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La verdad sobre la extrema derecha ucraniana

Por Aris Roussinos* – CTXT/ Contexto y Acción
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Ucrania no es un Estado nazi, pero su apoyo a grupos neonazis o de tendencia nazi convierte al país en un caso atípico en Europa. Solo allí los ultras poseen sus propios tanques y unidades de artillería

Como cualquier guerra, pero quizá más que la mayoría, la guerra en Ucrania viene siendo el escenario de un bombardeo desconcertante de declaraciones y réplicas en la web por parte de los simpatizantes de ambos bandos. La verdad, verdades parciales y mentiras descaradas compiten por el dominio en el relato de los medios. Sin duda, uno de los ejemplos más claros es la afirmación de Vladímir Putin de que Rusia invadió Ucrania para “desnazificar” el país. La aseveración rusa de que la Revolución de Maidán de 2014 fue un “golpe fascista” y de que Ucrania es un Estado nazi ha sido utilizada durante años por Putin y sus simpatizantes para justificar la ocupación de Crimea y el apoyo a los separatistas rusoparlantes en el este del país, y ha ganado muchas adhesiones en la web.

Pero la afirmación de los rusos es falsa: Ucrania es un Estado liberal-democrático genuino, si bien imperfecto, con elecciones libres que producen cambios significativos en el poder, entre los que se incluyen la elección en 2019 del reformador liberal-populista Volodímir Zelenski. Ucrania no es un Estado nazi, y esto es inequívoco: el casus belli ruso es una mentira. Aun así, existe el riesgo de que el entendible deseo de los analistas ucranianos y occidentales de no aportar municiones a la propaganda rusa lleve un exceso de corrección política que, en última instancia, no sirve a los intereses ucranianos.

En un resumen de noticias reciente de BBC Radio 4, el corresponsal aludió a la “afirmación infundada de Putin de que el Estado ucraniano apoya a elementos nazis”. Esto es en sí un caso de desinformación: es un hecho observable, sobre el cual la BBC misma ha informado en el pasado acertadamente y de manera correcta, que desde 2014 el Estado ucraniano ha provisto de financiación, armas y otras formas de apoyo a milicias de extrema derecha, incluso neonazis. No se trata de una observación nueva ni controversial. En 2019, entrevisté en Ucrania para la revista Harper’s a grandes figuras de la constelación de grupos de extrema derecha apoyados por el Estado, y fueron bastante abiertas respecto de su ideología y sus planes para el futuro. 

Sin duda, parte de la mejor cobertura sobre los grupos ucranianos de extrema derecha provino de Bellingcat, el sitio web de inteligencia de fuentes abiertas, que es conocido por su actitud favorable hacia la propaganda de origen ruso. La excelente cobertura de Bellingcat acerca de este tema tan poco abordado en los últimos años se enfocó en gran medida en Azov, el más poderoso grupo ucraniano de extrema derecha y el más favorecido por la generosidad estatal.

En los últimos años, los investigadores de Bellingcat examinaron el intento de Azov de establecer contactos con los nacionalistas blancos estadounidenses y la financiación que recibió del Estado ucraniano para dar cursos de “educación patriótica” y apoyo a veteranos desmovilizados; investigaron los festivales de black metal neonazi organizados por el movimiento y el apoyo brindado al grupo neonazi ruso en el exilio Wotanjugend, contrario a Putin y practicante de una forma muy marginal de nazismo esotérico, que comparte espacio con Azov en su cuartel general de Kiev, lucha a su lado en el frente de combate y también tradujo y difundió una versión en ruso del manifiesto del tirador de Christchurch (que asesinó a más de 50 personas en 2019). Desafortunadamente, la valiosa cobertura de Bellingcat del ecosistema ucraniano de extrema derecha no se ha actualizado desde el comienzo de las hostilidades, pese a que la guerra con Rusia supuso para estos grupos una suerte de renacimiento.

El movimiento Azov fue fundado en 2014 por Andréi Biletski, exlíder del grupo neonazi ucraniano Patriota de Ucrania, durante la batalla por el control de la Plaza Independencia, en el centro de Kiev, en ocasión de la Revolución de Maidán contra el presidente prorruso Víktor Yanukóvich. En 2010, Biletski proclamó que un día el papel de Ucrania sería “guiar a las razas blancas del mundo en una cruzada final (…) contra los untermenschen [subhumanos] dirigidos por los semitas”. La revolución y la guerra que le siguió le darían el escenario nacional que ansiaba hace tiempo.

