Tiene su lógica que sectores políticos que tradicionalmente responden a los intereses de los grupos dominantes, señalen insistentemente que la inflación persistente en Argentina es un fenómeno muy particular de la economía argentina, pero no apliquen el mismo énfasis en señalar que las corridas cambiarias y la debilidad política para frenarlas o desarmarlas también es un fenómeno muy argentino.
Y se entiende por qué. La inflación es un buen argumento para culpar al déficit fiscal y a la emisión, y pedir que se los erradique. Es decir, privar al Estado de dos de sus herramientas fundamentales para las políticas públicas. En cambio, las corridas cambiarias, como fenómeno repentino, es resultado de un «shock del mercado». ¿Pero quién lo promueve, quién lo ejecuta? «Mejor no hablar de ciertas cosas», desde la lógica de esos intereses.
Tal como ocurre en esta ocasión, la mayoría de las veces una corrida en Argentina no responde a «un dólar retrasado» en su paridad, sino a motivaciones políticas. Debilitar la posición de un gobierno –sobre todo, en tiempos electorales– y de sus políticas, por ejemplo. Es una demostración de fuerzas, una puja de poder, en la que los sectores que promueven la corrida buscan mostrar musculatura frente al sector gobernante y/o frente a los que esperen reemplazarlo.
¿Quién promueve la corrida? Con la enorme disparidad de fuerzas existente en el mercado financiero argentino, pensar que la corrida la pueden provocar «pequeños y medianos inversores actuando en manada» es, lo menos que puede decirse, una ingenuidad. Entonces, hay que dirigir la mirada hacia los grandes jugadores, los que mueven y dominan el mercado de los dólares financieros.
No son muchos. Exportadores, importadores, bancos, agencias financieras, fondos de inversión, empresas que compran o venden servicios hacia o desde el exterior, y algún otro especulador habituado a las transferencias con el exterior. En términos más genéricos, estamos hablando del poder económico local y quienes le prestan servicios al mismo. Entre ellos, habrá quién respete las reglas de juego y presione con armas legítimas al gobierno para arrancarle una devaluación. Y habrá quien no las respete y juegue el juego sucio de las corridas y la práctica de maniobras evasivas de las normas cambiarias.
Javier Milei, alentando la «despesificación» de los ahorros en medio de una corrida, cumple el rol del «mejor empleado» de esos intereses espurios dedicados al juego sucio de la corrida y la desestabilización. Su papel es promover la corrida, con argumentos falaces en favor del dólar y en contra del peso. Adjudicarle el poder de «manejar el mercado» y provocar la corrida es subirle demasiado el precio al personaje. La corrida la provocan factores de poder económico y financiero muy poderosos, de los cuales Milei es un empleado. No desde ahora. Recordemos que una de sus banderas es la desaparición del organismo que debe controlarlos (aunque no lo haga como corresponde): el Banco Central.
A esos factores debería apuntarle al gobierno. Descubrir a los responsables y sancionarlos, no sólo por las infracciones financieras y cambiarias sino por el enorme daño que le provocan a millones de personas por el deterioro de sus ingresos, por condenarlos a vivir mal y a no alimentarse correctamente, entre otras necesidades insatisfechas.
Hace ya décadas que estas maniobras financieras espurias son fuente de desequilibrios políticos y graves perjuicios sociales. Nunca se castigó a los culpables, pero tampoco se los investigó. Ahora que Milei se reveló como fiel empleado de esos delincuentes, quizás sea la oportunidad para arrancar la demorada investigación. Ojalá haya voluntad política para hacerlo.
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