Por Matt Flegenheimer y Maggie Haberman (*) – New York Times en español
Prefiere las labores del cargo que combinan pompa, esplendor y un mundo dócil ante sus decisiones. En otras palabras, parece disfrutar genuinamente de ceremonias como el perdón del pavo.
En noviembre de 2018, luego de una votación que no le importó lo suficiente como para formular teorías conspirativas sobre los resultados, el presidente Donald Trump se presentó en el Jardín de las Rosas y dijo la cruda verdad.
“Estos fueron unos comicios justos”, le dijo a un pavo llamado Carrots, que no fue parte de la ceremonia de perdón al pavo que se realiza cada año en la Casa Blanca, luego de haber perdido un concurso por internet que decidía cuál pavo (Peas o Carrots) sería la estrella del ritual. “Por desgracia, Carrots no quiso reconocer su derrota, exigió un recuento de votos, y seguimos peleando con Carrots”.
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La multitud estalló en risas, y Trump sonrió un poco. Según sus colaboradores, ese tipo de espectáculos histriónicos en contextos fastuosos son las funciones que el mandatario disfruta más de su trabajo. Tomó el estrado para el punto culminante e imprimió el sello presidencial.
“Hemos llegado a una conclusión”, afirmó Trump con grandilocuencia. “Lamento decirte, Carrots, que el resultado no cambió. Qué pena por Carrots”.
Dos años más tarde, después de unos resultados electorales que no le favorecieron en absoluto, Trump ha estado menos dispuesto a aceptar las frías cifras que muestran a quién quiere ver el pueblo en la Casa Blanca.
Durante las semanas posteriores al día de las elecciones, el presidente y sus aliados han emprendido una iniciativa injustificada y peligrosa de revocar la voluntad del electorado que lo rechazó y se han dedicado a socavar los postulados básicos de la democracia estadounidense para aferrarse a un cargo que no esperaba ganar hace cuatro años y que, según la mayoría de los testimonios, no ha valorado mucho desde entonces.
El lunes 23 de noviembre, luego de que la gerente de la Administración General de Servicios designó de manera formal al presidente electo Joe Biden como el ganador evidente de las elecciones, Trump bendijo esa acción en Twitter mientras prometía seguir adelante con las impugnaciones legales.
No obstante, hasta el momento, la táctica desesperada del presidente ha sido tan agobiante —y su aversión a perder es tan conocida— que se ha prestado poca atención a una pregunta difícil: ¿a qué se está aferrando exactamente?, ¿por qué pelear tanto y hacer pasar a Estados Unidos por todo esto para conservar un cargo que a menudo se ha visto que no desea?
Al parecer, en algunos aspectos, Trump se había imaginado su vida en Washington como algo más parecido al redoble para indultar a un pavo; sí como la pompa y el esplendor, pero también como un mundo en gran medida dócil ante su comportamiento de gran jefe y sus caprichos binarios: se perdona a este pavo, pero no al resto de los pavos. Hacía que su gente llamara a los dueños de los pavos y después negociaba los detalles. Pero, en todo el proceso, él tendría la última palabra.
De igual manera, este criterio ha alimentado la tendencia de Trump a indultar a las personas: ha usado sin moderación sus facultades de indulto y clemencia para recompensar a sus aliados y a otras personas cuyas causas son apoyadas por celebridades. Sigue considerando otorgar una serie de esos indultos en las últimas semanas de su mandato.
Sin embargo, en el caso de Trump, la realidad más constante de su presidencia —mezclada con conferencias de prensa, obstáculos en el Congreso, juicios políticos y críticas— es que nunca estuvo a la altura.
Por lo general, ha disfrutado los aspectos de su trabajo que le permiten presidir algo, ya sea que se trate de pavos o de algo más: foros muy adecuados para un dirigente para quien la atención puede parecer menos un deseo y más una necesidad física.
Los simbolismos y el título son lo que claramente más le ha agradado, pues lo han puesto en el centro de celebraciones importantes por el simple hecho de ser presidente. Se ha maravillado con el desfile del Día Nacional de Francia en París, ha recibido “llamadas hermosas” en la Casa Blanca y ha disfrutado servirles comida rápida a los campeones de fútbol americano universitario. En julio, Trump, quien durante años ha presionado al gobierno federal para que despliegue elaborados fuegos artificiales en el Monumento Nacional Monte Rushmore, finalmente se salió con la suya.
También se ha divertido presumiendo el avión presidencial y el Dormitorio Lincoln. Además, el estudio del Despacho Oval —que convirtió en un pequeño comedor— es el espacio donde, según les ha dicho a sus invitados con un guiño, Monica Lewinsky visitaba al presidente Bill Clinton.
Jeff Flake, un exsenador republicano de Arizona que habló enérgicamente contra Trump antes de dejar el cargo, recordó el júbilo de Trump al posar para las fotografías en su lugar de trabajo.
