No conozco la historia de la mesa pero creo que fue inventada hace mucho tiempo. En su tipo general pertenece a la especie de los cuadrúpedos pero los artificios del diseño le permiten tener tres, dos y hasta una pata.
Los usos de las mesas son tantos que me ocuparían muchas palabras, conviene imaginarlos y diferenciarlos. No es lo mismo la mesa del escribano que la del tipógrafo, la del bar que la del póker, la de dinero que la del hogar.
Esta es la que más me interesa porque sirve para apoyar el codo y recostar la cabeza sobre el puño en actitud pensativa. Además sirve para comer y los que están alrededor se llaman comensales que pueden estar parados o sentados, Sobre la mesa se coloca el alimento disponible, sea faisán, milanesas o sopa ‘i pobre.
Lo que hay sobre la mesa es la cuestión. Lo que no hay, también. Vamos desde el ágape al plato vacío. ¿Qué hay entre uno y otro? Por un lado está la economía: la producción y el consumo, el bolsillo y los precios, el empleo y el salario.
Copio de un libro viejo: “Procedente del latín (salarium), el término salario tiene sus raíces en la palabra sal. En la época del Imperio Romano, a los soldados y funcionarios públicos se les pagaba con sal, un producto muy valioso y apreciado. Además de servir para sazonar y evitar la deshidratación, la sal se utilizaba para conservar alimentos, como antiséptico para las heridas y para detener hemorragias. Esos paquetes de sal recibidos, y que después eran utilizados como moneda de cambio, recibían el nombre de salarium, término que derivó en la palabra salario tal y como la entendemos hoy”.
Pues bien, la cuestión es que aunque la sal es abunda –me acuerdo de Salinas Grandes y Huyamampa- poca llega a la mesa, y me pregunto por qué. Algo está fallando en la distribución, no sé si por la suba del precio de la nafta o por otras causas. Habrá que consultar a economistas, politólogos y amas de casa, para poner el equilibrio fiscal sobre la mesa.
Lo que me preocupa es el plato vacío. Y lo que pensará Taniku si un día nos visita. Otros libros, viejos y nuevos, me ayudan a recuperar la figura mítica de este personaje, que describo según la leyenda. Se trata de un viejo enjuto, pelilargo y desdentado; usa sombrero, se viste con harapos y sale del monte. Si ve la mesa llena se alegra, y si la ve vacía se retira enojado y maldiciendo.
La situación es clara: un marginal (desclasado, caído) se acerca a pedir un plato de comida. Si se lo dan agradece, si se lo niegan maldice. No es difícil deducir la moraleja, contenida en el saber antiguo: da agua al que tiene sed y pan al que tiene hambre Esto me llevó a un plano filosófico donde tienen un lugar las palabras ‘otro’, ‘pobre’ y ‘prójimo’.
El problema era demasiado complicado y mi tiempo era escaso: tenía que entregar la nota y necesitaba cerrarla. Como otras veces, mezclé la baraja, elegí dos cartas al azar y las puse sobre la mesa. Luego de un minuto de espera, necesario para entrenar la paciencia, las di vuelta: eran el 12 bastos y el 12 de oros.
Confieso que interpretar el azar me supera. Así le saqué una foto a las cartas y se la envié por WhatsApp a René Lavand, un experto en el tema, que una hora después me respondió desde Tandil:
“Hola Jordán, primero te agradezco la nota que me dedicaste en Nuevo Ñan el año pasado. Sobre tu consulta: no sé qué pregunta te hiciste pero sí veo lo que respondió el azar. Los bastos tienen varias lecturas, desde el garrote al poder de policía, la llamada violencia legítima, También los oros, en cuanto moneda y capital. En tus dos cartas están empuñadas por reyes. Agrego que la baraja es la carta del mundo, lo tiene todo, hasta espadas y copas”.
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