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Mujica, el humanista que murió odiado por Milei

Por Martín Granovsky
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El Presidente argentino no sólo se abstuvo de ir a las exequias de un ex presidente y líder popular. Eligió denostarlo eligiendo la cuenta de tuit de un abogado de los grandes estudios. Pero, ¿quién fue de verdad Mujica? Puede contarse desmontando las cinco falacias que aparecieron después de su muerte, el martes 13, a los 89 años.

Las bestialidades más inhumanas sobre un Pepe Mujica ya muerto corrieron por cuenta del ejército de trolls de La Libertad Avanza, que se alegró porque ahora hay en este mundo “uno menos”. Esta vez Su Excelencia el Presidente Javier Milei no retuiteó a las Fuerzas del Cielo, esa secta que desfila con pendones rojos como hacían los integristas de Tradición, Familia y Propiedad. Y no es que busque relaciones normales con el Uruguay de Yamandú Orsi, que lleva dos meses de jefe de Estado después de que el Frente Amplio ganó las elecciones. Milei ni asistió a la asunción de Orsi. Es que para Su Excelencia, que detesta el Mercosur, el único país de la región que cuenta es Paraguay. Una afición común, al parecer, con el exsenador Edgardo Kueider, que corrió a buscar refugio allí para su servicio de transporte de caudales cuyo origen no pudo explicar.

Esta vez, entonces, Su Excelencia eligió otro posteo. Tomó el de Alejandro Fargosi, miembro de un club privado que se autopercibe como Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires. No es el Colegio Público de Abogados sino una institución que reúne a los grandes estudios, los mismos que elaboraron para Patricia Bullrich las reformas que luego Su Excelencia convirtió en sus dos instrumentos principales de Gobierno, la Ley Bases y el decreto de necesidad y urgencia 70/2023. La figura dominante de ese Colegio de la calle Montevideo fue José Alfredo Martínez de Hoz, socio número 1435, ministro de Economía y artífice civil de la última dictadura. Otro socio notable es Roberto Durrieu, con el número 2694. Fue funcionario con Ramón Camps de jefe de la policía bonaerense en dictadura. 

“Sencillamente, no se puede rendir honores a quien ejerció la violencia política hasta su grado máximo, el homicidio individual y artero”, posteó Fargosi. “Menos aún si, mientras tanto, se acusa a otro líder político de ‘atacar a la democracia’ por usar palabras fuertes”, escribió en obvia referencia al talante de Su Excelencia. 

Mujica, como se sabe, integró Tupamaros, que su compañera Lucía Topolansky siempre insiste en describir no como organización armada sino como organización política con armas. Más allá de cualquier matiz o descripción, el expresidente uruguayo 2010-2015 nunca negó esa pertenencia, que le granjeó uno de los encarcelamientos políticos más prolongados de América latina. Tampoco hizo gala de la melancolía boba de quienes permanecen congelados allá lejos y hace tiempo. Su desarrollo político lo explica muy bien en esta edición de Y ahora qué? Gerardo Caetano, el más riguroso de los historiadores uruguayos.

Salvo para la extrema derecha, que solamente la denostó, la figura de Mujica es tan atrapante y singular que produjo otro fenómeno: la estupidización del dirigente del Frente Amplio muerto a los 89 años de un cáncer de esófago. No es el primer caso en la historia. También le ocurrió a Nelson Mandela. Una de sus frases fue “la lucha es mi vida”, por el combate contra el apartheid. Pasó 27 años en la cárcel por cargos de sabotaje, traición y conspiración. Liberado en 1990, en 1993 mereció el Premio Nobel de la Paz y en 1994 fue elegido presidente de Sudáfrica. El primer presidente negro. Tanto la pelea que lo llevó a prisión como la fineza política con la que condujo la transición hacia una sociedad sin apartheid, al menos sin segregación institucionalmente consagrada, quedaron diluidas en una especie de beatificación revestida de elogios apolíticos.

Tanto en sus últimos años como en estos días, después de su muerte el martes 13 de mayo, el pobre Pepe sufrió una andanada de falacias. Al menos cinco.