Junto con otros grupos de extrema derecha, como Sector Derecho, el naciente movimiento Azov jugó un papel externo en la lucha contra la policía de seguridad ucraniana que dejó 121 muertos y aseguró el éxito de la revolución. Luego de que el Ministerio de Defensa le cediera el control de una amplia propiedad justo al lado de la Plaza Independencia, el movimiento Azov convirtió el edificio, ahora llamado Casa Cosaca, en su cuartel general y centro de reclutamiento en Kiev. Si bien desde entonces Azov bajó el tono de su retórica y muchos de sus combatientes pueden no responder a una ideología específica y verse atraídos simplemente por su reputación marcial, sus activistas suelen verse cubiertos de tatuajes con la insignia de la calavera de las SS y runas de relámpagos, y luciendo el Sonnenrad, el símbolo del sol negro del nazismo esotérico. Derivado de un motivo diseñado para Heinrich Himmler en el castillo alemán de Wewelsburg, elegido como un Camelot ocultista para oficiales superiores de las SS, el Sonnenrad es, como la runa Wolfsangel de la división SS Das Reich, uno de los símbolos oficiales de Azov, utilizado en las insignias de sus unidades y en los escudos con que desfilan sus combatientes en evocadoras ceremonias iluminadas por antorchas.

Visité en muchas oportunidades la Casa Cosaca para entrevistar a figuras importantes del movimiento, entre ellos el líder de su Milicia Nacional (que aporta músculo auxiliar para el patrullaje a la fuerza policial oficial de Ucrania), Igor Mijailenko, y la secretaria internacional y referente intelectual Olena Semenyaka. Es un escenario impactante: además de las aulas para las conferencias educativas que brindan con financiación estatal, la Casa Cosaca alberga el salón literario y casa editorial Plomin, donde jóvenes y glamorosos intelectuales hípster se ocupan de organizar seminarios y traducciones de libros de derecha, bajo pósters lustrosos de luminarias fascistas como Yukio Mishima, Cornelius Codreanu y Julius Evola.

Pero el poder de Azov proviene de las armas, no de sus proyectos literarios. En 2014, cuando el ejército ucraniano era débil y estaba mal pertrechado, los voluntarios de Azov, liderados por Biletski, lucharon a la vanguardia de la batalla contra los separatistas rusoparlantes en el este y reconquistaron la ciudad de Mariupol, donde hoy se encuentran bajo asedio. Luchadores eficaces, valientes y muy ideologizados, sus esfuerzos en el este les ganaron un gran renombre como defensores de la nación y el apoyo de un agradecido Estado, que incorporó al movimiento Azov como regimiento oficial de la Guardia Nacional de Ucrania. En esto se cree que Azov gozó del apoyo de Arsen Avakov, un poderoso oligarca y ministro del Interior de Ucrania entre 2014 y 2019.

En las entrevistas, tanto los activistas ucranianos de derechos humanos como los dirigentes de grupos de extrema derecha rivales me expresaron sus quejas por la injusta ventaja que el patrocinio de Avakov le daba al movimiento Azov para afirmar su rol dominante en la esfera ucraniana de la derecha, lo que incluía funciones oficiales como observadores de elecciones y policía auxiliar habilitada por el Estado. Ucrania no es un Estado nazi, pero el apoyo del Estado ucraniano a grupos neonazis o de tendencia nazi –por las razones que fueran, válidas o no– convierte al país en un caso atípico en Europa. En el continente existen muchos grupos de extrema derecha, pero solo en Ucrania estos poseen sus propios tanques y unidades de artillería, con apoyo del Estado.

Esta estrecha y complicada relación entre un Estado liberal-democrático apoyado por Occidente y defensores armados de una ideología muy diferente ha causado en el pasado cierta incomodidad entre quienes respaldan a Ucrania en Occidente. En los últimos años, el Congreso de Estados Unidos ha tenido idas y venidas en su postura respecto a si se debe impedir que Azov reciba cargamentos de armas estadounidenses, y los legisladores del Partido Demócrata instaron en 2019 a que el movimiento fuera incluido en la lista global de organizaciones terroristas. En las entrevistas, Semenyaka se quejó de que este malestar era resultado de la atención prestada a la propaganda rusa e insistió en que la cooperación estadounidense con Azov sería beneficiosa para ambas partes. 