“Le encanta que la gente entre en la Oficina Oval, mientras él está sentado con el pulgar hacia arriba y que se pongan de pie”, dijo. “Parecía que nunca se cansaba de eso, de mostrarle a la gente la Oficina Oval y que le tomaran fotos”.
El furioso intento del presidente por mantener el poder, sugirió Flake, reflejaba la comprensión de Trump de que su futura celebridad nunca podrá igualar al presente. “No importa cuánta fama haya tenido antes, esto no se compara”, dijo. “Una vez que lo probó, es difícil darse por vencido”.
Ciertamente, los predecesores de Trump han apreciado muchas de las ventajas del cargo, celebrando el contacto con sus artistas o atletas favoritos en la Casa Blanca y haciéndose cargo de su privilegiada dirección temporal. Pero este presidente le ha dado un brillo más conspicuo a esos privilegios.
No es ningún secreto que los aspectos prácticos del gobierno nunca han sido de su interés. Dependiendo del día, en su vida adulta ha estado en la mayor parte de los bandos en relación con los asuntos políticos más importantes. Su campaña de reelección apenas se preocupó por exponer una visión detallada para un posible segundo periodo, y se concentró con mucha frecuencia en cumplir con mítines de reclamos culturales y provocaciones raciales.
Aunque prácticamente ha renunciado a cualquier liderazgo en el manejo de la respuesta al coronavirus (casi siempre viendo su devastación de este año en términos de cómo la pandemia le afectaría a nivel político), el presidente llevó a cabo el indulto al pavo el martes.
Se trata de una de sus escasas apariciones públicas en las últimas semanas, en medio de un gran número de casos de virus y su continuo ataque a la integridad de las elecciones. Trump ha mantenido un horario público ligero desde el 3 de noviembre y, a menudo, ha parecido abatido por su puñado de compromisos, incluido el anuncio sobre el impulso para desarrollar vacunas contra el coronavirus, que había promovido agresivamente durante la campaña.
Además de sus salidas regulares de golf los fines de semana, el hombre que históricamente parecía necesitar la interacción humana para sustentar la audiencia de su espectáculo perpetuo, está demostrando poco interés en estar cerca de otros cuando no puede señalar algo que pueda definir como una victoria creíble.
Pero la imagen de Trump dirigiéndose alegremente a los pavos en este contexto podría registrarse como un giro apropiado para el final de una etapa ejecutiva que ha mezclado la calamidad y el absurdo de manera constante.
También es una especie de culminación después de tres años de indultos de pavos que, a veces, se han convertido en instantáneas sorprendentemente reveladoras de su estado de ánimo durante varios momentos de su presidencia, con momentos de tensión y sonrisas fáciles en igual medida.
“Por lo que he visto”, dijo Beth Breeding, portavoz de la Federación Nacional del Pavo, “el presidente parece haberlos disfrutado mucho”.
En ese evento en 2017, mientras Trump se esforzaba para revertir lo más posible el legado de Obama, dijo en broma que la Oficina del Consejero de la Casa Blanca le había recordado que no se podían revocar los indultos al pavo del expresidente.
En 2018, mientras amenazaban las investigaciones del Congreso cuando los demócratas se preparaban para tomar el control de la Cámara de Representantes, el presidente dijo que había advertido a Peas y Carrots que “era probable que los demócratas de la Cámara los citaran a comparecer a ambos”, a pesar de su clemencia.
Y en 2019, cuando una investigación para juicio político y las futuras elecciones se cernían sobre él, Trump inició su discurso con cierta autocomplacencia (“Siempre es bueno comenzar diciendo que la bolsa de valores ha subido de nuevo”), se permitió divagar sobre los beneficios emocionales de su victoria en 2016 (“un día muy muy bueno”) y se quejó amargamente del representante Adam B. Schiff, presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes.
Sin embargo, al final, el presidente estaba cumpliendo con la parte de su trabajo que siempre tuvo más sentido para él: la función de maestro de ceremonias. Colocó la mano sobre un pavo llamado Butter, usó la frase “en virtud de este acto” para darle al acto la solemnidad requerida (“En virtud de este acto te otorgo un total y absoluto indulto”) y comenzó a aplaudir de camino al interior del inmueble.
“Eso fue estupendo”, afirmó, mirando cómo lo veía la multitud. “Muy divertido”.
*Matt Flegenheimer es un reportero que cubre política estadounidense. Comenzó en The New York Times en 2011 en la sección Metro cubriendo el tránsito, el ayuntamiento y las campañas políticas. Maggie Haberman es corresponsal de la Casa Blanca. Se unió al Times en 2015 como corresponsal de campaña y fue parte del equipo que ganó un premio Pulitzer en 2018 por informar sobre los asesores del presidente Trump y sus conexiones con Rusia.
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