Por Carlos Peña* – El Mercurio, Chile
¿Qué significado posee la prensa?, ¿se pierde algo si, como a veces se teme, ella cede frente a las redes o se resigna sin más a encerrarse en la pantalla del ordenador o del iPad? La pregunta es relevante por estos días en que la prensa acaba de cumplir doscientos diez años.
Una película recién estrenada —News of the World, “noticias del mundo”— ayuda a comprender el papel insustituible que cumple el diario.
Un capitán del ejército confederado subsiste a salto de mata leyendo periódicos de pueblo en pueblo. La sociedad norteamericana acaba de salir de la guerra civil y es un mosaico de inmigrantes, pueblos dispersos, heridos, gente abundante en recuerdos que es mejor olvidar. En cada pueblo, el capitán, que es a la vez periodista, lee las noticias de lugares lejanos —noticias de Baton Rouge son entregadas en Dallas, otras del este son relatadas en San Antonio— y en cada sitio la audiencia, mientras ríe o se indigna al saber lo que ha ocurrido, se entera de que hay un horizonte común, que hay otros miles como ellos cuyas historias comienzan a tornarse parecidas.
En esa sociedad dividida hay después de todo un hilo que la unifica: hay un acontecer común que se va constituyendo poco a poco gracias a las historias que lee el capitán, mientras la niña que lo acompaña (raptada por los indios, quienes, a su vez, son también víctimas) cobra los rigurosos diez centavos con que el capitán y ella subsisten.
Hay algo en esa experiencia fantasiosa de la película que muestra el papel que el diario cumple y que ni las redes, ni el encierro de la pantalla, podrán satisfacer.
Lo sospechó Karl Krauss hace más de cien años (fundó La Antorcha, un periódico parecido a un blog de hoy al que eran adictos Kafka y Benjamin): el periódico no es un reflejo de la sociedad, dijo, sino que la sociedad refleja poco a poco al periódico. Como lo insinúan las escenas de News of the World, la sociedad se va tejiendo poco a poco con la argamasa de acontecimientos que no obstante carecer de rasgos que los hagan comunes o reconocibles al lector (¿qué pudo tener de común un hecho acaecido en Nueva York con una audiencia de Texas?), gracias al diario y su lectura se vuelven comunes, se transforman en una experiencia compartida, parte de lo que más tarde se va a llamar esfera pública.
Y es que la lectura del diario es quizá la única experiencia de lectura que, a diferencia de lo que ocurre con las obras de ficción o el ensayo, se ejecuta con la conciencia explícita de que otros están haciendo simultáneamente lo mismo: enterándose de lo mismo que usted se entera, leyendo y alegrándose en este mismo momento con eso que a usted lo irrita. Cuando, en cambio, usted lee una novela o un ensayo, está a solas con su imaginación y las ideas que la lectura le despierta. Y cuando mira las redes sociales está confirmando, con sus iguales, con su lista de amigos y corresponsales, el prejuicio que comparten. Al leer el diario, la experiencia es otra: hay la conciencia de que, como esas audiencias ante las que el capitán lee las noticias, hay otros miles que usted no conoce y que se están enterando de lo mismo; y usted dialoga, asiente o se irrita con ellos en el acto de leer. Si leer una novela es una experiencia de soledad y recibir noticias en las redes es una experiencia donde se convalida el prejuicio, leer el diario es una experiencia compartida entre personas que se sospechan diversas.
Gracias, entonces, a los diarios los individuos pudieron tener la impresión de que era posible participar en una comunidad que iba más allá de la familia o del pueblo en el que vivían y dirigirse, en cambio, a una audiencia compuesta por todos los individuos racionales que, justo porque eran racionales, reaccionaban de maneras diversas frente a los mismos acontecimientos y se disponían a discutir acerca de ellos. Gracias al diario el lector se experimenta a sí mismo como sujeto: un individuo al que las páginas del diario, las columnas, las noticias, la crónica, interpelan, como solicitándole que en el ejercicio mudo de la lectura formule, a su vez, su propia opinión. Gracias al diario se generalizó, en otras palabras, la certeza de que era posible (como dijo Kant en un escrito famoso que apareció por primera vez en las páginas de un diario) escribir no solo para los amigos con los que se comparten experiencias o la tribu con la que se tienen los mismos prejuicios, sino para el “gran público de lectores”, que es el otro nombre de la ciudadanía.
¿Podrán las redes sustituir al diario? Es de esperar que no, y que el diario, como el capitán que vivía a salto de mata, sea capaz de subsistir en vez de dejarse caer, porque si ello ocurriera, la sociedad abierta en la que coexisten personas diversas dispuestas a discutir cómo deben vivir, sería sustituida por un mosaico de redes, personas agrupadas por prejuicios comunes dedicadas a confirmarlos y a cancelar a quienes no los comparten.
Gentileza de Other News
*Abogado y profesor universitario chileno. Rector de la Universidad Diego Portales y columnista del diario El Mercurio de Santiago.
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