En este sentido, sin duda la guerra actual ha resultado un afortunado alivio para Azov. El intento de Biletski de fundar un partido político –Cuerpo Nacional– no tuvo mayor éxito, y ni siquiera un bloque unido de partidos de derecha y extrema derecha logró superar el bajísimo umbral para la representación parlamentaria en las últimas elecciones: el electorado ucraniano simplemente no quiere lo que ellos ofrecen y rechaza su visión del mundo. Pero en tiempos de guerra Azov y grupos similares pasaron a primer plano, y la invasión rusa aparentemente revirtió la espiral descendente que se había iniciado para ellos luego de la renuncia de Avakov como resultado de la presión internacional. A juzgar por sus redes sociales, las unidades armadas de Azov se están expandiendo: se forman nuevos batallones en Járkov y Dnipró, una nueva unidad de fuerzas especiales en Kiev (donde Biletski está organizando al menos algunos aspectos de la defensa de la capital) y milicias locales de defensa en ciudades occidentales como Ivano-Frankivsk. 

Junto a otros grupos de extrema derecha como Karpatska Sich (Sich de los Cárpatos, cuya militancia contra la minoría de lengua húngara del oeste de Ucrania, incluido el pueblo roma, ha generado críticas del gobierno húngaro), el grupo ortodoxo oriental Tradición y Orden, el grupo neonazi C14 y la milicia de extrema derecha Freikorps, la invasión rusa permitió a Azov recuperar su antigua importancia, dando brillo a su heroica reputación con su tenaz defensa de Mariupol a la par de los soldados regulares ucranianos. Mientras que hasta hace unas pocas semanas había todavía un esfuerzo concertado de Occidente para no armar directamente a Azov, hoy el movimiento parece ser el beneficiario principal del entrenamiento y las municiones occidentales: imágenes tuiteadas por NEXTA, el medio de comunicación bielorruso de oposición, muestran a combatientes de Azov recibiendo entrenamiento en el uso de municiones antitanque británicas NLAW por parte de instructores con sus facciones borradas.

De manera similar, hasta la invasión rusa, los gobiernos y los medios de comunicación occidentales advertían con frecuencia de los riesgos de que neonazis y supremacistas blancos occidentales ganaran experiencia de combate luchando junto con Azov y sus subfracciones aliadas nazis. Pero en el calor del momento, estas inquietudes parecen haberse disipado: una fotografía reciente de voluntarios occidentales recién llegados a Kiev, entre ellos británicos, muestra en segundo plano a Olena Semenyaka, del movimiento Azov, sonriendo con alegría junto al neonazi sueco y exfrancotirador de Azov Mikael Skillt. De hecho, la División Misántropa, una unidad de neonazis occidentales que luchan junto a Azov, está ahora publicando avisos en Telegram para instar a militantes europeos a unirse al flujo de voluntarios y conectarse con ellos en Ucrania “por la victoria y por Valhalla”.

Al igual que los de otras milicias ucranianas de extrema derecha, los de Azov son combatientes tenaces, disciplinados y comprometidos, y esta es la razón por la que el débil Estado ucraniano se ha visto obligado a apoyarse en su fuerza en los momentos de mayor necesidad: durante la Revolución de Maidán, durante la guerra contra los separatistas a partir de 2014 y ahora para defenderse de la invasión rusa. En el exterior, ha habido cierta reticencia a hablar con franqueza sobre su rol, sin duda por temor de que al hacerlo se provea de municiones a la propaganda rusa. Sin duda este temor es inapropiado: después de todo, los grupos como Azov solo ganaron notoriedad precisamente a causa de la intervención de Rusia en Ucrania. En lugar de desnazificar el país, la agresión rusa ha contribuido a volver más sólidos el rol y la presencia de fracciones de extrema derecha en el ejército ucraniano, revigorizando a una fuerza política declinante rechazada por la abrumadora mayoría de los ucranianos. 

