04/07/2025
Lula fue solidario con Cristina Kirchner, presa en su casa, y marcó diferencias de fondo con Milei sobre el futuro del Mercosur. La opinión de Felipe Solá sobre lo que la Argentina ya se está perdiendo en oportunidades internacionales. El proyecto de decreto en danza para darle más poder a Caputo y, de paso, generar negocios con activos del Estado.
En política internacional hay pocas cosas tan difíciles como hacer compatibles los intereses del Estado y los partidarios. Salvo que uno se llame Lula.
De visita en Buenos Aires para la cumbre de un Mercosur al que Su Excelencia el Presidente Javier Milei quiere desmantelar, Luiz Inácio Lula da Silva se hizo tiempo para visitar a Cristina Fernández de Kirchner en su prisión domiciliaria de San José 1111. CFK no había hecho lo mismo con él en sus 580 días de prisión, pero Lula actuó con ella como lo que es: un hermano mayor. En la última etapa democrática la relación entre la Argentina y Brasil tuvo dos picos. El primero, a partir de 1985, cuando Raúl Alfonsín y José Sarney resolvieron tenerse confianza nuclear y generar un proceso de integración. Ese proceso desembocaría después, en 1991, en la fundación del Mercosur, ya con un Carlos Menem neoliberal en la Casa Rosada. El segundo pico fue con Néstor Kirchner y el propio Lula. Salvo cinco meses de freezer entre abril y septiembre de 2004, cuando Kirchner se irritó ante la falta de solidaridad del ministro brasileño de Hacienda, Antonio Palocci, con una Argentina necesitada de ayuda ante el Fondo Monetario, ambos presidentes formaron un dúo irrompible. Sirvió para motorizar el No al Alca, coronado en la cumbre de las Américas de noviembre de 2005, para coordinar el desenganche simultáneo de los dos países respecto del Fondo, en diciembre del mismo año, para coordinar acciones con Hugo Chávez y para darle amparo a la Bolivia de Evo Morales, que asumió el mando en enero de 2006. En su primer mandato CFK coincidió con el segundo Lula. Y el 27 de octubre de 2010, el mismo día del cumpleaños del presidente brasileño, que este año llegará a los 80, Lula fue una presencia importante para Cristina cuando murió Néstor.
Después del encuentro en San José 1111, el exdirigente de los metalúrgicos de San Bernardo posteó lo que sigue en X: “Hoy visité a la compañera y expresidenta Cristina Kirchner en su residencia en Buenos Aires. Me sentí feliz de volver a verla y de encontrarla tan bien, con fuerza y espíritu de lucha. Tengo por Cristina una amistad de muchos años que va mucho más allá de la relación institucional. Un cariño y afecto de amigos, compañeros de espacio político y de ideales de justicia social y combate contra las desigualdades”. Y así termina: “Además de brindarle mi solidaridad por todo lo que vivió, le expresé mi deseo de que tenga fuerza para seguir luchando con la misma firmeza que fue la marca de su trayectoria en la vida y en la política. Pude sentir en las calles el apoyo popular que recibió y sé bien cuán importante es ese reconocimiento en los momentos más difíciles”. Y el final, en una frase: “Que esté bien y siga firme en la lucha por la justicia”.
Naturalmente el posteo se llenó de trolls en portugués, porque la primera alianza de Su Excelencia, antes de fascinarse con Donald Trump, Vox y Benjamín Netanyahu, fue con el reo Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil. El canal fue Eduardo Bolsonaro, uno de los hijos. Un puente de plata.
Antes de la visita a Cristina, un incómodo pero correcto Lula había experimentado la antipatía de un incómodo Milei. Una incomodidad no sólo personal e ideológica sino, sobre todo, de fondo. El brasileño quiere fortalecer política y comercialmente el Mercosur siguiendo la línea que marcaron en 2003 él mismo, su asesor internacional de entonces, Marco Aurélio García, y su canciller, Celso Amorim: una presencia fuerte de Brasil en el mundo se basa en un anillo sólido de relaciones regionales, y éste a su vez se basa en una firme relación con la Argentina.
En cambio Su Excelencia es una réplica Made in Argentina, o vaya a saber Made Adónde, de Jair Bolsonaro.
Bolsonaro estuvo cuatro años tratando de convertir al Mercosur en una simple plataforma de acuerdos de libre comercio.
“Bolsonaro quería irse, pero no lo hizo”, recordó el excanciller Felipe Solá el jueves 3 de julio en el programa QR. “Ahora Milei es el que quiere dejar el Mercosur pero no se anima.”
Solá pidió incluir un concepto previo cuando se habla de Mercosur. “El problema no es sólo lo que no se hace ahora, sino lo que nos perdemos de hacer por no construir un futuro conjunto, por no pensar el mundo actual desde la región, por no sumar fuerzas, y todo lo que no se hace es especialmente para la Argentina, que tiene una economía mucho más chica que la de Brasil”, dijo.
Congelar el Mercosur es parte de lo que el laboralista Héctor Recalde, ya fallecido, llamaba “orfebrería”. Usó la palabra para los planes de Mauricio Macri de desmantelar todo el sistema de derechos laborales, Justicia incluida, y en 2018 lo explicó así: “No hay que subestimar a esta gente, porque destruye lo que sirve a la mayoría y construye lo que les sirve a ellos”.
Aplicando el mismo criterio a Su Excelencia y a sus tres principales escuderos (Patricia Bullrich, Luis Caputo y Federico Sturzenegger), por un lado aparece el costado propagandístico. Si sucede, como relata en esta misma edición María Fernanda Ruiz, que Milei pierde de nuevo la primacía de la conversación digital, la busca mediante la persecución penal de periodistas o dirigentes opositores. Es un típico gesto de impotencia, como pasó con sus insultos y sus invenciones sobre Julia Mengolini y María O’Donnell. Pero al mismo tiempo, acuciado además por la escasez de dólares que describen Guido y Enrique Aschieri, Su Excelencia y el Coloso Sturze aceleran la jibarización del Estado central y de los entes descentralizados o autárquicos.
Este medio tuvo acceso a un proyecto de decreto de necesidad y urgencia que, en palabras de un experto en administración estatal, “parece primo hermano del DNU 70 de 2023”, o sea del verdadero fundamento anticonstitucional de un Gobierno que parece autopercibirse como superior a la propia Carta Magna.
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria dejaría de ser un organismo descentralizado y pasaría a ser un área de la Secretaría de Agricultura. Idéntico movimiento le correspondería al Instituto Nacional de Vitivinicultura
El Instituto Nacional de Tecnología Industrial, lo mismo, sólo que pasaría a depender de la Secretaría de Industria.
Quedarían disueltos la Agencia de regulación de la industria del cáñamo y del cannabis medicinal, el Instituto nacional de la agricultura familiar, campesina e indígena y el Instituto nacional de semillas.
“Si yo estuviera en Israel o en los Estados Unidos y me dieran a leer un proyecto de decreto así, quizás estaría de acuerdo”, dijo un tecnólogo veterano que pidió reserva de su nombre. “Los cambios podrían servir para mejorar la relación entre el sector público y el privado.”
–Y teniendo en cuenta que usted está en la Argentina, ¿qué hipótesis tiene? –fue la pregunta.
–Que quizás el Gobierno quiera disponer de activos, como las tierras en poder del INTA para hacer negocios. Incluso negocios privados.
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