina y Hamas, evita establecer un Estado palestino”. Si la Autoridad Palestina busca alguna unidad con Hamas para tratar con Israel, este lo acusa de cooperar con terroristas. Y Netanyahu dice que no negocia con el presidente Mahmud Abbas porque carece de representación al haber dos gobiernos. El plan es no reconocer nunca a Palestina.
El actual Ministerio de Inteligencia de Israel estudió “reubicar” a los gazatíes en la península egipcia del Sinaí. El ministro Amichai Eliyahu sugirió tirarles la bomba atómica y no tuvo que renunciar. Críticos israelíes hablan del error de haber creado en Gaza un monstruo indomable. Pero fue uno a imagen y semejanza, útil para continuar la colonización en pleno siglo XXI. La intransigencia israelí frustró y radicalizó a miles de palestinos sometidos al apartheid. La resistencia popular y también la venganza indiscriminada de Hamas, radicalizó a la mayoría en Israel. Ahora, la “venganza” –como la llamó Netanyahu— contra civiles palestinos, llevará a muchos de ellos al extremismo. Por eso el conflicto no tiene salida. O se resolverá por la ley de la selva, opuesta a lo “civilizado”.
Esto mantiene a los palestinos en la ignominia y al mundo musulmán en ebullición. Y a los israelíes en la inseguridad, manipulados por sanguinarios vendedores de “protección”. La mayoría de los líderes israelíes no tuvo la grandeza ni la humildad de preguntarse “¿por qué nos odian los vecinos?”. Pocos abrevaron en la agudeza de judíos como Spinoza, Kafka, Marx, Oz, Canetti, Benjamin o Freud. Casi siempre actuaron como bárbaros, creyéndose la “civilización”. La historia demuestra que insume siglos doblegar al colonizado. Si hay dominación, hay resistencia. Y esta puede tomar caminos indeseados, los más crueles. Esos odios retroalimentarán la ira, mientras no haya dos Estados. Pero habrá uno solo.
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