En todo caso, la principal amenaza que representan grupos como Azov no se dirige contra el Estado ruso –después de todo, Rusia está feliz de apoyar a elementos de extrema derecha en su Grupo Wagner de mercenarios y en las repúblicas separatistas– ni contra las naciones occidentales cuyos ciudadanos descontentos pueden sentirse atraídos a combatir junto con ellos. En cambio, son una amenaza para la estabilidad futura del propio Estado ucraniano, como lo vienen advirtiendo hace tiempo Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Si bien hoy pueden ser útiles, en caso de que el Gobierno liberal de Ucrania resulte descabezado o evacuado de Kiev, quizá hacia Polonia o Lviv, o lo que es más probable, en caso de que Zelenski se vea forzado por los acontecimientos a firmar un acuerdo de paz cediendo territorio ucraniano, los grupos como Azov pueden encontrar una gran oportunidad para desafiar a lo que quede del Estado y consolidar sus propias bases de poder, aunque sea solo en el nivel local.

En 2019, le pregunté a Semenyaka si Azov seguía considerándose un movimiento revolucionario. Pensándolo con cuidado, respondió: “Estamos preparados para diferentes escenarios. Si Zelenski resulta ser aún peor que [el expresidente] Poroshenko, si es un populista del mismo tipo pero sin algunas de sus capacidades, conexiones y antecedentes, entonces claro que los ucranianos estarán en un grave peligro. Y ya hemos desarrollado un plan de lo que se puede hacer, cómo construir estructuras estatales paralelas, cómo personalizar estas estrategias de partida para salvar el Estado ucraniano, si [Zelenski] se convirtiera en un títere del Kremlin, por ejemplo. Porque es bastante posible que eso suceda”.

Figuras importantes de Azov han sido explícitas, a lo largo de los años, al afirmar que Ucrania tiene un potencial único como trampolín para la “reconquista” de Europa de manos de los liberales, los homosexuales y los inmigrantes. Si bien sus ambiciones continentales más amplias pueden tener una muy dudosa oportunidad de éxito, una Ucrania quebrada, empobrecida y furiosa en la posguerra, o peor, una Ucrania que sufra años de bombardeos y ocupación, con áreas extensas fuera del control del Gobierno central, seguramente sería un terreno fértil para una forma de militancia de extrema derecha no vista en Europa por muchas décadas.

En este momento, Ucrania y Zelenski pueden necesitar las capacidades militares y el celo ideológico de las milicias nacionalistas y de extrema derecha para luchar y vencer en su batalla por la supervivencia nacional. Pero cuando la guerra termine, tanto Zelenski como sus apoyos occidentales deben ser muy cuidadosos en asegurarse de no haber fortalecido a grupos cuyos objetivos están en directo conflicto con las normas liberal-democráticas a las que ambos profesan adherirse. Armar y financiar a Azov, Tradición y Orden y Karpatska Sich bien puede ser una de las decisiones difíciles a las que obliga la guerra, pero desarmarlos debe ser con seguridad una prioridad cuando la guerra termine.

Como hemos visto en Siria, nada radicaliza más a una población civil que el despojo, los bombardeos y los ataques masivos. Igual que en Siria, existe sin duda un riesgo de que dar temporalmente poder a sectores extremistas por su utilidad militar, incluso de manera indirecta, pueda tener graves consecuencias no deseadas. Y también en Siria había al principio un fuerte tabú entre los analistas occidentales respecto a hablar sobre el ascenso de milicias extremistas que luego canibalizarían la causa rebelde, por temor a validar la propaganda de Assad que afirmaba que todos los rebeldes eran terroristas: esta reticencia inicial, finalmente, no operó en favor de los rebeldes.

No es hacerle el juego a Putin observar con sinceridad que hay elementos extremistas entre quienes combaten contra él en Ucrania: de hecho, solo controlando hoy cuidadosamente –y quizá restringiendo– sus actividades podremos asegurarnos de que no profundizarán el sufrimiento de Ucrania en los años por venir. Durante mucho tiempo, los comentaristas occidentales liberales se quejaron de que el Estado ucraniano hacía la vista gorda frente a los grupos de extrema derecha; no sirve de nada que sean esos mismos comentaristas quienes ahora hagan lo mismo.