*Por Jorge Argüello – Ámbito Financiero
El Grupo de los 20 (G-20), nacido en 2008 para coordinar con una velocidad inédita el esfuerzo común de países desarrollados y emergentes ante aquella gran crisis financiera, tiene ahora en la pandemia de covid-19 una prueba aún mayor, pero también una oportunidad única para darle a la gobernanza global las condiciones de desarrollo e inclusión que demandan estos nuevos tiempos tan complejos.
La pandemia, que ya dejó más de un millón de muertos y determinó un freno sin precedentes de la economía mundial, obligó al G-20 a replantear, tempranamente, la agenda de su XV Cumbre de Líderes de Riad (21 y 22 de noviembre), un giro en el que trabajaron sherpas, ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales de los 19 países miembros más la Unión Europea, incluida Argentina.
En marzo, apenas la pandemia comenzaba a expandirse de Este a Oeste del planeta, los líderes del G-20 inauguraron sin demora la modalidad virtual de cumbres internacionales, para reorientar las prioridades de Riad 2020. Allí, el presidente Alberto Fernández se anticipó a demandar un “Pacto de Solidaridad Global” y, como parte de ese esfuerzo extraordinario de cooperación, el acceso universal y la adecuada distribución de vacunas contra el covid-19, hoy en fase final.
En términos estrictamente económicos, los líderes del G-20 se comprometieron en aquella primera cumbre virtual a “hacer lo que sea necesario y a utilizar todas las herramientas de política disponibles para minimizar el daño económico y social de la pandemia, restablecer el crecimiento global, mantener la estabilidad de los mercados, y fortalecer la resiliencia”.
Los funcionarios de los países del foro quedaron encargados de debatir y diseñar un conjunto de medidas coordinadas que pudieran ser adoptadas enseguida. El contexto que precedía era muy adverso, caracterizado por guerras comerciales cruzadas y fuertes cuestionamientos a organismos multilaterales como la OMC.
Aún así, sherpas, ministros y grupos de afinidad del G-20 analizaron desde entonces en decenas de reuniones virtuales alternativas de acciones coordinadas sobre salud, trabajo y empleo, comercio e inversiones, agricultura, educación, turismo, economía digital, desarrollo, medio ambiente y cambio climático, energía y finanzas. Las variantes discutidas, algunas con suficiente consenso y otras todavía sin acuerdos mínimos, serán abordadas por los líderes en noviembre.
Previamente, los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales actualizarán un Plan de Acción con políticas no sólo fiscales y monetarias que permitan recuperar la economía global bajo términos de sustentabilidad e inclusión, sino que además fortalezcan las defensas sanitarias de un planeta expuesto a nuevas pandemias y todas sus consecuencias.
Mientras tanto, la nueva realidad económica, social y sanitaria que impuso el covid-19 está a la vista. Según el FMI, el crecimiento económico global se contraerá 4,9% este año y las horas trabajadas caerán 14% sólo en el segundo trimestre, lo que equivale a 400 millones de puestos de trabajo y conlleva un impacto social de inevitables ecos políticos en nuestras democracias.
En América Latina, en particular, el Producto Bruto Regional caerá 9,4% promedio, la mayor contracción del planeta. El ingreso de 53 millones de personas caerá debajo de la línea de pobreza regional (5,50 dólares por día) y podría ser aún peor en escenarios más negativos, según ha estimado el Banco Mundial en junio. Eso en un contexto de desigualdad que no ha dejado de empeorar.
Es que la pandemia afectó a todo el mundo, pero los impactos son diferentes y presentan desafíos específicos en las economías emergentes los que se proyectan más allá de los que experimentan las más avanzadas.
Algunos de esos desafíos hoy incluyen los altos niveles de informalidad, la desigualdad, espacios de política fiscal más limitados, salidas de capital, caída de los precios de productos básicos, incrementos en los diferenciales de créditos soberanos, y depreciación de las monedas.
Y aquí es donde la voluntad política y capacidad de coordinación que el G-20 demostró desde 2008 necesita superarse. Este foro, que vino a enriquecer el cuestionado sistema multilateral nacido en el siglo XX, puede ser hoy nuestro mejor antídoto para la crisis del covid-19 y herramienta de cooperación valiosa de cara a las próximas décadas.
El G-20 tiene una oportunidad histórica para proveer una respuesta concreta y duradera que alivie los efectos sociales adversos de la pandemia del covid-19, en el corto, mediano y largo plazo, incrementando la resiliencia y preparando, tanto a países en desarrollo como desarrollados, para enfrentar futuras crisis.
*Embajador de Argentina en los Estados Unidos
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