Por Martín Granovsky
Donald Trump, en su primer mandato, fue el jefe de campaña de Mauricio Macri. Impulsó el mayor préstamo de la historia del FMI porque ya Luis Toto Caputo y su jefe no tenían palenque ande endeudarse. Fracasaron. Macri perdió. No fue reelecto.
Ahora el Trump Bis puso de jefe de campaña a Scott Bessent, su ministro de Economía. No es una exageración: el propio secretario del Tesoro mencionó la importancia de las elecciones del 26 de octubre. Las que están ahí nomás, a tiro de calendario.
Entretanto, la Providencia creó un equipo paralelo de Fuerza Patria para ayudar a la campaña del peronismo y sus aliados. Lo integran Javier Milei en canto y motosierra, Toto Caputo en deuda y recorte de gastos sociales, Gerardo Werthein en cesión de soberanía y Mauricio Macri en voracidad por controlar transportes y energía. La estrella invitada es José Luis Espert. Si no hay cambios de último momento, su cara estará en la Boleta Única de Papel. Así los votantes podrán recordar la simpatía y el respeto del hombre elegido por Su Excelencia para freezar la Comisión de Presupuesto y ser el candidato a gobernar la provincia de Buenos Aires en 2027. Y, sobre todo, refrescarán la historia de las relaciones comerciales del político que trabajó para Fred Machado, quien acaba de ser gentilmente invitado por la Justicia norteamericana a viajar a los Estados Unidos para comparecer por acusaciones de lavado en favor del narcotráfico.
Fechas cercanas
Las elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre, y lo que decante el lunes 27, explican el apuro de Bessent y la desesperación de Milei en medio de un clima político y social que no es el de la fascinación y la esperanza que provocaba hasta hace seis meses Su Excelencia.
El martes 7 de octubre la consultora QSocial (Rafael Prieto presidente, Martín Buzzi vice, Liliana Siede directora) presentó su primer QMonitor. Son resultados de septiembre de 2025, es decir que no abarcan el Narcogate ni los efectos de la demora de Su Excelencia en desprenderse de Espert. La investigación trata sobre el clima político, económico y empresarial. Supera la simple encuesta, cuanti o cuali, porque es una combinación de distintas formas de recolección y procesamiento de datos y tendencias que varios equipos de trabajo desplegaron y explican a lo largo de 235 páginas.
El PDF completo del QMonitor puede descargarse aquí:
En esta misma edición, María Fernanda Ruiz y Guido Aschieri toman dos aspectos específicos del QMonitor. Uno, el abrumador retroceso de Su Excelencia en un territorio que dominaba, el de las redes. Otro, la percepción negativa dominante sobre la economía y la situción personal. Y el exsubsecretario de Hacienda Cristian Módolo escribe una síntesis de la exposición sobre la situación económica y financiera que siguió a la presentación del trabajo.
Spoiler de las conclusiones
Vale la pena tomarse un rato y mirar los gráficos tema por tema. Aquí va sólo un spoiler de las cuatro conclusiones de la parte cualitativa del estudio.
La conclusión uno es la percepción generalizada del colapso.
“La sensación de crisis trasciende las diferencias políticas y socioeconómicas”, dice el texto. Las metáforas utilizadas por los encuestados son de caos, enfermedad y, justamente, colapso.
La frase que resume el sentimiento colectivo es situación “desastrosa” porque “el país se cae a pedazos”.
El 75 por ciento describe la economía con palabras de familiaridad con el desastre.
El 90 por ciento reporta deterioro mes a mes en su poder de compra.
El 85 por ciento cambió sus hábitos de consumo. Eliminó gastos considerados no esenciales y fue hacia productos más baratos.
Conclusión número dos: la grieta atraviesa la economía. Se produce lo que el estudio define como “paradoja nacional”. Traducción: “Ambos bandos coinciden en que la gente sufre, pero no pueden acordar las causas ni las soluciones, perpetuando la parálisis política”.
Quienes están contra Milei critican las políticas de ajuste y recortes, denuncian la represión callejera y miran la deuda como un fenómeno de dependencia.
Quienes parten de una postura antikirchnerista culpan al gobierno anterior, consideran necesario el ajuste fiscal y ven la ayuda externa como respaldo internacional.
