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Más y mejor Estado es más libertad

La cooperación, la regulación estatal y la planificación permitió a las actuales potencias desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva.
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Por Pablo Caramelo

El gobierno libertario ha hecho mención en más de una ocasión al ranking de países según el Índice de Libertad de Freedom House como una guía para continuar con el camino desregulatorio, hasta ser «el país más libre del mundo”, como dice el presidente Javier Milei.

La organización estadounidense Freedom House publica todos los años su clasificación de los países más y menos libres del mundo. Cada año asigna puntuaciones que representan los niveles de derechos políticos y libertades civiles en cada país y territorio, en una escala del 0 (menos libre) al 100 (más libre).

Más allá de la utilización política que se pueda hacer a partir de este índice y las variaciones de corto plazo en su orden, hay algo queda absolutamente de manifiesto: los países más libres del mundo son los países con los Estados más grandes e interventores.

El ranking en cuestión estuvo encabezado en el año 2023 por Finlandia, seguido por Nueva Zelanda, Suecia y Noruega. Un escalón más abajo Canadá, Dinamarca, Luxemburgo, Países Bajos, San Marino y Japón completan el top 10 de países con mayor índice de libertad. Argentina por su parte se ubicó en el puesto 51 sobre un total de 211 países.

No es casualidad que los países que lideran dicha clasificación sean aquellos países distinguidos por fuertes Estados de bienestar, en tanto los países con los peores indicadores de libertad en este ranking, son los que presentan una estructura estatal mucho más pequeña.

En efecto, según las estadísticas oficiales para el año 2023, en Finlandia el nivel de gasto público en relación al PBI fue del 55,7 por ciento, en Nueva Zelanda fue del 41,39 por ciento; en Suecia, del 49,5 por ciento; en Noruega, del 46,4 por ciento; en Canadá, del 42,49 por ciento; en Dinamarca, del 46,8 por ciento; en Luxemburgo, del 47,9 por ciento; en Países Bajos, del 43,2 por ciento y en Japón, del 41,84 por ciento. En Argentina, dicho ratio se ubicó en el 37,84 por ciento durante el año pasado.

Por su parte, aquellos países peor ubicados en este ranking de libertad son justamente aquellos países que presentan una menor proporción del gasto en relación al producto. Por ejemplo, Sudán, Somalia, Guinea Ecuatorial, Irán o Yemen, que se ubica en entre los últimos lugares presentan un nivel de gasto en relación al PBI, del 9,8 por ciento, 6,7 por ciento, 19,8 por ciento, 13,8 por ciento y 12,1 por ciento, respectivamente.

Estado y libertad

Incluso este ranking, frecuentemente criticado por penalizar excesivamente a los países que se oponen a los intereses de los EE.UU. y favorecer excesivamente aquellos regímenes que apoyan los intereses estadounidenses, demuestra que los países con mejor nivel de vida para sus poblaciones ostentan los Estados más grandes y poderosos, en tanto los países más rezagados son los que muestran una estructura estatal prácticamente inexistente.

La magia no existe, la historia económica demuestra que no existe sociedad que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado. En efecto, y al contrario de lo propuesto por el liberalismo económico, ha sido siempre la cooperación, la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva.

Frente a esta contundente evidencia, los liberales suelen defender sus postulados arguyendo que los países desarrollados pueden tener hoy Estados enormes porque ya son desarrollados, y que han alcanzado esas posiciones de privilegio en el pasado en base a Estados de menor proporción. Los registros históricos también desmienten esta argumentación.

Si bien es cierto que estos países partieron hace muchos años de estructuras estatales mucho más pequeñas a las actuales, fue justamente cuando comenzaron a incrementar la participación y la planificación estatal, que lograron despegar en la carrera hacia el desarrollo económico.

Al observar la historia de los países desarrollados, se puede verificar que cada uno de ellos atravesó diferentes fases y alcanzó el desarrollo delineando características únicas e irrepetibles. El desarrollo es una experiencia nacional plagada de contradicciones, conflictos y dificultades, en la que cada país debe seguir su propio recorrido a partir de su experiencia histórica y sus oportunidades. Sin embargo, la historia económica demuestra que no existe sociedad que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado.

En efecto, si fuera cierto el postulado ortodoxo que sostiene que la planificación y la intervención estatal implica un obstáculo para el desarrollo, las actuales potencias globales estarían condenadas al estancamiento, dadas sus gigantescas estructuras estatales. Y serían en cambio los países con menor participación estatal los que deberían ubicarse a la vanguardia del desarrollo.

Cuestión que resulta completamente absurda ya que los países con menor estructura estatal, no solo no lideran los rankings de crecimiento económico, sino que muy por el contrario se alejan cada vez más de los desarrollados que son precisamente los que ostentan el mayor nivel de inversión pública en relación al PBI.

Obturar el desarrollo

La negación de estas palmarias evidencias en torno al importante rol que desempeña el Estado en tanto motor para el crecimiento inclusivo, expone que el objetivo de quienes impulsan la propuesta de achicar al Estado es obturar toda posibilidad de desarrollo nacional. Dado que el desarrollo económico se construye siempre en base a un Estado potente, planificador, dinámico e innovador.

Para lograr replicar el éxito alcanzado por las sociedades con mejores niveles de vida, resulta fundamental reconocer cuáles han sido las recetas que han utilizado para conseguir ese grado de desarrollo, teniendo en claro que las mismas nada tienen que ver con las políticas propias del libre mercado que algunos insisten en promover.

Por el contrario, ha sido siempre la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva. En dónde un Estado grande y robusto es imprescindible, pero también lo es que ese Estado sea ágil, dinámico y eficiente en su objetivo prioritario de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Penosamente, hoy en Argentina se reivindican y ejecutan políticas públicas que van en la dirección contraria a la que han recorrido los países que lograron garantizar mejores condiciones de vida para sus habitantes a partir de la inversión pública en educación, salud, ciencia, tecnología e infraestructura. El llamado debe ser entonces a revertir cuanto antes esta tendencia, evitando que el daño y el sometimiento se profundicen.

Fuente Página 12