Una crítica penetrante que pueda dar lugar a un nuevo posicionamiento opositor requiere de un análisis sobre la economía distinto. No debe alimentar un antagonismo como fin en sí mismo. La meta sería elevar el nivel de conciencia de la población argentina, haciendo ver las contradicciones de la política económica y proponiendo algo superador. El camino inverso, transitado actualmente, es estéril.
En su asunción formal de la Presidencia del PJ, Cristina Fernández de Kirchner empleó varias definiciones que utiliza habitualmente. En varias ocasiones sostuvo que sabemos que el modelo económico que sigue el gobierno argentino, que ella denomina de “valorización financiera”, tiene fecha de vencimiento. “Es como el yogurt”, dijo.
Según su descripción, promueve la timba financiera y provoca el cierre de fábricas. Otorga rentabilidades extraordinarias en dólares que ponen remolones a potenciales inversores, que pueden ganar sin producir. Y, por supuesto, Milei se quiere hacer el liberal porque no entiende que el mundo se hace proteccionista.
CFK es un buen ejemplo de una actitud que es dominante en los detractores del gobierno desde sus inicios: se lo critica por inconsistente, pero sin reivindicar ningún interés concreto de las mayorías en acompañar algo distinto.
Para los entendidos, los argumentos pueden ser plausibles o no. Pero para quienes no cultivan un interés activo en política o no llegan al nivel de comprensión necesario para hacerse un juicio de valor, son religiosos. Preanuncian una catástrofe por razones que pueden ser miradas como supersticiosas aunque no lo sean. Y sucede que buena parte de los argentinos no comulga con la religión peronista, ni la antiliberal. Entonces, el terrenos de las creencias es insuficiente.
De nada sirve quejarse de que el gobierno es malo sin proponer algo mejor, especialmente si la crítica proviene de figuras que participaron del fracaso en el turno electoral anterior.
Efecto de la negligencia en torno a la reorganización política alrededor de una propuesta novedosa (que nada tiene que ver con la frivolidad de correrse un poquito a la derecha), Javier Milei gana poder político. Y eso puede ocurrir sin que se advierta la maduración de contradicciones que finalmente pueden concluir en una crisis, potencialmente acéfala de conducción política.
Dado que el oficialismo comparte los rasgos característicos de la idiosincrasia reaccionaria argentina, es previsible que la preocupación por el nivel de vida de la población permanezca soterrada. En el discurso, queda dependiendo de difusas posibilidades de recuperación. En los hechos, los argentinos siguen empobreciéndose.
Miseria de la crítica
A pesar de su endeblez, la ilusión montada por el oficialismo perdura por la pobreza de las críticas provenientes del campo popular. Mayormente, se concentran en la inevitabilidad de un colapso, en que la mejora de la actividad que registran algunos indicadores es engañosa, o que el abaratamiento del dólar provoca un perjuicio contra la producción argentina.
Como en el año anterior la actividad del agro fue afectada por la sequía, la base de comparación de las cifras de crecimiento de la economía da cuenta de una variación en el nivel de actividad en la que la contracción del mercado interno no se ve enteramente reflejada.
Sin embargo, cuando se analizan los datos concernientes a ramas vinculadas al mercado interno de manera más estrecha, no se puede hablar de un empeoramiento progresivo. Por el contrario, si bien no se constata una mejora, tanto en los indicadores específicos de industria manufacturera y actividad de la construcción, como en su contribución a la estimación mensual de la actividad económica, se observa que la caída tiende a aliviarse.
Tampoco el análisis sobre el atraso cambiario es atinado. El avance del mercado interno tiene como precondición un tipo de cambio estable. Sin este requisito, no es posible que las estructuras de costos de producción de las empresas se acomoden de manera tal que sea posible un cambio persistente de los ingresos.
Lo que afecta a las actividades productivas, en todo caso, se resuelve a la larga con política comercial proteccionista. Es decir, aranceles y otro tipo de medidas específicas.
Las naciones desarrolladas no utilizan ese herramental por apego a un atavismo adoptado en sus procesos de crecimiento, sino porque los mayores ingresos son correlato de su mayor nivel de actividad en comparación con el resto del mundo. Y no interesa que la producción de otros lugares del mundo “compita”, porque la preservación del desarrollo no es espontánea. Se busca que no lo condicione por la competencia entre naciones.
Otro tanto puede decirse sobre sus efectos en torno al turismo, o los servicios. Argentina puede volverse un país atractivo si se hace política a ese efecto. Pero a nadie se le ocurriría decir que los países de Europa tienen que modificar constantemente el euro en función del saldo de la balanza turística o del uso de servicios.
Además, seguramente no sería muy difícil constatar que el costo de vida en España o Italia sería superior para un visitante argentino que los de su propio país. Es decir que no se puede hacer un argumento político de que “la Argentina está cara en dólares”. En el largo plazo, es consecuencia de la adecuación de los precios a la mejora de los ingresos.