La conclusión número tres es que existe una hipersensibilidad económica colectiva. Los argentinos, revela el QMonitor, “siguen obsesivamente tres indicadores clave”: los precios cotidianos, el tipo de cambio y el salario personal.
Dice el documento: “Esta financiarización de la conversación diaria refleja un estado de alerta permanente donde cada ciudadano debe monitorear variables macroeconómicas para sobrevivir”.
La cuarta conclusión es que existen expectativas fragmentadas. El sentimiento dominante es la percepción sobre un futuro incierto. El 70 por ciento o no ve mejoras en el horizonte cercano o teme que todo empeore. El 20 por ciento revela un optimismo moderado, como fruto de la estabilización gradual. Sólo el 10 por ciento tiene un alto grado de confianza en una recuperación económica a corto plazo.
Las voces reflejan “mensajes claros a los responsables de las políticas públicas”. Esos mensajes apuntan a la necesidad de la estabilidad cambiaria, un alivio en el bolsillo, la obtención de un horizonte de progreso y la urgencia por edificar consensos “que trasciendan la polarización política actual”.
La reflexión final del QMonitor lleva un título: “Entre la desesperanza y la resistencia”, fruto de que “el estudio revela una Argentina abatida pero no derrotada”, con “una resistencia social notable y la búsqueda de soluciones”.
Al mismo tiempo hay dolor colectivo, capacidad de adaptación y supervivencia, esperanza en encontrar un rumbo para el país, un amor por la Argentina que trasciende las diferencias políticas, una (minoritaria) esperanza latente y el anhelo de unidad.
“La clave estará en transformar las percepciones negativas actuales en realidades tangibles de progreso, reconstruyendo la confianza ciudadana paso a paso”, dice el párrafo final del QMonitor.
Dificultades y desafíos
Difícil momento el de Su Excelencia. Para reducir el daño producido por su propia política, que incluye el día a día de la economía y la aparición negativa de apellidos como Spagnuolo y Espert y nombres como $Libra, un escándalo donde él mismo está asociado junto con su hermana Karina, debe hacer creer a los votantes una fábula digna de monarquías de derecho divino: si el rey está exultante porque Bessent lo elogia y Trump lo recibirá en el Salón Oval, también los argentinos deben estarlo. Tienen que abstenerse, entonces, de votar ni a peronistas opositores. Tampoco a los ubicuos candidatos de Provincias Unidas, aunque le hayan dado una mano al Gobierno para que la Cámara de Diputados no sancionara el cambio de la ley que reglamenta los decretos de necesidad y urgencia.
Difícil momento el de la Argentina. Aún es prematuro evaluar el alcance de las decisiones de Trump y Bessent. Incluso entre los analistas ya hay una polémica en marcha. ¿El paquete es un autosalvataje de los grandes fondos, como opina en esta misma edición Enrique Aschieri? ¿Es una primera movida con contraprestaciones geoestratégicas por parte de la Argentina? ¿Es una forma de equilibrar al Brasil soberanista de Lula en el Cono Sur? ¿El objetivo es, como dice Bessent, que China vuele de la Argentina de la mano de Milei?
La experiencia del préstamo del Fondo a Macri revela que ni siquiera la primera potencia de la región controla el futuro. Puede fallar.
La historia, en tanto, muestra que la realidad no es irreversible pero que los retrocesos, sin embargo, tienen un costo social que puede llevar décadas reparar. Siempre que haya un comienzo de reparación, claro. Y después inteligencia, pericia política y continuidad. Acaso aquellas preguntas puedan contestarse con sencillez diciendo que la respuesta a todas es afirmativa. Y que, sobre todo, el Gobierno quiere imponer una narrativa típica de la ultraderecha, plena de momentos de apocalipsis y de gloria, pero que la verdad corre por otro lado. Quizás más allá de la excitación periodística no haya un Momento Bessent en esta historia. Tal vez Bessent represente la contracara de una perspectiva que parecía inmediata. –la de un default—pero que estemos delante de un proceso que ya empezó y que los beneficiarios quisieran prolongar:
*La Argentina ya se alineó con los Estados Unidos y con Israel y votó en la Asamblea General de la ONU contra el reconocimiento a un Estado palestino (que nuestro país ya había reconocido, por cierto), contra toda perspectiva de género y contra la preservación del medio ambiente.
