“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Esta frase es atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917.
Claro que 104 años después no hay garantías que la verdad sea la primera victima de una guerra, por el sencillo motivo de que hace décadas ya esta muerta.
Hay muchos que creemos que la verdad, al menos en términos informativos, murió el día que nació la primera empresa periodística a finales del siglo XVIII. Otros creen que la verdad y el periodismo son incompatibles.
Lo cierto es que mas allá de esta “intervención especial armada” u otros conflictos bélicos, siempre que se media un hecho esa mediación está teñida por la subjetividad del mediador.
Igual podemos mencionar que en esta guerra sí existen unas primeras bajas que son: la diversidad de ideas, la neutralidad, la transparencia, la honestidad y, sobre todo, el respeto hacia la humanidad.
También se escucha que esta sería la primera guerra donde intervienen las redes sociales virtuales, pero eso seria desconocer que en este momento hay entre 10 y 51 guerras activas en el mundo, según quien las cuente.
Lo que sí podemos ver es que esta es una guerra muy importante porque en ella participan dos grupos de naciones, que si bien no se disparan tiros entre ellos, sus armas y tecnologías, que devienen de desarrollos diferentes, se están enfrentando sobre todo en el terreno de la información, el sentido y la inteligencia.
Será tal vez por ese equilibrio tecnológico que occidente desempolva la idea del discurso único, que ya estaba en desuso -o eso creíamos- con el advenimiento de las redes.
La idea de LA VERDAD, que es la madre del discurso único, se intenta restablecer agitándola como victima del agresor, al que se lo describe como un demonio satánico aprovechando el background que dejó Hollywood luego de décadas de guerra fría.
El tamaño del enemigo del “mundo libre” hace que se justifiquen acciones directas de censura y persecución, que sirven para blanquear mecanismos de control de la información que ya estaban funcionando, pero a escondidas o maquilladas. Incluso, los mismos Estados que investigaban este tipo de prácticas hoy las aplican.
A solo 15 años de la promesa de libertad que nos trajeron las redes, hoy se notan nítidamente las llaves de paso que se cierran o abren cual canilla inteligente, que sabe leer telepases geopolíticos o pulseras ideológicas vip para definir hasta dónde y a quiénes les llegará la información luego de catalogar, etiquetar y advertir sobre las ideologías de medios, cuentas personales, videos, audios, etc.
Así como el impacto de la suba de la energía y los alimentos se globaliza y deja secuelas para todos, en la comunicación estas prácticas profundizan las diferencias entre quienes tienen el mandato de la población y las grandes corporaciones, que poseen el monopolio de la distribución en casi todo el mundo occidental.
El viejo espectro radioeléctrico, el que los Estados aún usan para mantener la ley y el orden en la distribución de radio y televisión, desde hace un tiempo se está entregado en paquetes a monopolios globales o subsidiarias locales que lo adquieren para la circulación de datos. Y los datos, como ya se sabía pero se hace muy evidente con la guerra, tienen un marco legal escrito, ejecutado y atendido por sus propios dueños.
Tal vez esta ventana que nos muestra descarnadamente al monstruo desnudo nos haga reflexionar y notar que, así como durante la peor pandemia sanitaria de esta era descubrimos que sólo los Estados van a tomar seriamente la salud, lo mismo pasa con las comunicaciones y el derecho de la población a acceder a información veraz y diversa en sus fuentes y opiniones.
Creo que es hora de abrir un debate para preguntarnos si no es necesario que los Estados garanticen la neutralidad en los sistemas de distribución de contenidos, observando que se respete la pluralidad de voces y la diversidad cultural, imponiendo los derechos y valorando al ser humano antes que al lucro desmedido.
Es posible que, si no actuamos ahora, la exacerbación del odio que permite la deshumanización de los otros, transformándolos en objetos, se termine de asentar en nuestro país y nos lleve a validar la idea de la supresión de lo diferente.
Algo que pareciera ser una identidad constitutiva del Estado moderno argentino que forjó la generación del etnocidio indígena y se repitió con los inmigrantes de principio del siglo XX, en el 55 y en el 76.
Mientras tanto, ya se escuchan a lo lejos avanzar sonidos nocturnos de cristales rotos
Recomendados
Argentina alcanzó superávit comercial energético en enero
La pérdida definitiva de la inocencia
Milei quiere reemplazar miedos: desempleo por inseguridad