Falacia número uno:  el Pepe vivía en la miseria

Es cierto que Mujica vivía en una chacra. La descripción detallada figura en esta edición de Y ahora qué?

Sin lujos, fue comprada por Pepe hace 30 años, cuando la tierra en Uruguay valía mucho menos que hoy, y no es miserable. 

Hay un señor que fue preciso al describir la relación, que puede ser nefasta, entre la codicia y la política. Dijo el Papa Francisco en el Vaticano delante del propio Mujica: “Parafraseando al ex Presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición por el dinero, las mansiones suntuosas y los autos de lujo, por favor que no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque se va a hacer mucho daño a sí mismo y al prójimo. Va a manchar la noble causa que enarbola”. Ya que estaba, provechó para pasar un aviso parroquial: “Y que tampoco se meta en el seminario”.

Vivir en la casa sencillita de una hermosa chacra no es miseria. Por otra parte, el Pepe no caía en la romantización de la miseria, que en boca de un político, encima, equivale a esparcir resignación entre quienes viven de verdad en condiciones miserables.

Falacia número dos: el Pepe era un filósofo ermitaño

Uno de los mensajes más repetidos por Mujica, que iba leyendo y puliendo una idea, era el derecho al ocio. La secuencia de su razonamiento parecía mezclar categorías como la alienación y la plusvalía o el tiempo de trabajo socialmente necesario. Pero nunca las expresaba de ese modo sino partiendo de la vida cotidiana.

La secuencia era así:

*La vida es tiempo. Tiempo finito.

*El consumo excesivo requiere tiempo de trabajo. 

*El tiempo desaprovechado impide ganar tiempo de vida para uno mismo.

*Ese tiempo para uno mismo es el del ocio, el de la creación, el de la música o las flores, el del amor o el del dolce far niente. Es el tiempo como derecho.

Pero hay una parte del mensaje de Mujica que suele ser olvidada. Cuando hablaba del derecho al ocio agregaba: “También está el gusto de servir al prójimo, y el tiempo libre puede ser para mejorar la vida de otros seres humanos”. 

La televisión pública de la intendencia de Montevideo, que gobierna el Frente Amplio desde 1989, seleccionó imágenes y frases de Mujica. Una de ellas dice: “El poder no está en los de arriba, está en las grandes masas”. 

De ermitaño, nada.

Falacia número tres: el Pepe estaba por encima de la política partidaria

Quienes trataron a Mujica llegaron a conocer cómo le brillaban los ojos con malicia cuando él mismo sabía que estaba destruyendo una frase hecha. Hecha por la derecha. 

“Los de allá siempre me elogian”, decía en Uruguay. “Allá” era la Argentina y ese “los” aludía a los conservadores argentos. Y añadía: “Yo sé por qué lo hacen. Para joder a los compañeros argentinos, en primer lugar, y después para joderme a mí. Porque me elogian mucho pero cuando vienen las elecciones la guita se la ponen en Uruguay a los otros”. Léase colorados, blancos y, últimamente, la incipiente ultraderecha oriental.

Más todavía: como también cuenta Caetano, Mujica fue el primero de los viejos tupamaros que aceptó la disputa parlamentaria y se presentó a diputado nacional. También fue senador, ministro de Agricultura y Presidente. En 2010 Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, le puso la banda. Y en 2015 Mujica le puso la banda presidencial a Tabaré Vázquez en su segundo mandato. El primero de Tabaré, y también primero del Frente Amplio a nivel nacional, había arrancado en 2005, después de unas elecciones en las que el Frente ganó en primera vuelta, en buena medida por la ayuda logística de Néstor Kirchner a los uruguayos residentes aquí para que fueran a votar allí. “Vayan a votar, aunque sea nadando”, había dicho el Pepe al cierre del acto en Buenos Aires, en Uruguay y Corrientes. Y fueron, pero en Buquebús y en micros pagados en sordina por el oficialismo argentino.

Mujica fundó el Movimiento de Participación Popular, que transformó con el tiempo en la agrupación más votada dentro del Frente y en todo el Uruguay. 