Lo que ocurre es que una crítica penetrante que pueda dar lugar a un nuevo posicionamiento opositor requiere de un análisis sobre la economía que no tenga la función de alimentar un antagonismo como fin en sí mismo. La meta sería elevar el nivel de conciencia de la población argentina, haciendo ver las contradicciones de la política económica y proponiendo algo superador.
El camino inverso, transitado actualmente, es estéril. Se trata de demostrar que este gobierno no puede consolidar su administración de la economía, cuando en los hechos ya lo hizo. Más aún, la expectativa de que pueda avanzar como no lo hicieron sus antecesores se consolidó en el electorado y se vio alentada por la insustancialidad de sus detractores.
Una crónica en el Financial Times
El diario británico Financial Times publicó un artículo el último 10 de diciembre titulado ¿Javier Milei demostró que sus críticos estaban equivocados? (Has Javier Milei proved his critics wrong?). Traza un balance sobre la evolución del gobierno argentino y las impresiones que despierta entre distintos observadores de la realidad nacional.
Comienza evocando las opiniones de un trabajador a fines de 2023. Decía tener fe en que un loco pudiese cambiar Argentina, a raíz de los fracasos de la política tradicional. También cita el testimonio de una maestra retirada, quien confiesa que a lo largo de 2024 tuvo que usar sus ahorros para sobrevivir, pero mantiene su simpatía por Milei por pensar que “este país tiene que romper todo para empezar de cero, y él realmente lo está haciendo”.
La imagen la completan los comentarios de un carnicero del barrio Padre Mugica. Sus ventas empeoraron con respecto a 2023, pero dice que las cosas marchan mejor de lo que esperaba. No obstante, piensa que la estabilización dejó a la economía estancada, y que el gobierno tiene pendiente la tarea de ponerla en movimiento.
El Financial Times reproduce opiniones de analistas (Facundo Gomez Minujín, analista jefe de JP Morgan para Argentina, Dante Sica, director de la consultora ABECEB y ex Ministro de la Producción de Mauricio Macri, y Pier Paolo Barbieri, dueño y CEO de Ualá), que tienden a coincidir en que un ajuste de las características del que se experimentó era necesario para reestablecer el crecimiento económico. Opinan que si persevera la estabilización se abren perspectivas en ese sentido.
La nota pone de trasfondo la situación de la economía argentina, que describe como crítica a pesar de su tenue recuperación aparente. Cita una estimación del JPMorgan, del 5,2 por ciento del PIB para 2025. Según el banco, este pronóstico daría por resultado que el PIB por habitante vuelva a su nivel de 2021.
El artículo recuerda la crisis de la industria y del derrumbe en el nivel de vida. Reproduce un sugerente gráfico de la consultora Equilibra, que muestra que, aun con la estabilización de los últimos meses, los salarios no se recuperaron del derrumbe que se les propinó en los comienzos del gobierno de Milei, y se mantienen en niveles de la primera década de los 2000.
El Financial Times reproduce datos de la consultora Equilibra, que muestran que los salarios no se recuperaron completamente del derrumbe que provocó Milei.
Un clima de ilusión
Vale la pena reparar en el tono que adquiere la cobertura de un medio internacional que, independientemente de los sesgos debidos a su orientación política, es riguroso. El clima que transmite es igual a la ilusión que los integrantes del gobierno exponen en sus apariciones públicas, y que el Presidente hizo propio en su alocución del martes 10 con motivo del primer aniversario de su gestión.
Como la relación entre precios e ingresos se estabilizó, persiste la mistificación de que se alcanzó un logro, el cual podría anteceder a una mejora económica sensible.
El análisis no plantea las preguntas elementales. Por ejemplo, si esa relación entre precios e ingresos es o no adversa a la expansión del mercado interno. Y si, de ser el caso, el gobierno está en condiciones de modificarla sin vulnerar la venerada “inflación baja”. Sin su formulación, necesariamente se reemplaza el análisis por vagas especulaciones que, graciosamente, le atribuyen a la estabilización la cualidad de impulsar per se una reactivación sostenida de la economía.
Por eso es que la fantasía del logro subsiste a pesar de la acentuación de la debacle en el nivel de vida que se origina en sus políticas
La ausencia de ese análisis crítico impide ver que, dejando de lado las inhibiciones que atañen a una configuración macroeconómica en la cual la acumulación de reservas internacionales no está resuelta a pesar del notable superávit comercial que registra la economía argentina, es posible que el gobierno se aferre a esa estabilidad. Lo haría en lugar de anteponer prioridades que, llegado el caso, podrían ponerla en juego.
El temor provocado por la incapacidad técnica de alentar una recomposición de los ingresos simultáneamente con la estabilidad de los precios estuvo presente en la historia argentina reciente.
Se pueden evocar la rigidez del Plan Austral y la Convertibilidad en sus postrimerías como ejemplos en los cuales se impuso el deterioro de los ingresos para evitar alteraciones en el nivel de precios. El resultado fue el debilitamiento de las dos políticas macroeconómicas, muy similares en sus objetivos.
Fuente ¿Yahoraque?
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