*La Argentina de Su Excelencia salió de los BRICS ampliados incluso antes de que esa ampliación, realizada el 1° de enero de 2024, se produjera.
*La Argentina ya interrumpió el proyecto nuclear Carem.
*La Argentina ya frenó el plan de Atucha III con la colaboración china.
*Las dos represas de Santa Cruz con financiación china ya no avanzan.
*El Gobierno ya recibió a dos jefes del Comando Sur y escuchó sin retrucar cómo consideraban a Tierra del Fuego una posición estratégica propia por la proyección antártica y el dominio de los estrechos.
*La Argentina ya se desprendió del Mercosur, aunque no lo haya hecho formalmente, y en especial se desacopló de Brasil, país aliado desde 1985 en el plano regional y en el multilateral.
*La Argentina de Su Excelencia y el Príncipe Toto ya puso en práctica uno de los grandes procesos de toma de ganancias por parte de los fondos internacioinales como Blackrock y, por la fuga y la recesión, convirtió la necesidad permanente de dólares en un consumo problemático.
Abel Reynoso, que entre 1997 y 1999 estuvo en Buenos Aires como jefe de la delegación de la DEA, la agencia de seguridad antinarco norteamericana, dijo que “la Argentina es un país muy atractivo” para los narcos.
Agregó Reynoso una opinión que viene muy a cuento en estos días de presunto salvataje financiero: “Los bancos están prendidos, son un elemento principal dentro del narcotráfico. El narcotráfico no era el monstruo que es hoy en día hasta que la banca se metió en él. En los Estados Unidos todos los grandes bancos en algún momento han participado del lavado de dinero”.
Si Reynoso hubiera hablado también de los megafondos y no sólo de los bancos, su descripción habría sido más exacta. Pero la DEA tiene sus límites.
Toma, ¿y daca?
Hay una expresión muy usada por los diplomáticos. Es trade off. Toma y daca. Te doy algo para recibir lo que quiero. Sin caer en la tontería de pensar que conviene tener malas relaciones con los Estados Unidos (¿por qué un país como la Argentina buscaría pelea en lugar de diversificación de vínculos?) es útil considerar que Washington descree del trade off. Lo saben bien los diplomáticos que secundaron a Guido Di Tella en tiempos de Carlos Menem. En 1991 la Argentina no le vendió insumos nucleares a Irán y el país se perdió un negocio. Esa negativa era la que buscaba el Departamento de Estado. El 17 de diciembre el encargado de negocios de la embajada, James Walsh, envió una carta al entonces vicecanciller Juan Carlos Olima. En la primera parte Walsh felicitó al Gobierno por haber cancelado el embarque. “Dicha medida constituye una evidencia de la intención de la Argentina de actuar como un proveedor responsable en el comercio nuclear internacional”, escribió. Luego constató que efectivamente la decisión había acarreado costos y argumentó así: “Esos costos son la lamentable, aunque necesaria, consecuencia de la actitud de gobiernos responsables de actuar con el más alto nivel de atención en favor de un ambiente internacional más seguro para todas las naciones, donde los peligros de la armas nucleares se reduzcan significativamente”. Y cerraba Walsh en un documento que puede leerse completo en el libro “Misión cumplida”, de un tal Martín Granovsky: “Por lo tanto, el gobierno de los Estados Unidos no uede asumir ninguna responsabilidad financiera derivada de la muy adecuada decisión del gobierno argentino en este asunto”.
La conclusión es que, como siempre, debe haber un cálculo de pros y contras en una relación de país a país. Cada cual diseña su estrategia y trata de sacar la mayor ventaja posible. Pero por el nivel de asimetría no hay pie de igualdad entre Buenos Aires y Washington, como no lo hay entre Buenos Aires y Beijing: no solo respecto de la Argentina sino globalmente, ningún país puede soslayar el poder demográfico, de mercado y tecnológico de la República Popular China. Ni siquiera pueden hacerlo –aranceles más, aranceles menos– los Estados Unidos. No es cuestión de imaginar, para la Argentina, un futuro promisorio como colonia china para suplir la promesa de una colonia estadounidense. Y ahora basta de análisis, que el martes 14 se vienen escenas de alto voltaje en un espacio sugerente: el Salón Oval. A prepararse.
Fuente yahoraque.com
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