No estuvo en la fundación del Frente Amplio detrás del general Líber Seregni, en 1971, artífice además de la articulación entre las distintas izquierdas, sectores blancos progresistas y democristianos avanzados. Sin embargo, una vez que se incorporó al Frente, ya en democracia luego de 12 años de dictadura que pasó en la cárcel, fue un constructor permanente. Un gran rosquero, dirían con cariño los que no desprecian la política sino al contrario.

Falacia número cuatro: el Pepe era antiperonista

También en esta edición, el peronista Hernán Patiño Mayer, que fue embajador en Uruguay, cuenta su relación con Mujica y con Lucía y sus conversaciones sobre política uruguaya y política argentina, justicialismo incluido.

Mujica tenía origen blanco, no colorado. Los blancos habían estado tradicionalmente más cerca del peronismo. Pero encima el Pepe sabía que no se entendía la Argentina siendo antiperonista o sin comprender al movimiento fundado por Juan Perón en 1945.

En 2016 el Instituto de Formación y Actualización Peronista “Peronismo unido” lo invitó a la Argentina. Mujica dio una larga conferencia en la propia sede del Partido Justicialista, en la calle Matheu, presentado por el entonces jefe del PJ, el sanjuanino José Luis Gioja y el creador del IFAP Javier Mouriño. Con Perón y Eva detrás, habló del reparto injusto de la torta, de las utopías, del realismo y de la integración. 

Si alguien tiene alguna duda de la sintonía reinante puede ver aquí el video completo.

Hay, también, una falacia antikirchnerista, basada más bien en adjetivos ocasionales del Pepe sobre Cristina. Es verdad que hubo una etapa volcánica entre la Argentina y Uruguay a partir de 2006, y la crisis de las pasteras no se solucionó por la tozudez finlandesa en no mover la planta de lugar, por el empecinamiento de Tabaré y por la ira de Kirchner, que sintió deslealtad de un líder a quien había ayudado y hecho ayudar a llegar a presidente. Pero ese conflicto absurdo y dañino para la Argentina (allí empezaron los tractorazos que proliferarían en 2008 contra la resolución 125 sobre retenciones) terminó justamente con Mujica. Fue él quien, ya presidente, firmó con Cristina Fernández de Kirchner el acuerdo de Anchorena, en Colonia, un pacto que puso fin al conflicto. 

En todo caso hay pendiente una discusión más profunda, que tiene que ver con el proyecto uruguayo, y la pasividad argentina, de centrar la navegación fluvial y marítima en el área del puerto de Montevideo. Muerto Mujica, esa discusión perfectamente puede continuar, o incluso hacerse más pública y parte de la agenda nacional. Tiene relación también con el trazado profundo, nunca realizado, del Canal Magdalena.

Falacia número cinco: el Pepe era un pacifista incapaz de meterse en el barro de la política mundial

En la charla del IFAP Mujica definió a Francisco como “el primer Papa con que uno podría sentarse a jugar al truco”. 

Al ajedrez puede jugarse con un enemigo.

Al truco, en cambio, se juega siempre con amigos.

Esa relación se hizo tan fuerte que ambos, Mujica y Jorge Bergoglio ya Papa desde 2013, participaron del acercamiento entre los Estados Unidos y Cuba. Francisco incluso visitó La Habana, donde arrancó por Fidel Castro antes que por Raúl, en la misma gira por los Estados Unidos.

Otra acción recordada es la negociación, primero secreta y luego discreta, con el presidente colombiano Juan Manuel Santos para la pacificación entre el Gobierno de Colombia y las FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Mujica llegó a ser garante internacional de esa paz, la más difícil de América latina después de 50 años de guerrilla y represión militar y paramilitar. También en esa tarea se metió Francisco, que coronó su trabajo pacificador cuando visitó Colombia y, frente al Cristo mutilado de Bojayá, escuchó a victimarios y víctimas. 

A esa altura el Pepe y el Papa se entendían tanto que podían jugar sin señas, en pareja. 

Su Excelencia y Fargosi no lo entenderían.

Fuente yahoraque.com